Vaticano

Bienaventurados los misericordiosos

Para Francisco, cada persona excluida era objeto de su amor. Si esa exclusión fuera o no su propia culpa no era una cuestión para él. El amor veía la necesidad, no el mérito.

Joseph Evans·6 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos
Papa sociedad

El Papa Francisco se reúne con invitados para almorzar en la Jornada Mundial de los Pobres el 13 de noviembre de 2022. (Foto CNS / Remo Casilli, Reuters)

El hecho de que uno de los últimos «pesares» del Papa Francisco fuera no poder lavar los pies a los presos de una cárcel romana dice mucho del hombre y de su corazón misericordioso. Según su médico personal, Sergio Alfieri, al Pontífice le habría gustado lavar los pies a los presos cuando visitó la cárcel el 17 de abril.

«Lamentaba no poder lavar los pies a los presos», dijo Alfieri en declaraciones al diario italiano Corriere della Sera. «’Esta vez no pude hacerlo’ —fue lo último que me dijo”.

No se trataba de un deseo al azar, como sabría cualquier católico. El lavatorio de pies forma parte de la ceremonia anual del Jueves Santo, en la que el sacerdote, imitando las acciones de Cristo en la Última Cena, lava los pies de algunos de sus feligreses como expresión de servicio y humildad.

Y, sin embargo, como cualquier sacerdote podría decir, no es una parte absolutamente obligatoria del servicio y puede omitirse, y más de un sacerdote lo hace con mucho gusto. Pero la visita del Papa a aquella cárcel era para él una cita anual, y lavar los pies a aquellos 12 presos elegidos era una parte esencial de la visita. De este modo mostraba su solidaridad con esas personas excluidas por la sociedad.

Para Francisco, cada persona excluida era objeto de su amor. Si esa exclusión fuera o no su propia culpa no era una cuestión para él. El amor veía la necesidad, no el mérito. Y así lo vivió Francisco.

Revolución de la misericordia

Tomemos, por ejemplo, su documento “Fratelli Tutti”, de 2020. Es un texto muy largo que a menudo parece más un grito de dolor que un documento papal (y la preocupación de Francisco por los pobres y los excluidos lo llevaba a veces a desvaríos justos, tan molesto estaba por la injusticia social). En un momento dado propuso algo que parecía casi utópico: «La decisión de incluir o excluir a los que yacen heridos al borde del camino puede servir de criterio para juzgar todo proyecto económico, político, social y religioso».

¿Puede alguien realmente vivir esto? ¿Puede un gobierno adoptarlo como política económica? Cada decisión, cada una, tomada en función de si incluye o excluye a los necesitados: si los incluye, luz verde; si los excluye, olvídalo. En estos tiempos de duro pragmatismo, se considera totalmente impracticable.

Y, sin embargo, ¿te imaginas si solo algunas personas vivieran esto? ¿Si alguna autoridad pública empezara a tomárselo a pecho? Se crearía una auténtica revolución social, precisamente una revolución de la misericordia. Así era Francisco. De un modo a menudo poco práctico, pedía y esperaba misericordia, confiado en que, de hecho, en la práctica, solo la misericordia puede transformar la sociedad para el bien.

Rezo para que, por intercesión de Francisco, este artículo inspire al menos a algunos lectores a adoptar esta política aparentemente descabellada, pero en realidad profundamente realista.

La Buena Nueva de la Misericordia

Seamos claros: el Papa Francisco no inventó la misericordia. Dios llegó primero. Incluso en las aparentemente duras páginas del Antiguo Testamento, la misericordia inspiraba todas las acciones de Dios hacia Israel y, a través de él, hacia la humanidad.

Los Evangelios son, ante todo, la buena nueva de la misericordia de Dios en Jesucristo, Dios hecho hombre para asumir sobre sí el castigo que merecíamos. Y a la manera de Francisco (¿o debería decirse que Francisco actuaba a la manera de Jesús?), vemos a Jesús tendiendo la mano a los excluidos, incluso cuando esto escandalizaba a los más «ortodoxos» y rigurosos.

