El corderillo sin mancha

El 15 de septiembre, día de la Virgen de los Dolores, brotó este cuento: la historia de una madre desgarrada y redimida, que en su propio dolor encontró el eco del de María al pie de la cruz.

15 de septembre de 2025-Temps de lecture : 5 minutes
mancha

©Mariano Rivas

Aquel niño que acababa de salir de sus entrañas era la más hermosa criatura que jamás había visto. Aunque la habían aleccionado para no encariñarse con él, a Alina se le rompió el alma cuando, rápidamente, lo sacaron del paritorio envuelto en una toalla.

El equipo médico también estaba entrenado para evitar en lo posible el contacto de la parturienta con el niño, por lo que habían dispuesto una sábana delante de ellos que les servía de mampara. Pero la providencia dispuso que, en el movimiento de extracción del bebé, el matrón tirara sin querer también de la sábana permitiendo esa fugaz mirada gracias a la cual, exhausta aún, la madre pudo admirar la belleza de aquel pequeño milagro moreno. 

Sus otras dos hijas, que la esperaban en casa, eran rubias como el sol. Nacieron pelonas, aunque pronto les crecieron largas melenas que Alina se afanaba en cepillar cada mañana antes de ir al colegio. ¡Cómo le gustaba acariciar aquellos sedosos hilos de oro mientras las escuchaba contar esas cosas que solo se cuentan a una madre en una sesión familiar de peluquería! Por cierto, ¿cómo estarían? Después de dos semanas ingresada en la clínica por riesgo de preeclampsia, se le habían olvidado sus voces y su olor. 

La agencia que gestiona la gestación subrogada se preocupaba mucho por la salud de sus «asociadas» y la había obligado a internarse, por lo que las niñas se habían tenido que quedar con su abuela paterna, la única familia que les quedaba en Kiev. La suegra había superado felizmente la depresión que le produjo la pérdida de su único hijo, Dmytro, en el frente del Donbás. Sus nietas y su nuera habían sido su escalera para salir del pozo de la enfermedad mental. Su exigua pensión apenas le da para llegar al día 7 de cada mes y, ahora, tras la noticia de que Rusia bombardeó recientemente una cola de jubilados que esperaban para cobrarla, ya no se atreve ni a ir.   

Mientras la preparaban para la episiotomía, Alina comenzó a tener pensamientos horribles sobre el futuro del niño. Sabía que los padres que se lo habían encargado tenían buena posición. Los 14.000 euros que ella recibiría, equivalentes al triple del salario anual medio, eran sólo una porción del montante total de gastos que conllevaba alquilar sus servicios. Con tanta capacidad económica seguro que al niño no le faltaría nada material, pero no podía evitar imaginarlo maltratado, abusado o no querido. 

El agudo dolor de la primera puntada de la sutura (la anestesia se raciona en los hospitales en tiempos de guerra) la obligó a echar la cabeza hacia atrás en un acto reflejo que provocó que su mirada se cruzara con la de una Virgen dispuesta en la cabecera de la cama. Se trataba de un icono del Perpetuo Socorro, esa imagen en la que el niño Jesús, asustado al ver los clavos y otros instrumentos de la pasión que portan unos ángeles, corre a buscar la protección de su madre. 

–¡Ay! –otra puntada, otro clavo–. ¡Socorro, mamá! –Gritaba por dentro Alina apretando los dientes y deseando poder esconderse, como el niño, bajo el manto de María–.  ¿Qué clase de madre da a luz a un hijo para dárselo a otros? –se culpaba–. Ese niño gordo, hermoso, que solo me conoce a mí ¿cómo entregarlo a quien no sabes cómo lo va a cuidar? 

Pero se justificaba pensando en sus dos rubias a quienes no les iba a volver a faltar un vaso de leche en el desayuno en los próximos años.

–Además, el moreno no es mío –continuaba excusándose– no lleva mis genes. 

¡Pero era tan bonito! Mira que fue solo un instante lo que pudo verlo, pero le parecía perfecto, estaba orgullosísima de haberlo traído al mundo y el dolor por la separación, que apenas había sido de unos minutos, no paraba de crecer. 

