Nadie se levanta sabiendo que ese día te va a cambiar la vida, o que es último y vas a sufrir un infarto mortal con 50 años, sin ninguna dolencia cardiaca previa, como le sucedió a Mons. José Antonio Álvarez Sánchez, obispo auxiliar de Madrid, hace unos meses. O que vas a perder las piernas a los 26 años por un atropello múltiple, mientras descargas una furgoneta, como le ocurrió por esas fechas, en la calle Antonio López, a una trabajadora. O que vas a fallecer, junto a otras tres personas en el derrumbe de un edificio de la calle de las Hileras, también al poco de comenzar este curso.
Son hechos que te sorprenden y sobrecogen, porque la vida es pura novedad y ante esto poco o nada se puede hacer. O mejor dicho, lo que sí podemos hacer es aceptar y confiar en la inentendible voluntad de Dios. Estas desgracias madrileñas, y todas en general, nos revelan nuestra fragilidad, contingencia y exposición. Aunque ingenuamente vivimos, en muchos casos, como si esto no fuera con nosotros y nunca fuera a llegar nuestro fin. Es decir, como si no nos afectara en nada y estuviéramos por encima de la vida.
Pero no en todos los casos la muerte te sorprende, hay casos en los que la vida te lleva a caminar por un camino estrecho, sinuoso y cuesta arriba, que te acerca a tu final. Como si Dios quisiera que te fueras preparando con más detalle y detenimiento para la marcha al más allá. Este es el caso de otro madrileño, Fernando, un pintor autónomo, que ya no está con nosotros.
Fernando y la carrera contra la leucemia
Casi todos los domingos, Fernando, corría un “ocho a las ocho” (8 km a las 8 de la tarde) por Moratalaz con sus amigos y para luego quedarse al “post”, y contarse la semana con un agua con gas, una 0,0 ó un tercio, en la mano. Además, frecuentemente, participaba en carreras populares como la San Silvestre, la medía maratón o “Madrid corre por Madrid», con ese grupo de amigos corredores. Hasta que en 2023 llamó a su puerta la leucemia.
El shock fue mucho menos duro para él que para el resto, ya que tuvo el reprís para comenzar a correr pronto esta nueva carrera, por la “vereda de su sanación», gracias a su optimista actitud vital, acompañado por los mismos de todos los domingos, además de otros muchos amigos y familiares. Fue una época de mucha unión y esperanza, y estuvo muy acompañado y arropado, él y su familia.
En octubre de 2024 los “runners» le llevaron una estatuilla de la Virgen de Torreciudad, comprada tras unos días de curso de retiro en un casa cercana al santuario, que estuvo en la cabecera de su cama durante toda su estancia en el Hospital y a la que se encomendó. Lo que le llevó a aumentar su Fe, y su confianza en Dios y la Virgen, como decía en un testimonio: “Pensaba que estaba en la gloria, la virgen en mi cabecera, mis amigos rezando por mí, y mi mujer y mis hijos a mi lado dándome su cariño”.

Hasta que llegó la primera crisis de dolor, y en esa fase aguda Fernando pensaba: ”Hubo muchas noches oscuras donde el dolor se hacía insoportable donde la Fe se pone a prueba. ¿Dónde está Dios ahora? ¿Por qué la Virgen que está en mi cabecero no me ayuda? ¿De qué sirven mis oraciones si solo me alivia el fentanilo y la morfina, es decir, solo la ciencia te ayuda y los rezos no?”, como contó a posteriori a sus amigos.
“Sin embargo, el hospital tenía un arma secreta”, según decía Fernando… La visita diaria del capellán del hospital con la comunión, que solicitó, y las habituales conversaciones con este cercano sacerdote, que le llevaron a alcanzar una gran paz: “Me decía a mi mismo, mira qué suerte que el Señor me viene a visitar al Hospital igual que mis familiares o amigos”.
Esperanza junto a la Virgen de Torreciudad
Su devoción a la Virgen también le ayudó en los momentos duros…: “La ansiedad y el pesimismo empezaban a abrirse paso… Hubo días en los que no supe o no quise proyectar una imagen de alegría y paz a mi alrededor. Tuve días de alguna mala contestación a los que me rodeaban. Pero en este momento de mi estancia, en el que por la noche me quedaba solo, ya que mi mujer se iba a casa, me quedaba con la Virgen en mi cabecera y aprovechaba esos momentos para charlar con ella un rato. Tengo que confesar que, en algunos momentos, me echaba alguna bronca que provocaba que, de inmediato, llamaba a mi mujer para pedirle disculpas por mis malas palabras y todo arreglado”…
Con el tiempo Fernando mejoró y llegó a salir del hospital en enero de 2025. Sus familiares y amigos se alegraron y se esperanzaron al saber, tras un segundo trasplante de médula, que los resultados de las pruebas de control daban 0,00 en restos de células cancerígenas. Pero sólo fue un espejismo en medio del camino. Tras unos meses de mejora, comenzaron a aparecer de nuevo células malignas, que le llevaron a una fase en la que le aparecieron múltiples tumores, desperdigados por todo el cuerpo, que fueron combatidos con radio. Hasta que en julio, tras contagiarse de covid, se disparó la leucemia y los médicos perdieron el control de la enfermedad.
El 31 de julio ingresó en urgencias en el Marañón y tras alguna una prueba se confirmó que no había terapia posible para curarle, o medicamentos para frenar la enfermedad, solo quedaban los cuidados paliativos, como la sedación, que no eutanasia, que le practicaron en los últimos momentos. Falleció el 13 de agosto.
Fernando, como autónomo y emprendedor que era, se autoconfiguró como persona. Que le hizo fuerte y deportivo ante las dificultades. Y le enseñó a valorar lo que fue realmente importante en su vida: Dios, su familia y sus amigos. Ramón, una gran amigo de él, destaca la normalidad con que hablaba de sus terapias y de su visitas médicas, como si fueran gestiones normales de la vida diaria que no fueran con él, justo cuando estaba en los momentos más delicados, como contaba su amigo: “Esto último es muy difícil de encontrar en un moribundo que sabe que le queda poco». Fernando sigue presente entre los suyos, esposa, familia y amigos, sobre todo porque fue un modelo de coherencia en su vida diaria, quitaba hierro a su dolencia y vivía con mucha naturalidad, lo que para otro hubiera sido un drama. La conversación continúa con él.




