En Navidad la familia de sangre o la política pueden convertirse en el enemigo a batir. El campo de batalla, la mesa. El arma, la palabra. ¿Y cómo es posible esto, si se supone que en Navidad celebramos el nacimiento del Salvador; si es tiempo de abrir el corazón al prójimo, darse a los demás y ofrecer lo mejor de cada uno; momento de ser solidarios y ejercer la caridad con el lejano? La respuesta no es fácil, pero la verdad es que hay un gran contraste entre la realidad y lo que debería de suceder en estas fechas.
¿Cómo se ha cocinado esta inversión social? ¿Qué ingeniería social han obrado los que nos incitan al consumismo, nos influyen culturalmente, nos lideran socialmente y dirigen nuestro país? La respuesta es amplia. Parte del problema viene propiciado por la polarización, la politización y la fragmentación, que han ido transformando la sociedad. De tal manera que la vida se ha convertido en algo más que en vivir, en sobrevivir.
Parece que estamos en un gymkana diaria para pagar las facturas, llegar a tiempo al colegio de los hijos y a sus médicos, encontrar aparcamiento o entregar en tiempo y forma el último requisito para recibir una ayuda o evitar una multa. No hay tiempo para pensar, solo para el agobio. Y si además a eso le añadimos «el avance desolador de los cuatro modernos jinetes del apocalipsis (superpoblación, agotamiento de recursos, contaminación y cambio climático)», como dice Luri en su libro «Sobre el arte de leer», apaga y vámonos.
¿Cómo darle la vuelta a la tortilla sin que se desparrame?
Por un lado, reconociendo que hay muchas cosas que no dependen de nosotros, ya que somos frágiles, limitados y vulnerables, porque somos humanos. Y no tenemos el dominio de la humanidad en nuestras manos. Por eso la Navidad es un buen momento para rezar el comienzo de la conocida “Plegaria de la Serenidad”, oración que se atribuye al teólogo luterano Reinhold Niebuhr, que dice:
“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.
Es una buena manera de llegar a las “temidas” comidas de Navidad con otra actitud, no la de imponer, atacar, o devolver una afrenta. Si no la del que sabe que cambiar al otro no está en su mano. La del que no impone sus ideas sino que las propone, porque no tienen porque ser mejores y porque respeta la libertad y la conciencia del otro. Sin dejar de lado la serenidad del que que está en paz consigo mismo y por eso la transmite (¿se te ocurre mejor manera de evitar la guerra?) Y la del que se aleja del “cuñadismo”, porque mis respuestas no tienen porqué ser tus respuestas ante los mismos problemas.
Ahora bien, todo lo dicho, sin el descanso de nuestro cuerpo y nuestra mente, no lo lograremos. El sueño, el deporte, el silencio interior y el exterior, la lectura, compartir en familia salidas culturales o excursiones… permiten colocar las piezas de nuestra vida en su sitio.
También es tiempo de reinterpretar palabras y acciones pasadas para colocarlas en un ámbito de empatía. ¿Recuerdas el famoso anuncio de Coca Cola de 2003 que emocionó a media España? Un adolescente salía de intermediario entre su padre y su madre, transmitiendo reproches mutuos, yendo de la cocina al salón, y del salón a la cocina, por los pasillos de la casa. Hasta que abre una botella de la famosa bebida refrescante, y se le enciende la chispa, reinterpretando las palabras que se dicen los dos, transformándolas en piropos, que despiertan el aprecio y atracción que gozaron en el pasado, volviéndose a querer como lo habían hecho. ¿Y por qué no puede ocurrir lo mismo con un familiar con el que no nos hablamos? ¿Qué podemos hacer para restaurar relaciones que antes fluían?
El manual de supervivencia para estas navidades puede acabar siendo, en gran medida, lo que nosotros vayamos trabajando y rezando. De nosotros depende los puentes que tendamos, el olvido de lo que no merece la pena ser recordado y que acojamos con respeto y sensibilidad los gestos de los demás. Pero sobre de tener presente que Jesucristo vino a la tierra precisamente a esto, redimirnos con su amor. ¡Feliz Navidad!