–Seguro que ahora estará llorando buscando el pecho –pensaba mientras la angustia empezaba a ahogarla–. ¡Y cuántas más veces me buscará y no estaré yo al lado para socorrerlo! ¡Ay mi niño! ¡Ay mi moreno! Grito ya en voz alta.

–Tranquila Alina, él está bien –la calmó una auxiliar–. Está con sus padres que lo van a querer mucho y tú vas a ver ya mañana a tus hijas de nuevo y llevártelas a comer helado como me dijiste ayer.

De nada servían las palabras de consuelo, ya no le apetecía aquel helado con sus rubias. Ya no quería la «compensación por las molestias» como llamaban eufemísticamente en la agencia a la humillante explotación de mujeres pobres que es a lo que realmente se dedican. ¿Sus hijas y su suegra? ya saldrían adelante, pensaba. 

Mirando de nuevo el icono bizantino, oraba así de todo corazón: «María, tú sabes lo que es el dolor de perder a un hijo. Tú también tuviste que entregar a tu hijo por los demás. Tú, que viste llevar a tu corderillo sin mancha al matadero, no permitas que le pase nada malo al mío, dale una madre, la mejor madre, sé tú su madre. Cuídamelo allá donde vaya y dile a tu hijo que perdone mi mala cabeza. Estoy arrepentida, muy arrepentida». 

No había terminado de pronunciar la oración cuando la puerta del paritorio se volvió a abrir y apareció la responsable de la agencia con cara de que algo no iba bien. 

–Hola Alina –se acercó dulcemente la empresaria–. ¿Cómo estás? Me han dicho que ha sido un parto muy bueno al final, a pesar de la tensión alta y de los puntos… 

–Sí, gracias, este ha sido más rápido que los anteriores –contestó–. ¿Cómo está el niño, lo han visto ya sus padres?

–Verás, Alina, hay un problema…

–¿Problema, qué problema? Dime que está bien, por favor, dime que no le ha pasado nada.

–Está bien, está bien, tranquila. Solo que… Tiene un pequeño defecto, algo que no se pudo detectar en la ecografía, un hemangioma en el brazo. No es ningún problema de salud solo una mancha en la piel que… Bueno, no es perfecto y los padres lo han rechazado porque les da pena que los niños se vayan a meter con él cuando vaya a la escuela. Además, son instagramers y querían hacerle muchas fotos y así no iba a poder ser. Como no tienen problema de dinero, lo volverán a intentar. 

–¿Que no es perfecto? ¡Si es la cosa más bonita que he visto jamás!

–Sí, que lo es, Alina, yo pienso como tú –dramatizó–. El niño es una monería. Verás… Está previsto en estos casos que, al tener que ofrecer al niño en una nueva adopción, se le pregunte primero a la madre gestante. Tú vas a recibir, por supuesto la compensación que habíamos acordado, con un pequeño plus que se les cobrará aparte a los padres por la devolución. ¿Estás de acuerdo?

–¿Que si estoy de acuerdo? –respondió con una sonrisa de oreja a oreja e incorporándose como si no acabara de parir–. Tráeme ahora mismo al niño que es mío y solo mío y nadie lo ha querido nunca ni lo va a querer más que yo. 

Con un gesto de alivio, la empresaria salió rápidamente de la habitación regresando enseguida con el niño entre sus brazos.

Al tomarlo la madre sobre su pecho, el niño pareció reconocerla enseguida y empezó a menear la cabeza buscando arrancar el primer calostro. Alina no podía dejar de mirar cada pliegue de su piel y de acariciar esa mata de pelo negro en su cabeza. ¿Y la mancha del brazo? Mirándola bien, tiene forma de estrella, como la que luce la Virgen sobre su cabeza en el icono de ahí arriba. 

–Esta será tu señal, Dmytro –le susurró a su recién nacido acariciándole la mancha mientras lo amamantaba–, la señal de la madre de otro niño moreno; un corderillo sin mancha, al que tuvo que entregar con mucho dolor para salvar a muchos; pero que luego le fue devuelto para vivir ya con ella para siempre.

L'auteurAntonio Moreno

Journaliste. Diplômé en sciences de la communication et licencié en sciences religieuses. Il travaille dans la délégation diocésaine des médias à Malaga. Ses nombreux "fils" sur Twitter sur la foi et la vie quotidienne sont très populaires.

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