Évangélisation

8 ideas sobre los que espera la gente de sus catequistas

¿Qué significa ser catequista? ¿Puede serlo cualquiera? ¿Qué esperan los catequizandos? En este artículo se muestran dos visiones que definen qué significa ser un buen catequista.

Teresa Aguado Peña-28 de septembre de 2025-Temps de lecture : 4 minutes
catequista

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Con motivo del Jubileo de Catequistas, este 28 de septiembre, el Papa León XIV preside en la plaza de San Pedro la Santa Misa con la institución de nuevos catequistas, un gesto que subraya la importancia de su misión en la vida de la Iglesia. En este contexto hemos preguntado a catequistas y catequizandos cuáles son, desde su experiencia, las claves para ejercer esta tarea con fecundidad y alegría. De ahí nace este artículo: ocho claves concretas para ser un buen catequista, recogidas de quienes transmiten y reciben la fe.

Muchos piensan que ser catequista es fruto de una recopilación de méritos, como si fuera un mero puesto que te asignan al subir una gran escalinata de pruebas de fe. Nada más lejos de la realidad. Y es que el primer «requisito» para ser catequista es reconocerse pecador, porque solo quien experimenta la misericordia de Dios puede anunciarla con autenticidad. Desde esa humildad nace la disponibilidad para servir, para acompañar a otros en su camino de fe y para dejar que el Espíritu Santo actúe a través de uno mismo. El catequista no habla desde una perfección personal, sino desde la experiencia viva de un Dios que transforma y sostiene, compartiendo con sencillez el tesoro recibido. Partiendo de esa base ¿Qué dicen los catequistas y qué dicen los catequizandos?

¿Qué dicen los catequistas?

1. Ser testigo del amor de Dios

El catequista no transmite una teoría ni un listado de normas: comunica una experiencia viva. Ser testigo del amor de Dios significa haberlo experimentado en uno mismo y dejar que ese amor transforme las palabras, gestos y actitudes. El catequista es alguien que, al haber encontrado a Cristo, puede decir con sinceridad “ven y verás”, porque comparte desde su propia experiencia y no desde conceptos abstractos.

2. La Iglesia como madre

El catequista no camina solo ni actúa por cuenta propia. Vive su misión desde la Iglesia, madre que engendra y cuida la fe. Esto implica sentirse parte activa de la comunidad cristiana, aprender de ella, recibir formación y apoyo, y a la vez acompañar a otros en su crecimiento espiritual. Desde esa conciencia, el catequista es signo de acogida y cercanía, mostrando a sus catequizandos que la Iglesia es casa y familia.

3. La Oración como fuente

El corazón del catequista se alimenta de la oración personal y comunitaria. No se puede dar lo que no se tiene: quien acompaña a otros en la fe necesita beber cada día de la fuente viva que es la relación con Dios. La oración sostiene en los momentos de cansancio, ilumina en las decisiones y convierte la catequesis en algo más que una clase: en un encuentro que puede conducir a un encuentro personal con Dios.

4. Parresía para anunciar el Evangelio

La parresía es la audacia del Espíritu Santo: anunciar el Evangelio con valentía, alegría y libertad interior. Un buen catequista no se deja frenar por el miedo, la timidez o el “qué dirán”, sino que se fía del Espíritu y se adapta al lenguaje y a la realidad de quienes tiene delante. Como Jesús, busca que la Buena Noticia llegue de forma comprensible, sin rebajar su contenido pero sí haciéndolo cercano y actual.

¿Qué piden los catequizandos a sus catequistas?

1.No a las palizas

Una catequista define bien lo que significa tener esta vocación: “ser testigo y no dar palizas”. La catequesis no puede ser un bombardeo de contenidos ni un discurso moralizante. La fe no se impone, se propone; no se transmite desde la frialdad de un manual, sino desde la cercanía de una experiencia real que inspira a creer en Él. Un buen catequista sabe acompañar, escuchar y adaptarse al ritmo y a la realidad de sus catequizandos, para que la catequesis sea un espacio de encuentro, diálogo y crecimiento, no de aburrimiento ni imposición.

2. Coherencia

Nada impacta más que el ejemplo. Un catequista puede tener muchos recursos didácticos, pero si su vida desdice lo que enseña, el mensaje se vacía de fuerza. Vivir con coherencia no significa ser perfecto, sino esforzarse por alinear la vida cotidiana con aquello que se anuncia: la oración, la participación en la comunidad, la caridad, el perdón. Esa autenticidad, aunque imperfecta, es la que despierta confianza en los catequizandos y les muestra que el Evangelio es posible en la vida real. Como decía uno de ellos: “No espero que mi catequista sea un santo, pero sí que se note que cree en lo que dice”.

3. Empatía

Cada persona que llega a la catequesis tiene su historia, sus dudas, su ritmo y sus heridas. Un buen catequista necesita, además de formación, inteligencia emocional para ponerse en los zapatos de sus catequizandos, acoger sus preguntas sin escandalizarse, escuchar sin juzgar y encontrar el modo de acompañar sus procesos. Esta empatía crea un clima de confianza en el que pueden abrirse al mensaje del Evangelio. Los catequizandos lo expresan así: “Nos sentimos escuchados cuando no nos tratan como un número, sino como personas con nombre y vida propia”.

4. Discernimiento

No todo consejo es oportuno ni todo camino es igual para todos. Por eso, además de empatía, un catequista necesita discernimiento: saber leer los signos de Dios en la vida de cada persona, orar por quienes acompaña y dejar que el Espíritu Santo inspire su palabra y sus gestos. El discernimiento ayuda a orientar sin imponer, a sugerir sin presionar, a indicar caminos que lleven al encuentro con Cristo y no a simples recetas. Así el catequista se convierte en verdadero compañero de camino, ayudando a cada uno a descubrir lo que Dios quiere para su vida.

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