Evangelização

El amor a la montaña en Pier Giorgio Frassati

Fragmento de "Fascinados por las cumbres", de Pedro Estaún: la pasión de Pier Giorgio Frassati por la montaña, vivida como escuela de virtudes y camino de encuentro con Dios.

Pedro Estaún-17 de Setembro de 2025-Tempo de leitura: 9 acta
Pier Giorgio Frassati

©CNS foto de arquivo

El pasado 7 de septiembre el papa León canonizó en Roma a dos jóvenes: Carlo Acutis, de 15 años y Pier Giorgio Frassati de 24. En una plaza llena a rebosar, León XIV recordaba las virtudes de estos dos muchachos que pueden ser ejemplo para tantos otros. Me centraré en recordar tan solo uno de los aspectos de uno de ellos: el amor a la montaña en Fassati. 

 Pier Giorgio nació en 1901 en una familia acomodada de Turín. Realizó los estudios primarios en un colegio de jesuitas y  posteriormente en la escuela de ingeniería. Era amante del deporte. Hacía excursiones en bicicleta Con frecuencia franqueaba los 87 kilómetros que separaban Turín de Pollone. También le atraía el mar. Saborea el gozo de luchar contra el agua nadando, remando o en barco de vela. Practicaba la equitación montando a Parsifal, un caballo bastante difícil. Pero su gran pasión fue la montaña.  Era una afición que –como a todo buen montañero– le fue creciendo a medida que pasaba el tiempo.

Desde muy joven comenzó a sentir pasión por la montaña. Esta afición nació a raíz de las estancias veraniegas pasadas en Pollone, cerca de Biella, provincia de Vercelli, en los Alpes, donde realizaba excursiones con su familia y amigos. En unas notas que su madre to-mó en 1909, al regreso del Col del Teodulo, de 3.317 metros sobre Zermatt, que en las guías figura como una marcha de diez horas, encontramos: “Subíamos hacia las Cimas Blancas. Todo el paisaje estaba, como casi siempre a aquella hora, sin sombras, sin relieve (…). Atravesar el Teódulo con Pier Giorgio atado a mí por la cuerda iba muy tranquilo –el niño tenía muchas veces hambre–, y también en esto estaba de acuerdo con su madre. Hacíamos un alto, comíamos y continuábamos. Nos detuvimos dos días en el Schwarzsee. Todo el mundo se interesaba por el pequeño y guapísimo alpinista.” Esa afición a la montaña, que entonces le estaba naciendo, la mantendría a lo largo de toda su vida. Fue una pasión que justificaría después por dos razones. En primer lugar porque el montañismo le ofrecía una magnífica oportunidad de ejercitar virtudes humanas como la fortaleza, el compañerismo,…; y en segundo, porque las cimas le revelaban la magnificencia del Creador.

Pier Giorgio era amante del deporte. Ya muy joven hacía excursiones en bicicleta. Con frecuencia franqueaba los 87 kilómetros que separaban Turín de Pollone.  También le atraía el mar, sobre to-do en su primera juventud. Saborea el gozo de luchar contra el agua nadando, remando o en barco de vela.  Practicaba la equitación montando a Parsifal, un caballo bastante difícil con el que tantas veces fue y regresó de Turín a Pollone. Pero su gran pasión fue la montaña.  Era una afición que –como a todo buen montañero– le fue creciendo a medida que pasaba el tiempo.

“Cada día me entusiasmo más con la montaña”, escribía a un amigo. “Es algo que me fascina. Cada vez me gusta más subir a las cumbres, alcanzar los picos más atrevidos, experimentar ese gozo purísimo que sólo puede dar la montaña. Quisiera renunciar al alpinismo, pero ¿cómo renunciar al llamamiento fascinador de la nieve?”. 

Poco después escribía a otro: “Me he dejado el corazón en las cumbres y espero encontrarlo al escalar el Mont Blanc”.  Y más todavía: “Si mis estudios me lo permitieran, quisiera pasar días enteros en la montaña y admirar, en esa atmósfera tan pura, la magnificencia del Creador”.  

