Una nueva tragedia ha golpeado a la ya castigada comunidad cristiana de Nigeria. La noche del 13 al 14 de junio, un grupo yihadista perpetró una masacre en la localidad de Yelewata. El ataque, ejecutado con extrema violencia, dejó al menos 200 muertos, cristianos que se encontraban refugiados en un centro de desplazados gestionado por una misión católica. Muchos de ellos habían huido anteriormente de la violencia de grupos como Boko Haram.
Sin embargo, el drama humano que implica esta masacre no ha tenido el eco que cabría esperar en los medios generalistas españoles. De las cinco radios más escuchadas en nuestro país, solo dos dieron cobertura a la noticia. Solo uno de los cinco periódicos de mayor tirada le dedicó una noticia. Entre los cinco canales de televisión más vistos, únicamente uno informó del ataque. Y en cuanto a las grandes agencias de noticias, solo una de las cuatro principales recogió el suceso.
En contraste, la información fue ampliamente difundida en medios especializados en información religiosa y en portales alternativos. El silencio de la gran prensa contrasta con la gravedad de los hechos y plantea preguntas incómodas.
La comparación resulta inevitable. En el atentado de Bataclan, en París, murieron cerca de 90 personas. La cobertura mediática fue masiva, sostenida durante semanas, como es lógico ante una tragedia de tal magnitud. Pero ¿por qué 200 vidas segadas en África apenas encuentran un hueco en las portadas o en los noticiarios? ¿Vale más una vida occidental que una africana? ¿Influye la religión de las víctimas?
¿Cómo es posible que una masacre de esta magnitud no merezca la atención en la mayoría de los medios generalistas? ¿Se trata de un sesgo ideológico, cultural o religioso? ¿Qué pasaría si las víctimas fueran de otra religión, en otro continente, o si los asesinos no fuesen yihadistas? ¿Habría sido diferente la cobertura?
La falta de atención de los medios de comunicación mayoritarios no solo duele: inquieta. Porque cuando el periodismo se vuelve selectivo con la tragedia, pierde su capacidad de servicio público y se convierte en una fábrica de omisiones.
Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.