En su afán por estar presente en el mundo y llevar a cabo su misión de evangelizar a todos los pueblos, la Iglesia ha prestado una singular atención a los medios de comunicación, en especial a partir de mitad del siglo XX. Dentro de este vasto cuerpo magisterial, el pontificado de san Juan Pablo II fue especialmente prolijo e intenso, no solo en cuanto al número de textos o referencias, sino también en cuanto objeto de atención mediática, un fenómeno sin parangón hasta ese momento en la historia de la Iglesia. Así lo demuestran los encuentros regulares que mantuvo con profesionales de los medios de información y entretenimiento desde el inicio de su misión al frente de la Sede de Pedro y que perduraron hasta el final, como demuestra la convocatoria en Roma de los periodistas del mundo entero con motivo del jubileo del año 2000.
De igual modo, fue sorprendente su decisión de nombrar portavoz a un acreditado periodista y encargarle la profesionalización de la comunicación institucional del Vaticano. Por otro lado, destacan sus mensajes con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales y sus discursos a los miembros del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales. Todo este vasto corpus magisterial ha sido igualmente objeto de diversos estudios y compilaciones. En este artículo nos proponemos destacar las ideas más fundamentales
Un Papa mediático
A nadie escapa que san Juan Pablo II poseía unas cualidades excepcionales como “personaje mediático”, gracias a su bagaje teatral, su amplia cultura, su interés por los asuntos del mundo contemporáneo y su permanente atención –verdadera preocupación pastoral– a la gente de la calle (jóvenes, obreros, padres y madres de familia). Todo ello facilitó su “conexión” con los profesionales de los medios de comunicación, traducida en cercanía, respeto y admiración mutuos. Así lo expresa uno de ellos:
“Atleta y actor, el cuerpo es para él un medio de expresión y comunicación. Un instrumento valioso al servicio de la misión (…). Allí está uno de los secretos de Wojtyła como fenómeno mediático. Su carisma reside en la transparencia. Tiene un encanto personal que se expresa en su manera de mirar, de sonreír, de moverse. Una actitud tan cálida que seduce irremediablemente”. Incluso algunos de sus biógrafos menos favorables, como Berstein y Politi, reconocen que “Juan Pablo II fue el primer Papa en entender la era de la televisión, el primero en dominar el medio, en manejar un micrófono, el primer Papa que acostumbraba improvisar, que no temía actuar en público”.
Detrás de esta proximidad y cercanía, se esconde una convicción profunda sobre el papel que la Iglesia debe jugar en la sociedad contemporánea, donde los cristianos están llamados a ser protagonistas en la batalla por el alma del mundo que se juega sobre todo en los “nuevos areópagos”, entre los que destacan los medios de comunicación. Así lo señalaba específicamente este santo Papa: “El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola –como suele decirse– en una ‘aldea global’.
Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios. Quizá se ha descuidado un poco este areópago: generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristiana, mientras los medios de comunicación social se dejan a la iniciativa de individuos o de pequeños grupos, y entran en la programación pastoral sólo a nivel secundario”. Parece claro que san Juan Pablo II tenía una clara conciencia de este déficit y de la necesidad de solucionarlo desde un momento muy inicial de su etapa al frente de la Barca de Pedro. De ahí su iniciativa de profesionalizar la Sala Stampa y crear una nueva cultura de relación institucional con los medios de comunicación.
Dones de Dios
En consonancia con lo afirmado por la Iglesia en el último medio siglo, el Papa Wojtyła subraya el carácter positivo de los medios de comunicación, viéndolos como dones de Dios, que deben ser aprovechados para el bien: “Los medios de comunicación –afirma– son el billete de ingreso de todo hombre y toda mujer al mercado moderno, donde se expresan públicamente las propias opiniones, se realiza un intercambio de ideas, circulan las noticias y se transmiten y reciben informaciones de todo tipo. Por todos estos dones damos gracias a Dios…” La confirmación de esta realidad no responde únicamente al deseo de reafirmar el magisterio anterior; antes bien, es fruto de su propio convencimiento personal y de su experiencia pastoral.