Se comprende así que aprovechase cualquier oportunidad para subir a esos Alpes que tenía tan cerca. Durante sus años de universidad fue costumbre que emplease el periodo de vacaciones de los car-navales para pasar unos días en el Pequeño San Bernardo. Acudía a esquiar con un grupo de amigas y amigos. Se alojaban en la hospedería, utilizando unas habitaciones en las que por la noche hacía tanto frío que se les helaba el agua de los barreños; era uno de esos lugares en los que es necesario abrigarse más a la hora de irse a la cama.

Una mañana comenzó con un amigo a descender con esquís en dirección a Suiza. La bajada era preciosa, el tiempo inmejorable: nieve en buenas condiciones, viento favorable, palos indicadores… Y bajaron, bajaron. ¿Cuánto? No pueden precisarlo, pero el descenso fue muy largo. Cuando reiniciaron la subida, el viento que en la baja-da les había favorecido, constituía ahora un serio obstáculo: ráfagas de aguanieve y torbellinos les azotaban la cara; la pista se había borrado, los palos indicadores se habían hecho invisibles. El amigo co-menzó a jadear y rogó a Pier Giorgio que aminorase la marcha. Después de un buen rato y con considerable esfuerzo, llegaron al refugio.  Pier Giorgio casi no se había cansado; su compañero sin embargo, tardó mucho en recuperarse. 

Después de la cena vivían ratos de tertulia muy agradables: cantaban, recordaban las incidencias del día o hacían algún juego.  Ya muy entrada la noche se retiraban a sus habitaciones que eran grandes y daban cabida a varios. Pier Giorgio invitaba a sus compañeros a rezar el rosario cosa que, por lo general, todos aceptaban aun-que muchos le seguían desde la cama. Él lo rezaba de rodillas en el duro suelo. A la mañana era el primero en levantarse. Llamaba a los demás y les recordaba que la noche anterior se habían comprometido en que le acompañarían a la misa. Generalmente ayudaba al sacerdote y siempre comulgaba.  

En otra ocasión fue con un amigo al refugio Adolfo Kind y se detuvieron más rato del necesario sin darse cuenta de que el tiempo estaba cambiando. El lugar al que debían regresar estaba lejos. Tenían que subir un monte para descenderlo después con esquís. La su-bida iba resultando cada vez más penosa, sobre todo apremiados por el tiempo. De repente Pier Giorgio se dio cuenta de que había perdido el reloj. Su compañero quería detenerse a buscarlo, a lo que Pier Giorgio hubo de oponerse enérgicamente al darse cuenta de que un retraso en esas circunstancias podría ser peligroso. Sobre las siete lle-garon a la cumbre del Fraiteve. Había oscurecido y la tormenta arreciaba. Comenzaron el descenso juntos y con cuidado. En un momento Pier Giorgio dio un giro para detenerse y se le desprendió un esquí que salió despedido por la nieve helada. Veamos el relato de su compañero: 

 “Frassati, en aquel momento, fue alpinista y hombre. En mi largo vagabundear por los Alpes, he aprendido a conocer la psicología del hombre en las alturas, a juzgarle a comprenderle. Conozco los momentos de turbación que en las alturas afectan de improviso aún a los más valientes, cuando les sobrecoge un incidente que puede tener sus consecuencias. Pier Giorgio se dio cuenta del percance, aunque yo, más práctico, hubiese procurado disminuir su gravedad, a fin de evitar el abatimiento que podía producirse en su ánimo con malas consecuencias. Él lo comprendió y se mantuvo sereno en aquel momento; tuve la convicción perfecta de que me hallaba ante un tipo de raza montañesa: valiente y frío ante el peligro”. Descendieron como pudieron entre una fuerte nevada con la hostilidad de la montaña cuando se convierte en enemiga. Al fin descubrieron una luz que era su destino. Cuando días después se lo contaba a su madre, tratando de quitar importancia le dijo:

“Mira, he perdido un esquí. Pero cuando se derrita la nieve iremos a buscarlo y es seguro que lo encontraremos. He perdido también el reloj. ¿Nada más?” preguntó con sonrisa irónica la madre. Inmediatamente responde Pier Giorgio: “Pero cuando la nieve se derrita… Nacerá una planta”,  respondió su madre aumentando su sonrisa. El esquí apareció y hoy se conserva como un recuerdo de aquel que había disfrutado tanto sobre la nieve.

