Recientemente, cuando se le preguntó al papa León XIV cuáles eran sus cuatro películas favoritas, respondió de forma bastante directa que eran «¡Qué bello es vivir!» (1946), «Sonrisas y lágrimas» (1965), «Gente corriente» (1980) y «La vida es bella» (1997).
Para contextualizar, esta pregunta le fue planteada el 15 de noviembre, durante un evento organizado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano, en estrecha colaboración con el Dicasterio para la Comunicación y los Museos Vaticanos.
En conjunto, las cuatro películas revelan una interesante conexión moral. Cada una de ellas se centra en la resiliencia humana y la afirmación de la vida frente al sufrimiento profundo. Sus protagonistas se encuentran en momentos de crisis emocional, social o existencial, o se enfrentan a la desesperación, la guerra, la culpa, la opresión, y se ven obligados a redescubrir el sentido de la vida cuando se les ha despojado de la estabilidad y la certeza.
Cada una de estas películas explora también cómo el amor y la responsabilidad hacia los demás, basados en la integridad moral, se convirtieron en la fórmula para que la vida recuperara su sentido. De este modo, promueve una resolución que celebra la dignidad de la vida. En lugar de elegir la desesperación o el suicidio, los personajes de estas películas muestran cómo se puede soportar el sufrimiento e incluso transformarlo a través de la familia, las relaciones con los demás, los sacrificios y la esperanza.
¡Qué bello es vivir!
En la película «¡Qué bello es vivir!», George Bailey, interpretado por el actor James Steward, se plantea acabar con su vida y se dispone a saltar a un frío río durante la Navidad. ¿El motivo? Años de sacrificios personales sin nada que mostrar a cambio y con su fuerza moral agotada debido a un mundo gobernado por el dinero. Sin tener culpa alguna, Bailey se enfrenta al riesgo de perder su casa, su riqueza, su reputación y ser considerado un padre fracasado, todo porque su socio comercial extravió accidentalmente los fondos de la empresa, necesarios para mantener su banco. Un ángel llamado Clarence, que toma forma humana, es enviado a Bailey para mostrarle cómo sería el mundo si él nunca hubiera nacido. Al ver que sus padres, su esposa y la comunidad local a la que había apoyado durante décadas estarían peor si él nunca hubiera existido, decide seguir viviendo.
En esencia, la película trata sobre la verdadera fuerza y el poder de la empatía en el contexto de la fraternidad social. Su mensaje central, «Ningún hombre que tenga amigos es un fracasado», sigue siendo una frase conmovedora y un firme recordatorio de la importancia de la amistad y el apoyo de la comunidad en momentos de dificultades personales o económicas.
Sonrisas y lágrimas
Al ver «Sonrisas y lágrimas», la mayoría del público la considera principalmente una historia sobre los valores familiares con el telón de fondo de los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, bajo su superficie familiar se esconde una forma silenciosa de resistencia social y moral, encarnada sobre todo en María, interpretada por la actriz Julie Andrews. No es solo una institutriz juguetona y de espíritu libre a la que le encanta cantar, sino una mujer que elige deliberadamente la alegría como un acto de rebeldía durante el sombrío período del Anschluss austriaco, cuando la Alemania nazi absorbe el país.
Los números musicales de la película se convierten en expresiones de la libertad humana y la integridad emocional, arraigadas en la calidez y la estabilidad de la vida familiar, lo que sugiere que, incluso en tiempos de miedo y oscuridad política, cantar juntos en armonía con los seres queridos puede mantener la esperanza y señalar una vida que vale la pena preservar.
Gente corriente
En «Ordinary People», la silenciosa angustia de la vida suburbana estadounidense se convierte en el escenario de una profunda meditación sobre el sufrimiento, la culpa y la necesidad humana de misericordia. La película sigue a Conrad Jarrett, interpretado por el actor Timothy Hutton, agobiado por el trauma de haber sobrevivido a un accidente de barco en el que murió su hermano mayor, y por la frialdad emocional que le acompaña a casa.
En última instancia, es una película sobre la necesidad de la verdad y la reconciliación. La curación solo comienza cuando se nombra y se comparte el sufrimiento y, al final de la película, el público comprende que, en la mayoría de los casos, la redención no es dramática ni triunfal, sino frágil y real.
En el caso de la película, el padre de Conrad aprende a amar a su hijo sin condiciones, mientras que Conrad aprende a aceptar su supervivencia como un regalo en lugar de como una culpa con la que tiene que lidiar. Recordando a los espectadores que la gracia a menudo actúa en silencio, con el tiempo y cuando respondemos positivamente a la verdad.
La vida es bella
«La vida es bella» se desarrolla en el contexto del horror del Holocausto, visto a través del prisma radical del amor paterno y el sacrificio personal. Guido Orefice, interpretado por el actor Roberto Benigni, es un padre judío que se enfrenta a un entorno de deshumanización sistemática no con negación, sino con un acto deliberado de imaginación moral. Transforma el campo de concentración en un «juego» para que su hijo pequeño pueda librarse del terror y la desesperación.
La película resuena profundamente con la teología del sufrimiento redentor: Guido acepta el sufrimiento libremente, no para escapar del mal, sino para proteger a los inocentes de todo su peso. Su humor, al igual que en «Sonrisas y lágrimas», es una forma de resistencia arraigada en el amor.
El poder de la película reside en su silencioso martirio. El acto final de Guido no es la supervivencia, sino la entrega total de sí mismo, reflejando la concepción cristiana de que el amor se demuestra no solo con palabras, sino con el sacrificio. La película afirma que, incluso en las circunstancias más impías, la dignidad humana puede preservarse a través del amor, y que la esperanza, cuando se basa en la entrega de uno mismo, puede convertirse en un medio de salvación para los demás.
En conjunto, la selección de películas del papa León XIV constituye una especie de silencioso programa moral para la era moderna. Ninguna de estas obras niega la realidad del sufrimiento, ni ofrece un escape a través del poder, la riqueza o la ideología.
En cambio, insisten en que el sentido se recupera a través de las relaciones, la responsabilidad y la entrega de uno mismo, a través de la fidelidad a los demás cuando las circunstancias hacen que esa fidelidad sea costosa. Ya sea George Bailey redescubriendo su valor a través de la comunidad, María resistiendo la tiranía a través de la alegría, Conrad aprendiendo que la verdadera verdad y el amor requieren enfrentarse al dolor, o Guido transformando el horror en un acto de sacrificio paterno, cada película afirma que la dignidad humana se preserva no mediante el control, sino mediante el amor.
Desde esta perspectiva, las selecciones del papa León reflejan una visión pastoral profundamente en sintonía con un mundo marcado por el aislamiento, la desesperación y el agotamiento moral. Sugieren que, en una época tentada por el cinismo y la fragmentación, la respuesta más radical sigue siendo la misma de siempre: elegir la vida, soportar las cargas de los demás y confiar en que incluso los actos de amor más discretos pueden redimir un mundo herido.
Fundador de “Catholicism Coffee”