Incluso entre los Papas, a la hora de proclamar la misericordia, numerosos pontífices se adelantaron a Francisco. Entre ellos destaca san Juan Pablo II, para quien la promoción de la misericordia divina fue una clave de su pontificado. El Papa polaco hizo todo lo que pudo para proclamar esta misericordia, en particular canonizando a la gran apóstol de la misericordia divina, santa Faustina, y promoviendo su mensaje.

Ovejas perdidas

Francisco era espontáneo y tierno de corazón (también, a veces, autoritario y errático, porque esto también era cierto), pero incluso sus decisiones más autocráticas procedían de un buen lugar: su sincera convicción de que al emprender una determinada acción estaba sirviendo a los necesitados.

Algunas de sus declaraciones arrojadizas escandalizaron a muchos, como su comentario «¿quién soy yo para juzgar?» en un avión procedente de Brasil en 2013, cuando le preguntaron por los homosexuales. «Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?», dijo a los periodistas. Francisco no trataba de alabar la actividad sexual entre personas del mismo sexo. Con su corazón misericordioso, simplemente reconocía que cada persona, fueran cuales fueran sus inclinaciones, e incluso a veces en situaciones objetivamente pecaminosas (un punto explicado maravillosamente en su “Amoris Laetitia” de 2015), todavía podía mostrar mucha bondad y apertura a Dios.

¿No nos enseñó esto Jesús en su encuentro con la mujer samaritana, ella con sus cinco maridos anteriores y su pareja actual, y que, aun así, fue capaz de anunciar a Cristo y de evangelizar a sus paisanos?

Era un hombre que buscaba ovejas perdidas. Esto hacía que pareciera que tenía menos tiempo para los que ya estaban en el rebaño. Por tanto, no es de extrañar que, en general, Francisco fuera más querido por los no católicos o los católicos no practicantes que por algunos practicantes que, en ocasiones, se sintieron heridos y, sí, excluidos por algunas de sus declaraciones y acciones.

Pero tenemos que recordar que la decisión de Dios de instituir el papado implica necesariamente una institucionalización de las limitaciones humanas y de la visión parcial. Aunque no era Papa, esto queda muy claro en san Pablo. Como Francisco, tenía un corazón enorme y, como Francisco también, su visión, a menudo parcial y unilateral, se respiraba en todo lo que escribió.

En cada epístola paulina no puedes evitar pensar: «¿pero qué pensaban los del otro bando? ¿Y quizá ellos también sentían que la apertura radical del apóstol los excluía?»

Al tender la mano a todos, Francisco sacaba de quicio a más de uno. Sus frecuentes arengas a los sacerdotes para que no convirtieran el confesionario en una cámara de tortura molestaban a muchos, especialmente a los sacerdotes que pasaban más tiempo confesando, con una verdadera preocupación por ser misericordiosos. Pero supongo que Francisco sentía que tenía que decir esto porque la sola idea de que alguien fuera herido por lo que debía ser el sacramento de la misericordia le dolía profundamente.

Tradicional

Francisco amaba la piedad popular y las devociones. Admiraba profundamente la piedad sencilla de la gente corriente. La inclusión de una mención a san José en todas las Misas de rito latino fue uno de sus grandes regalos a la Iglesia. Pero durante su pontificado, algunos de los nuevos movimientos y organizaciones laicales de la Iglesia, así como algunas nuevas órdenes religiosas, se sintieron menos que bienvenidos y, en ocasiones, bajo sospecha.

Pero también se trataba de misericordia, en parte para hacer frente a algunos problemas que Juan Pablo II, con su corazón misericordioso, había creado. Parece que Juan Pablo II, en su apertura a todo lo que consideraba bueno, fue en ocasiones demasiado acogedor con personas que más tarde resultaron ser problemáticas.

Benedicto XVI primero y Francisco después tuvieron que lidiar con una serie de nuevas instituciones cuyos fundadores habían cometido diversos actos de abuso, casos que, por desgracia, no fueron pocos. Creo que la posibilidad de que, bajo la apariencia de una ferviente espiritualidad, alguien pudiera ser víctima de abusos por parte de un lobo con piel de cordero hirió profundamente a Francisco.

