«Con esta carta deseo alentar en toda la Iglesia un renovado impulso en la profesión de la fe, cuya verdad, que desde hace siglos constituye el patrimonio compartido entre los cristianos, merece ser confesada y profundizada de manera siempre nueva y actual», comienza el Papa León XIV la Carta Apostólica «In unitate fidei», escrita con ocasión del 1700 aniversario del Concilio de Nicea y publicada poco antes del primer viaje papal a Turquía con motivo de esta efeméride.
En esta carta, no especialmente larga, el Papa compara los tiempos en los que se convocó el Concilio de Nicea, en el año 325, con la actualidad, señalando cómo aquellos momentos «no eran menos turbulentos» que los actuales.
El pontífice recoge los principales hitos históricos que dieron lugar a que el obispo Alejandro de Alejandría convocara a los obispos de Egipto y Libia a un sínodo para combatir las enseñanzas arrianas y que, posteriormente, el emperador Constantino llamara a «todos los obispos a un concilio ecuménico, es decir, universal, en Nicea, para restablecer la unidad. El sínodo, llamado de los “318 Padres”, se desarrolló bajo la presidencia del emperador: el número de obispos reunidos era sin precedentes».
Dios «ha salido a nuestro encuentro en Jesucristo»
El Papa desarrolla el debate que surge en este concilio y que se «debía a la necesidad de responder a la cuestión planteada por Arrio acerca de cómo debía entenderse la afirmación “Hijo de Dios” y cómo podía conciliarse con el monoteísmo bíblico».
En este encuentro, «los Padres confesaron que Jesús es el Hijo de Dios en cuanto es ‘de la misma sustancia (ousia) del Padre […] generado, no creado, de la misma sustancia (homooúsios) del Padre'». Una afirmación que se distingue por completo de la teoría arriana y que en la práctica, supone «reafirmar que el único y verdadero Dios no es inalcanzablemente lejano a nosotros, sino que, por el contrario, se ha hecho cercano y ha salido a nuestro encuentro en Jesucristo».
Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero
Seguidamente, León XIV pone el foco en la afirmación del Credo que reza que Dios es «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero». Explicando cada uno de estos puntos destaca: «El Concilio adopta luego la metáfora bíblica de la luz: ‘Dios es luz’ (1 Jn 1,5; cf. Jn 1,4-5). Como la luz que irradia y se comunica a sí misma sin disminuir, así el Hijo es el reflejo (apaugasma) de la gloria de Dios y la imagen (character) de su ser (hipóstasis) (cf. Hb 1,3; 2 Co 4,4). El Hijo encarnado, Jesús, es por ello la luz del mundo y de la vida (cf. Jn 8,12). Por el bautismo, los ojos de nuestro corazón son iluminados (cf. Ef 1,18), para que también nosotros podamos ser luz en el mundo».
Asimismo recoge como «el Credo afirma que el Hijo es ‘Dios verdadero de Dios verdadero’. El Dios verdadero es el Dios que habla y actúa en la historia de la salvación», «El cristiano», continúa León XIV, «es llamado, por tanto, a convertirse de los ídolos muertos al Dios vivo y verdadero».

El Credo no es una fórmula filosófica
El Papa ha puesto mucho énfasis en hacer vida el Credo, en esta carta apostólica: «El Credo de Nicea no formula una teoría filosófica. Profesa la fe en el Dios que nos ha redimido por medio de Jesucristo», destaca el pontífice, que recuerda cómo en virtud de la encarnación del Hijo de Dios «encontramos al Señor en nuestros hermanos y hermanas necesitados».
«El Credo niceno no nos habla, por tanto, de un Dios lejano, inalcanzable, inmóvil, que descansa en sí mismo, sino de un Dios que está cerca de nosotros», ha recordado el pontífice.
En este sentido, citando a san Atanasio, subraya que «habiendo llegado Él mismo a ser hombre, divinizó a los hombres. No se trata de que siendo hombre posteriormente haya llegado a ser Dios, sino que siendo Dios se hizo hombre para divinizarnos a nosotros».
Una divinización que, lejos de ser una auto-deificación del hombre, «nos protege de la tentación primordial de querer ser como Dios (cf. Gn 3,5). Aquello que Cristo es por naturaleza, nosotros lo llegamos a ser por gracia. Por la obra de la redención, Dios no sólo ha restaurado nuestra dignidad humana como imagen de Dios, sino que Aquel que nos creó de modo maravilloso nos ha hecho partícipes, de modo más admirable aún, de su naturaleza divina (cf. 2 P 1,4). La divinización es, por tanto, la verdadera humanización».
Camino de unidad y testimonio de vida
La carta concluye con una fuerte llamada a continuar y acrecentar el camino hacia la unidad con las otras confesiones cristianas.
En este sentido, León XIV recuerda que el «Credo niceno–constantinopolitano llegó a ser un vínculo de unidad entre Oriente y Occidente. En el siglo XVI lo mantuvieron también las Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma. El Credo niceno–constantinopolitano resulta así la profesión común de todas las tradiciones cristianas. Ha sido largo y lineal el camino que ha llevado desde la Sagrada Escritura a la profesión de fe de Nicea, después a su recepción por parte de Constantinopla y Calcedonia, y de nuevo hasta el siglo XVI y nuestro siglo XXI».
El Papa reitera, al finalizar la carta, la necesidad de que el Credo se haga vida en la vida de los cristianos sirviendo como guía de testimonio: «La liturgia y la vida cristiana están, por tanto, firmemente ancladas en el Credo de Nicea y Constantinopla: lo que decimos con la boca debe venir del corazón, de modo que sea testimoniado en la vida. (…) El Credo de Nicea nos invita entonces a un examen de conciencia. ¿Qué significa Dios para mí y cómo doy testimonio de la fe en Él?».
Junto a esta llamada a testimoniar el Credo con la vida, el Papa ha puesto el foco en la tarea ecuménica de la Iglesia. En este sentido, recuerda como «san Juan Pablo II prosiguió y promovió el mensaje conciliar en la Encíclica Ut unum sint (25 de mayo de 1995). Así, con la gran conmemoración del primer Concilio de Nicea, celebramos también el aniversario de la primera encíclica ecuménica. Ella puede considerarse como un manifiesto que ha actualizado aquellas mismas bases ecuménicas puestas por el Concilio de Nicea». León XIV ha querido hacer, en esta carta, una llamada a «caminar juntos para alcanzar la unidad y la reconciliación entre todos los cristianos», señalando además que «el Credo de Nicea puede ser la base y el criterio de referencia de este camino».
El Papa no esconde que este camino de unidad se «trata de un desafío teológico y, aún más, de un desafío espiritual, que requiere arrepentimiento y conversión por parte de todos. Por ello necesitamos un ecumenismo espiritual de oración, alabanza y culto, como sucedió en el Credo de Nicea y Constantinopla» para llegar, como destaca en esta Carta Apostólica, a «un ecumenismo orientado al futuro, de reconciliación en el camino del diálogo, de intercambio de nuestros dones y patrimonios espirituales».




