Hoy la Iglesia católica celebra la memoria de santa Teresa de Calcuta, religiosa de origen albanés que, con su sí a los planes del Señor, fue capaz de llevar el Amor de Dios a los más pobres de los pobres en más de 130 países. Es decir, a todos los rincones del planeta. Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios.
Recuerdo estos días que el mismo año que la Iglesia católica, con el Papa Francisco a la cabeza, canonizó a Santa Teresa de Calcuta, una misionera de la caridad me dijo una frase que se quedó grabada en mi corazón: “Nuestra fe, comparada con la fe de Madre, es muy pequeña”. Se refería a Madre Teresa, a la que esta hermana conoció bien en sus años de formación en Calcuta y a la que había visto emprender caminos inexplorados apoyada solo y exclusivamente en su confianza en Dios. En su fe.
Y si la fe de esta monja era, según ella misma, pequeña, al lado de la de Madre, ¿cómo sería la mía? ¡Yo quiero esa fe!, pensé para mis adentros de inmediato. Al menos la de la hermana que bien podría ser del tamaño de un grano de mostaza. Pronto comprendí que tener fe no era solo cuestión de querer.
Mi experiencia en Calcuta
Durante los quince meses que viví en Calcuta hubo una cosa que llamó poderosamente mi atención. El lugar en el que comenzó esta gran obra de caridad, que Dios hizo por medio de Madre Teresa en el humilde barrio de Motijheel sigue siendo hoy una zona mayoritariamente musulmana en la que sigue habiendo, además, mucha pobreza, tanto material como espiritual. Y pensaba con cierta frecuencia paseando por sus calles: Si yo hubiera crecido en Calcuta con una santa tan cerquita de mí, hace tiempo que me habría convertido y mi fe ya estaría cerca del tamaño de ese grano de mostaza. Y mentiría si no dijese que muchos en Calcuta y en otras partes del mundo, se encontraron cara a cara con Jesús a raíz de un encuentro, fortuito o no, con Madre o con alguna de sus hermanas. Ejemplos hay de ello, me atrevo a decir, en todos los lugares por los que pasó este huracán de la caridad al servicio del Rey de la humanidad.
Estas últimas semanas en Tierra Santa un pensamiento similar ha venido de nuevo a mi oración. No pretendo, claro está, poner a Madre a la misma altura que Jesús, Dios me libre de ello, pero sí puedo decir que tanto Nuestro Señor como esta santa, y muchos otros santos seguramente, comparten ese misterio que quizá algún día logremos entender. La tierra que vio nacer a Jesús, los lugares por los que pasó el mismísimo Hijo de Dios hecho hombre, el monte en el que murió crucificado o el Santo Sepulcro desde el que al tercer día resucitó, son hoy lugares en los que sus seguidores, los seguidores de Jesucristo y sus enseñanzas, los cristianos, son una minoría. ¿Cómo es posible?
Crecí en una familia católica que me educó desde pequeño en la fe. Fui bautizado a los trece días de nacer, estudié siempre en colegios católicos y, además, en mi casa tuve y tengo aún, gracias a Dios, el ejemplo de unos padres que, sin ser ni mucho menos perfectos, siempre han vivido su fe con profunda coherencia. Todo esto no impidió, sin embargo, que mi encuentro con Dios vivo, en la Eucaristía y en mis hermanos, especialmente en los más necesitados, tardara más de treinta años en llegar. ¡Cuántos bautizados viviendo como si no lo fueran! ¡Cuántos cristianos que no conocen a Cristo! ¡Cuántos! Demasiados.
El pasado domingo 24 de agosto, durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre León XIV nos dirigía las siguientes palabras que creo que debemos meditar:
“Nuestra fe es auténtica cuando abraza toda nuestra vida, cuando es un criterio en las decisiones que tomamos, cuando nos hace mujeres y hombres que se comprometen con el bien y son capaces de arriesgarse por amor tal y como hizo Jesús. Él no ha elegido el camino fácil del éxito o del poder, sino que, con tal de salvarnos, nos ha amado hasta atravesar la puerta estrecha de la Cruz. El es la medida de nuestra fe, Él es la puerta que debemos cruzar para ser salvados, viviendo su mismo amor y siendo constructores de justicia y de paz con nuestra vida”.
Hoy, mientras recordamos en todo el mundo a esta pequeña gran santa de finales del siglo pasado, ejemplo de fe para los menos jóvenes y también para los mas jóvenes que hoy siguen viendo cómo sus vidas se transforman al entrar en contacto con sus Misioneras de la Caridad, mientras elevamos nuestras oraciones por los más pobres y por la paz a Santa Teresa de Calcuta, te propongo, querido lector, dos cosas: en primer lugar, demos gracias a Dios por el inmenso don de la fe y en segundo lugar, pidamos por todos nuestros hermanos, por los que quieren y no pueden, por aquellos que viendo no ven aunque lo tengan delante, en Calcuta, en Palestina o en Israel, para que cada día más personas puedan disfrutar de una plena felicidad fruto de haber recibido, gratuita e inmerecidamente, el don de la fe, el regalo más grande.
Świecka misjonarka i założycielka Mary's Children Mission.