Ante tales situaciones, el pontificado de Francisco pareció un tanto vacilante ante las nuevas realidades eclesiales.

Francisco y los laicos

El fomento de la sinodalidad por parte de Francisco —por mucho que a sus detractores les pareciera una gran tertulia— también procedía de un lugar de misericordia. Francisco tenía horror al clericalismo, por el que los clérigos se enseñorean de los laicos y los reducen a la pasividad, y hablaba contra él a menudo.

Alentó la santidad laical, también en su documento de 2018 sobre la llamada a la santidad “Gaudete et Exsultate”. Y el camino sinodal era precisamente un medio para fomentar una mayor participación de los laicos en la Iglesia, especialmente de las mujeres. En otras palabras, integrar más a quienes antes podían sentirse excluidos.

Del mismo modo, las medidas drásticas de Francisco contra las formas litúrgicas de rito antiguo surgieron de la misericordia. Al principio, trató de mostrarse indulgente con estas formas, pero probablemente sintió que había llegado el momento en que se necesitaba amor duro (y Francisco nunca rehuyó las decisiones duras): a veces la Madre Iglesia sabe más. Amor duro y también buena teología: en última instancia, la liturgia es una cuestión de obediencia a la Iglesia.

El próximo Papa

¿Qué necesitamos del próximo Papa? No me cabe duda de que los cardenales de ambos extremos estarán ocupados tratando de conseguir que su hombre ocupe el cargo. Mientras los liberales aspirarán a un Francisco con esteroides, los conservadores reaccionarios presionarán por un Papa que esperan que frene las reformas de Francisco.

Espero que prevalezca el sentido común y sobrenatural. Necesitamos un hombre que conserve todo —¡tanto!— lo bueno del pontificado de Francisco, incluida su visión eminentemente práctica de la fe como algo que hay que vivir y llevar a obras reales de misericordia, pero que también confirme a sus hermanos en la fe (Lc 22, 32).

Es una cuestión de tensión: Juan Pablo II y Benedicto XVI también alentaron la acción social. Pero Francisco la alentó especialmente. Espero y rezo para que el nuevo Papa siga alentando esto; yo, desde luego, necesito seguir oyéndolo. A menudo digo que, en cierto sentido, es fácil ser ortodoxo, tener ideas claras sobre la propia fe. Lo difícil es ponerlas en práctica en la vida cotidiana, de modo que el verdadero amor inspire nuestras acciones.

La Iglesia es la barca de Pedro, pero este barco a menudo se mueve más como un superpetrolero muy lento que como un yate ágil. Cambia de rumbo con lentitud y torpeza, y ningún Papa puede encapsular todas sus cualidades. Pero rezo por un Papa que nos dé la oportunidad de respirar, que cure las heridas también dentro de la Iglesia, que tienda la mano a las ovejas perdidas y, al mismo tiempo, haga que el rebaño más grande, y los pastores asistentes, se sientan valorados.

Y el nuevo Papa deberá tomar medidas para garantizar que lo que fue bueno en Francisco no se desvirtúe. Un ejemplo de ello es la mencionada vía sinodal que, a pesar de todos sus posibles beneficios, conlleva un gran peligro: en realidad, podría conducir a un clericalismo más profundo al reducir la participación de los laicos en la Iglesia a la intervención en comités diocesanos o parroquiales.

Así como los laicos católicos deben participar en las decisiones de la Iglesia, deben participar aún más en la vida cívica y social ordinaria, dando testimonio de Cristo y tratando de transformar la sociedad según los principios cristianos.

Quizá sea hora de ir más allá de las etiquetas izquierda-derecha y conservador-liberal en la Iglesia. No se es liberal por fomentar la misericordia radical y tender la mano a los marginados. Es lo que hizo Jesús. No se es conservador por enseñar fielmente la verdad: Jesús también lo hizo.

Si querer todo esto es pedir un milagro, pues eso es justo por lo que rezo. Y lo hago por intercesión de Juan Pablo II, de Benedicto XVI y, mucho, muchísimo, del amado Papa Francisco.


Este artículo se publicó originalmente en inglés en Adamah Media y se reproduce en Omnes con permiso. Puede leer el artículo original AQUÍ.

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