Pero la actividad montañera de Pier Giorgio fue sobre todo la escalada. Realizó ascensiones en todas las épocas del año. En los ve-ranos había subido muchas veces al Col Mucrone en el que había una gran cruz. Los vientos, la lluvia y la nieve habían provocado su caída el invierno de 1920. Al llegar el buen tiempo el párroco de Pollone, a propuesta de otros del pueblo, decidieron subir una nueva, instalarla convenientemente y reconsagrarla. A la iniciativa se unió Frassati.

Durante la subida, que fue de noche, el sacerdote tuvo una aparatosa caída que, aunque no tuvo graves consecuencias, hizo que tuviese que continuar ayudado por los demás. Pier Giorgio se prestó a ayudarle y contribuyó también en subir una parte de lo necesario para celebrar la misa en la cumbre.

En noviembre de 1924 dos compañeros le propusieron una excursión a la Bessanesse, de 3.622 metros. Cuando se dirigían de Bal-me al refugio se vieron sorprendidos por la noche e incapaces de ha-llar de nuevo el camino. Se vieron obligados a detenerse en un pequeño espacio, con la perspectiva de pasar allí la noche. El mismo Pier Giorgio nos lo cuenta: 

“Nuestra intención al salir era escalar la cumbre del Bessanesse por la vía Zsigsmondi. Al ver el estado de la nieve nos pareció una imprudencia y decidimos cambiar de planes y nos dirigimos al Albarón de Saboya  (3.392 metros). Ya de regreso se nos echó la no-che encima y no tuvimos más remedio que improvisar un vivac a 2.500 metros de altura. Tuvimos suerte y encontramos una roca, sobre la que pendía una capa espesísima de nieve en declive, a manera de tejado; excavamos debajo de ella un refugio de 2,50 metros de longitud, por 0,50 de ancho y no más de 0,40 de alto que resultó muy bien ventilado. Una vez preparado el espacio, comimos algo y tuvimos que estar toda la noche ideando entretenimientos porque dormir en aquellas circunstancias hubiese resultado peligroso”. 

Uno de los compañeros recuerda que rezaron el rosario y que, apenas asomó el alba, rezaron el Angelus  a la Virgen.

La última subida a la montaña la realizó el 7 de junio de 1925. La hizo a los picos Lunelle. Llegó a la estación en el último momento, lo que le valió una protesta de sus compañeros. Él les respondió:

“¿Qué queríais? ¿Qué me quedara sin misa? Me he despertado tarde y no he podido asistir con vosotros a la que habíamos quedado”. 

 Uno de ellos recuerda aquella subida que fue por la cara más difícil, por la Placa Santi, en la que se había despeñado un montañero. “Pier Giorgio era el segundo de nuestra cordada y me aseguraba en los puntos más difíciles. Escalar le producía verdadera alegría y le agradaban especialmente algunas bajadas utilizando la doble cuerda. (…) Apenas alcanzada la cima nos pidió que rezáramos una oración por Cesarino Rovere, el que se había matado en aquella pared tan só-lo un año antes”. A su regreso, Pier Giorgio escribía a su hermana contándole una escalada y diciéndole que esperaba volver con más material para abrir una nueva vía. Esa ya no fue posible. Antes de un mes, el 4 de julio, Pier Giorgio entregaba su alma a Dios tras una rá-pida enfermedad que nadie había podido prever.  

