Cuatrocientos años después de su fallecimiento en 1621, la santidad de san Roberto Belarmino “sigue iluminando la historia al hablar de Cristo y de su amor por la Iglesia”. Canonizado en 1930, se convirtió en Doctor de la Iglesia al año siguiente, escribe la agencia vaticana. La Iglesia celebra asimismo el 17 de septiembre a la santa y Doctora de la Iglesia Hildegard of Bingen, abadesa benedictina y mística, consejera de príncipes, papas y emperadores.
San Roberto Belarmino (1542-1621), con dos “l” según la Jesuit website (Bellarmino) era un intelectual, teólogo e intrépido defensor de la fe durante las controversias de la Reforma. Como cardenal estuvo al servicio de tres papas, que apreciaron su sabiduría y sus sabios consejos.
El cardenal Belarmino aprovechaba los ejercicios anuales, que prolongaba hasta 30 días cada año, para escribir libros de espiritualidad. Cuando el 16 de mayo de 1605 fue elegido nuevo Papa Paulo V, pidió al cardenal que residiera en Roma, donde trabajó para varios dicasterios vaticanos. Tras su fallecimiento y el funeral, su cuerpo se trasladó en 1823 a la Iglesia de San Ignacio.
Hildegarda de Bingen, mística y polifacética
La abadesa benedictina Hildegard of Bingen nació en Bermesheim, Alemania, en 1098. Era la última de diez hijos, y mujer de gran inteligencia. A pesar de su delicada salud, llegó a los 81 años con una vida llena de trabajo. Tenía excelente formación bíblica y litúrgica, en filosofía, ciencias naturales y música.
Sus visiones, transcritas en notas y posteriormente en libros, la hicieron famosa. En la montaña de San Ruperto, cerca de Bingen, a orillas del Rin, Hildegarda fundó el primer monasterio. Y en 1165, el segundo, en la orilla opuesta del río. En 2012 fue declarada Doctora de la Iglesia universal por Benedicto XVI, que le dedicó una Apostolic letter.
Estigmas de San Francisco de Asís
“Desde el mes de septiembre del año 1224 hasta nuestros días han transcurrido ocho siglos, como recuerda la celebración de este centenario memorial”, señalaron los franciscanos hace dos años. En efecto, la familia franciscana, y toda la Iglesia, celebró entonces los ocho siglos de la recepción por St. Francis of Assisi de las “señales de la Pasión” de Cristo crucificado.
Con ellas fue marcado en el monte santo de La Verna (Provincia de Arezzo en Italia). Cuando san Francisco bajaba del monte, llevaba en su cuerpo la efigie del Crucificado grabada en su carne. No por un artista, sino por la mano del Dios viviente (San Buenaventura).