Al mismo tiempo, en consonancia con el Magisterio, recalca la naturaleza instrumental de estos dones, que como tales pueden ser utilizados al servicio del hombre y de la sociedad o en contra de ellos. “La relación de la Iglesia con los medios de comunicación es compleja y requiere una reflexión constante –explica–. Por un lado, la Iglesia ve a los medios de comunicación social un potencial sin fin, no sólo para la difusión de información, la creación y la comunicación del arte y la cultura, la recreación y la mejora del espíritu humano, sino también para el crecimiento y fortalecimiento del reino de Dios. Al mismo tiempo, es dolorosamente consciente del daño que se puede infligir en los individuos y en la sociedad por el mal uso de estos instrumentos”. En estas palabras se condensan los otros principales aspectos que desarrolla en su magisterio y que comentaremos a continuación.
Agentes de socialización y culturización
Resulta significativo que en uno de sus primeros mensajes con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones (1980) san Juan Pablo II hiciera referencia al poder de influencia de los medios de comunicación “en el proceso de socialización de los jóvenes, facilitando una visión del hombre, del mundo y de las relaciones con los demás que, a menudo, difiere profundamente de aquella que la familia trata de transmitir”.
Y ese mismo año, ante la UNESCO, afirma: “Dado que estos medios son los medios ‘sociales’ de la comunicación, no pueden ser medios de dominación sobre los otros, tanto por parte de los agentes del poder político, como de las potencias financieras que imponen su programa y su modelo. Deben llegar a ser el medio de expresión de esta sociedad que se sirve de ellos, y que les asegura también su existencia. Deben tener en cuenta las verdaderas necesidades de esta sociedad. (…) Deben tener en cuenta el bien del hombre, su dignidad. No pueden estar sometidos al criterio del interés, de lo sensacional o del éxito inmediato, sino que, teniendo en cuenta las exigencias de la ética, deben servir a la construcción de una vida ‘más humana’”.
En efecto, no solo “la comunicación genera cultura”, sino que “la cultura se transmite mediante la comunicación”, como también señala. Aquí se fundamenta la cuestión crucial que subyace en el caso de los medios de comunicación, y es su poder de influencia social y cultural; o, dicho en otros términos, su papel de agentes de socialización y culturización. “Se trata de un fenómeno de vastas proporciones continúa afirmando–, sostenido por poderosas campañas de los medios de comunicación social, que tienden a proponer estilos de vida, proyectos sociales y económicos y, en definitiva, una visión general de la realidad, que erosiona internamente organizaciones culturales distintas y civilizaciones nobilísimas. Por su destacado carácter científico y técnico, los modelos culturales de Occidente son fascinantes y atrayentes, pero muestran, por desgracia y siempre con mayor evidencia, un progresivo empobrecimiento humanístico, espiritual y moral”.
Así, los contenidos transmitidos por los medios de comunicación –sean informativos o de mero entretenimiento– nunca resultan inocuos. Reflejan una determinada visión antropológica y sociológica. El propio proceso comunicativo es base para la creación de cultura, de una manera de ver y entender lo que nos rodea, y muy particularmente, al hombre mismo. De este modo lo recalca este santo Papa:
“La persona humana y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social; la comunicación debería realizarse de personas a personas, con vistas al desarrollo integral de las mismas”. “Porque los mass-media siempre responden a una determinada concepción del hombre, tanto cuando se ocupan de la actualidad informativa, como cuando afrontan temas propiamente culturales o se emplean con fines de expresión artística o de entretenimiento; y se los evalúa según sea acertada y completa esta concepción”.
Indudablemente, este influyente poder conlleva una grave responsabilidad moral, como el mismo Papa Wojtyła subraya: “Sabemos que los medios de comunicación social ejercen gran influencia en la formación de las conciencias y, en consecuencia, en el ámbito de la moral. Por ello debemos primero prestar atención al hecho de que los medios de comunicación ayuden a la gente a formar sus conciencias y actitudes morales de una manera que no sólo respete la ley de Dios, sino que también defienda la naturaleza humana, portadora de una innata e inalienable dignidad que debe ser respetada en toda circunstancia”. “Así, pues, sobre los contenidos hay que apelar siempre al sentido de responsabilidad de los comunicadores y al sentido crítico de quienes reciben la comunicación”.
Servicio a la verdad y al bien común
De lo dicho hasta el momento se desprende el estrecho y necesario vínculo que existe entre comunicación y verdad y, por tanto, entre comunicación y bien común. Es éste un aspecto que san Juan Pablo II quiso subrayar desde el inicio de su pontificado: la comunicación como servicio a la verdad y al bien común. Ya en un encuentro con profesionales de los medios de comunicación en México (1979), muy pocos meses después de haber sido elegido Papa, los llamaba “buscadores de la verdad”, y les exhortaba: “Servid ante todo a la verdad, a lo que construye, a lo que mejora y dignifica al hombre”.