Para Juan Pablo II, Frassati era un modelo. Siendo Cardenal de Cracovia, recordaba la figura de este joven que por unos días no pudo finalizar sus estudios de ingeniería. “Era modelo de cuantos subían a las montañas para escalar o esquiar: pensaba que también él hacía lo mismo, que éste era para él el camino de santificación, porque en todo descubría a Dios. Era también consciente de su responsabidad en la sociedad. Responsabilidad por la vida de la nación a la que pertenecía; responsabilidad por su auténtica tradición, espiritual y cristiana. Afrontaba esta responsabilidad sin ahorrar esfuerzos. Al mismo tiempo sorprendía su sensibilidad hacia los pobres, los necesitados y los enfermos. Sin duda es ésta una llamada de particular significación y un reto lanzado a nuestra generación y a nuestro tiempo, que corre el riesgo de caer en la insensibilidad. Todos nosotros debe-mos romper una lanza –todos nosotros, y me incluyo también a mí mismo– para descubrir el rostro del hombre y darnos cuenta de su si-tuación, de sus sufrimientos, de sus dificultades. Todo esto lo hallamos en Pier Giorgio”.

Siendo ya Romano Pontífice, en uno de los veranos que el Papa estuvo unos días en los Alpes, celebró una misa en Cogne, en un inmenso prado verde llamado San Urso o valle de la Gran d’Eyvia (Gran Agua), situado a 30 kilómetros de Aosta. Llegó en helicóptero y tras recibir la bienvenida del obispo del lugar, se trasladó al altar construido en madera por artesanos de la región, y celebró la eucaristía ante más de 20.000 fieles locales. En la homilía hizo referencia a la majestuosidad de aquellas montañas y dijo: “Este lugar encantador conserva, asimismo, el recuerdo de un joven creyente de nuestro si-glo, Pier Giorgio Frassati, a quien tuve la alegría de proclamar beato el 20 de mayo de 1990. Solía frecuentar la ciudad de Cogne. Exploraba con ardor las cimas que la coronan; había hecho de cada escalada a las montañas un itinerario que acompañaba al ascético y espiritual, una escuela de oración y de adoración, un esfuerzo de disciplina y de elevación. Decía a sus amigos: ‘Cada día que pasa me enamoro  más locamente de la montaña’. Y proseguía: ‘Deseo cada vez más escalar montañas, conquistar las cimas más abruptas, sentir la alegría pura que sólo se experimenta en la montaña”. (…) “Amadísimos her-manos –concluía el Papa– como San Besso y San Urso, el beato Pier Giorgio supo conjugar la admiración ante la armonía de la creación con el servicio generoso al Señor y a sus hermanos. Es sumamente necesaria esa admiración ante la creación, admiración de la obra de Dios. Mediante esa admiración de la creación, admiramos a Dios mismo; mediante la admiración de lo visible, admiramos lo invisible. Que Pier Giorgio, casi coetáneo nuestro, sea ejemplo especialmente para los jóvenes, para cuantos vienen aquí y para quienes van a la montaña, a fin de pasar un periodo de merecido descanso. Ante un espectáculo tan extraordinario de la naturaleza, elevamos espontáneamente nuestro corazón al cielo, como el joven Frassati acostumbraba a hacer con frecuencia”.

El joven Frassati no es olvidado con el paso de los años. Desde 1996 el Club Alpino Italiano va  poniendo con su nombre una red de senderos de montaña por todo el país. En 2001, año del centenario de su nacimiento, se inauguraron los de Le Marche, Veneto y Lazio. Con este motivo ha nacido también una asociación, “L’Assotiazione Internazionale Sentieri Pier Giorgio Frassati”. De este modo, la figura de este joven italiano se mantiene viva entre los montañeros de este siglo en el que son tantas las personas que viven sus experiencias de montañas  por medio del senderismo tanto por antiguos caminos rehabilitados como por otros de reciente creación. Y ahora, ya como santo, será modelo de los muchos que amamos la montaña y acudimos a sus laderas siempre que nos es posible. 

Capítulo de la obra “Fascinados por las cumbres” publicado con el permiso del autor.

O autorPedro Estaún

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