Javier Sánchez Cañizares (Córdoba 1970), profesor ordinario de la Universidad de Navarra, físico y teólogo, ha logrado sintetizar, en el libro que ahora presentamos, de modo admirable las intensas relaciones entre fe y ciencia en la actualidad y cómo interactúa el Espíritu, el alma humana y la realidad espiritual sobre la realidad material.
Es muy significativo el subtítulo que ha puesto a esta interesante obra: “Dios y el alma en el contexto de la ciencia contemporánea”. Efectivamente, el profesor Javier Sánchez Cañizares reconoce abiertamente la existencia del espíritu y, además, su capacidad de relación con la materia. Es más, señala: “lo que no se puede medir interesa mucho a la ciencia” (pág. 11).
El gran problema que el autor ha tenido para redactar este trabajo es tan sencillo como caer en la cuenta que “el libro de la ciencia está escrito con caracteres matemáticos” (pág. 34), de ahí la dificultad para poder divulgar, por ejemplo, la mecánica cuántica o las radiaciones ultravioletas.
Comprender lo complejo
A lo largo de la lectura de este apasionante estudio lo importante es no detenerse, aunque en algún momento el lector pierda el hilo del razonamiento. En ese momento hay que continuar y ya logrará retomar el hilo más adelante, pues tampoco hace falta entenderlo todo y en cada fórmula matemática. Conviene aprender a confiar en los científicos y en su modo matemático de razonar, sabiendo que entre ellos ejercen una crítica rigurosa y sin concesiones.
Enseguida, establecerá una interesante comparación entre los grandes sistemas para iluminarnos en las discusiones actuales: “Seguramente, el indeterminismo resulte el rasgo cuántico más propicio para una visión no reduccionista de la naturaleza, en claro contraste con las visiones mecanicistas que se basan en un universo determinista. Según el determinismo, el estado del universo en un momento concreto junto a las leyes naturales que gobiernan su dinámica determinan, de manera unívoca, el estado del universo en cualquier momento. Por el contrario, el indeterminismo cuántico parece dejar espacio a un tipo de actividad que va más allá de lo cuantificable y determinable por la física de modo mecanicista” (pág. 93).
Poco después añadirá: “el marco que nos brinda la mecánica cuántica podría estar indicando la compatibilidad y complementariedad del comportamiento de los agentes libres con las leyes físicas, que permanecen abiertas en su indeterminación fundamental” (pág. 94).
Además, nos explicará la complejidad de las posibles causas que intervienen en un proceso físico y, por tanto, la paciencia para llegar al “principio de razón suficiente” de modo que el hecho quede explicado (pág. 111). Y, por supuesto, cómo funcionan las teorías y modelos científicos (pág. 112).
Materia y espíritu
En la segunda parte del libro hablará de las “razones reales para una visión renovada”. Se tratará de aportar luces que eviten una visión rupturista y den paso a una visión integral del mundo de la materia y del espíritu en la perspectiva de la “naturaleza creativa” (pág. 143).
Es lógico que entre a fondo a la teoría hilemorfista de Aristóteles y su versión retocada y mejorada de Santo Tomás, con aportaciones de la propia física: “Podríamos describir la vida como una rebelión de los sistemas ante la tendencia general de aumento de entropía en el universo” (pág. 147).
Asimismo, también aportará conceptos de la propia teoría de la evolución en su versión actual: “La cuestión de fondo es que la presión selectiva del entorno también cambia porque el mismo entorno lo hace, aunque sea en escalas de tiempo mucho mayores. El resultado de éxito o fracaso, a corto o largo plazo, para una especie puede ser un asunto altamente no trivial y difícil de predecir” (pág. 149).
Enseguida, afirmará con toda claridad: “con la llegada del ser humano la evolución parece dar un salto gigantesco, de tal manera que ya no nos encontramos simplemente en una evolución aleatoria, en la que avanzamos por ensayo y error, sino que somos capaces de generar cultura, aprendizaje mediante la transmisión de ideas, lenguajes simbólicos, historia o sentido de trascendencia” (pág. 171).
El alma humana
Ante la pregunta directa sobre el origen del alma, nuestro autor responderá también de modo directo: “El hombre proviene completamente de la evolución y completamente de Dios: la evolución no es sino el modo en cómo se despliega la acción creadora de Dios. Que el alma humana sea creada directa e inmediatamente por Dios no significa que Dios irrumpa directamente en la temporalidad específica de la evolución, significa que el ser humano, portador de un alma inmaterial, es por este motivo sujeto de una relación directa e inmediata con Dios. Nuestras incomprensiones sobre cómo combinar la evolución y la creación provienen en último término de una comprensión defectuosa de la creación” (pág. 182).
Es interesante el concepto de “emergencia ontológica” que maneja nuestro autor, pero le dejaremos que lo explique: “mostraremos cómo la emergencia ontológica que hemos denominado ‘despegue de la inmaterialidad’, podría entenderse como un cambio ontológico en donde se revierte la tendencia del tipo de granulado que observamos en la emergencia de los sistemas naturales” (pág. 183).
En el último apartado acerca de cómo actúa Dios en el mundo, continuará en su enfoque desde la filosofía de la ciencia y el mundo de la física para recordar las nociones básicas de la teodicea: “Dios no emerge en la creación, Dios es eterno y no está sometido a la sucesión temporal, al cambio y movimiento típico del mundo natural en el que existimos” (pág. 213).
Posteriormente, nos recordará la dificultad del lenguaje para expresar cuestiones de una gran profundidad: “el reto está en articular esa causalidad divina, la actividad ad extra de Dios, con la causalidad natural o creada” (pág. 214). Es decir: “¿cómo entender la articulación de trascendencia e inmanencia en la actividad divina?” (pág. 216). Asimismo, añadirá: “¿cómo articular el ser creado, temporal, y el Ser subsistente y eterno, que se asemejan en la existencia y son desemejantes en casi todo lo demás” (pág. 217).