Y ese mismo año, ante profesionales del mundo de la comunicación en la ONU, les confiaba: “Vosotros sois auténticos servidores de la verdad; vosotros sois sus incansables transmisores, difusores, defensores. Sois transmisores entregados, que promovéis la unidad entre todas las naciones al hacer que todos los pueblos compartan la verdad. (…) Sed fieles a la verdad y a su transmisión, porque la verdad perdura; la verdad no desaparecerá. La verdad no pasará ni cambiará. Y yo os digo (…) que el servicio a la verdad, que el servicio a la humanidad mediante la verdad, es una de las cosas más valiosas de vuestros mejores años, de vuestros sutiles talentos y de vuestra más esforzada entrega. Como transmisores de la verdad, sois instrumentos de la comprensión entre la gente y de la paz entre las naciones”.
Buscadores, transmisores, difusores, defensores, servidores… Es difícil encontrar una retahíla mayor de calificativos para describir el deber de los profesionales de la comunicación para con la verdad. En este sentido, resulta igualmente relevante otra intervención del año 1982, ante representantes de los medios de comunicación en Madrid. En ella subrayaba: “He pronunciado una palabra bien pensada: servicio. Porque, en efecto, con vuestro trabajo servís y debéis servir la causa del hombre en su integridad: en su cuerpo, en su espíritu, en su necesidad de honesto esparcimiento, de alimento cultural y religioso, de correcto criterio moral para su vida individual y social”. Y con acentos fuertes, aseguraba: “La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. (…) Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad”.
Se trata, en el fondo, de una diaconía, tal y como el propio san Juan Pablo II explica en la encíclica Fides et Ratio: “Entre los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la diaconía de la verdad”. Es esta una diaconía de la que también participan los medios de comunicación y el resto de agentes culturales. Así, llegar a afirmar: “si los medios de comunicación social son bien utilizados, constituyen una ayuda para llegar a conocer la verdad y liberarnos de la ignorancia, de los prejuicios, del aislamiento y de la violación de la dignidad humana, que se produce cuando los medios de comunicación son manipulados con el fin de controlar y limitar el pensamiento humano”.
Esta insistencia en la defensa de la verdad permanecerá inalterable hasta el final de su pontificado. No deja de ser revelador que se refiriera a ello de nuevo, en el Jubileo de los periodistas del año 2000: “En este gran viaje de la humanidad se manifiesta también la verdad de la persona humana, creada a imagen de Dios y destinada a la comunión eterna con él; y se manifiesta la verdad, que es el fundamento de toda ética y que estáis llamados a observar también en vuestra profesión (…): estáis llamados a consagrar vuestra profesionalidad al servicio del bien moral y espiritual de las personas y de la comunidad humana”.
Una profesión con trasfondo vocacional
A la vista de lo expuesto, es fácil entender la alta estima que san Juan Pablo II tenía por los profesionales de la comunicación. De ahí que calificara esa profesión como una “vocación tan actual y hermosa”, en beneficio de la “nobleza de la tarea” que llevan entre manos; “un servicio de incalculable trascendencia”, “una tarea en cierto sentido ‘sagrada’”. Por ello mismo, a ellos se refiere no solo como “servidores de la verdad” sino incluso como “dispensadores y administradores de un inmenso poder espiritual”. Y concluye: “No hay duda de que los mass-media son hoy una de las grandes fuerzas que modelan el mundo y que en este campo un creciente número de personas, bien dotadas y altamente preparadas, está llamado a encontrar el propio trabajo y la posibilidad de ejercer su propia vocación. La Iglesia piensa en ellos con afecto atento y respetuoso, y reza por ellos. Pocas profesiones requieren tanta energía, dedicación, integridad y responsabilidad como ésta y, además, al mismo tiempo, pocas son las profesiones que tengan tanta incidencia en los destinos de la humanidad”.
El mundo de los medios de comunicación ha experimentado una evolución exponencial en estas últimas décadas. Sin embargo, estas palabras pueden seguir inspirando a las nuevas generaciones de profesionales de este sector. Al fin y al cabo, la tecnología evoluciona, el mundo cambia, pero la naturaleza humana permanece.
Sacerdote. Doctor en Comunicación Audiovisual y en Teología Moral. Profesor del Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra.




