En el Evangelio de hoy, Jesús es difícil de entender. Empieza hablando de la necesidad de cargar con la cruz. Puede que no nos guste, pero entendemos lo que dice. Tenemos que aceptar cosas duras en la vida para ser sus discípulos: una vida suave y fácil no nos llevará al Cielo. Nuestro Señor dice entonces algunas cosas duras, que cada uno tiene que “posponer” a “su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo”, en el sentido de ponerlos radicalmente en segundo lugar respecto a Dios.
Pero la segunda parte del Evangelio se vuelve confusa. Después de decirnos que tenemos que llevar nuestra cruz, Jesús parece saltar a algo que no tiene nada que ver. Nos cuenta la parábola de un hombre que empezó a construir una torre y no pudo terminarla, por lo que se burlaron de él. Luego habla de un rey que va a la guerra con otro rey y necesita asegurarse de que tiene suficientes hombres para enfrentarse a su oponente. Si se da cuenta de que no los tiene, envía enviados para pedir la paz. Jesús termina diciendo que no podemos ser sus discípulos si no renunciamos a todas nuestras posesiones. Pero, ¿qué tiene que ver no poder acabar una torre o darse cuenta de que uno tiene un ejército más débil que el enemigo con llevar nuestra cruz?
Quizá la respuesta esté en darnos cuenta de que, a menudo, una de las mayores cruces a las que debemos enfrentarnos es simplemente la necesidad de perseverar en lo que hemos empezado. Podemos emprender actividades o compromisos vitales llenos de entusiasmo, pero cuando las cosas se ponen difíciles, empezamos a dudar y a pensar en abandonar, y a veces lo hacemos. La gente abandona todo tipo de proyectos por esta razón. O los matrimonios se rompen. O la gente no es fiel a su vocación. Cuando se acaba el entusiasmo, cuando se apaga la chispa, abandonan. A muchos se les da bien empezar, pero son menos los que tienen lo que hace falta para llevar hasta el final lo que han empezado. San Pablo muestra esta perseverancia heroica en la segunda lectura de hoy, abrazando su encarcelamiento por Cristo e incluso dispuesto a renunciar a uno de los pocos consuelos que tenía, la presencia de Onésimo.
Cualquier empresa que se precie pasa por momentos difíciles y hay que perseverar. Tenemos que seguir construyendo aunque sea difícil y no intentar recuperar aquello a lo que una vez renunciamos. Y si realmente no creo que pueda perseverar, quizá no debería empezar, hasta que esté preparado para hacerlo. Como ese rey que pide la paz. Pero lo que debería hacer entonces es tomar las medidas necesarias para formar su ejército.
A veces la prudencia exige que no empecemos algo porque nos damos cuenta de que somos demasiado débiles para hacerlo. Pero entonces pedimos a Dios la fuerza que nos falta y trabajamos para superar la debilidad o los malos hábitos que nos frenan.