Émile Perreau-Saussine (1972-2010) fue sucesivamente profesor de Política y Estudios Internacionales en la Universidad de Cambridge y en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). Fue muy llorada su muerte prematura pues tanto su carrera académica, como sus publicaciones auguraban grandes avances en las ciencias humanas.
El trabajo que ahora presentamos, catolicismo y democracia, desea ser una verdadera síntesis de la historia del pensamiento político en la línea de la filosofía de la historia política en el más noble y amplio sentido. Al término de esta breve reseña el lector entenderá por qué no ofrecemos desde el comienzo una conclusión más desbordante.
Indudablemente, el planteamiento de este trabajo es absolutamente actual puesto que se plantea sin ambages la relación entre libertad y democracia y entre religión y democracia desde la revolución francesa hasta nuestros días.
Lógicamente, mientras leemos esta interesante lección de historia y de derecho y de teología no podemos menos de agradecer al autor la claridad de ideas para poder explicar algunos momentos de la historia, como fue la ruptura del Antiguo régimen, la antigua unión del trono y del altar y tomar el ejemplo de la separación de la Iglesia y del Estado desde el respeto muto y desde la plena aceptación del principio de libertad religiosa y del principio de libertad política de los cristianos de a pie que son los que construyen, con sus conciudadanos, la sociedad democráticas occidental.
Somos plenamente consciente que el Syllabus del beato Pío IX (p. 139) era una demostración clara de como la doctrina social de la Iglesia requiere constantes actualizaciones, pues siempre la inculturación de la Iglesia en cada momento de la historia requiere descubrir lo esencial y lo perenne y lo transitorio y efímero.
Lógicamente, nuestro autor, con gran agilidad y sencillez aprovecha para iluminar cuestiones que durante siglos fueron complejas y farragosas: “así es la historia y así se la hemos contado”.
Libertad, democracia y religión: un enfoque histórico
Al igual que hubo una época en la que parecía fundamental la confesionalidad del Estado para que la Iglesia tuviera libertad de acción y los medios materiales necesarios para evangelizar al pueblo cristiano y dinamizarlo para que fuera siempre bien hijo de Dios y de la sociedad, llegó también el momento de la desconfesionalización de las naciones según se iba imponiendo la democracia y avanzaba la secularización, y así como afirma el refrán alemán: “el aire de la ciudad hace libre al hombre”.
Émile Perreau-Saussine, centrará su discurso en el estudio y en la comparación del Concilio Vaticano I y Vaticano II subrayando la importancia del papado para iluminar las conciencias y la capitalidad de la acción libre de los cristianos corrientes que han de ser, como decía el Vaticano II, como el “alma de la sociedad terrenal”. Además, nuestro autor centrará la investigación en Francia y recientemente: “Francia conjugó las vidas políticas, religiosas e intelectuales con una energía poco común, confiriendo a los grandes acontecimientos de su historia una rara fisionomía” (p. 29).
Después de navegar por problemas como la constitución civil del clero, la desconfianza de la ilustración y el serio y complejo problema del jansenismo tratará del galicanismo: “La afirmación de la autonomía de lo temporal no implicaba la secesión religiosa. Francia seguía en la Iglesia universal y reconocía la autoridad de los concilios universales” (p. 68).
Enseguida aterrizaremos en la revolución francesa y su consecuencia fundamental: la radical separación Iglesia y Estado con la que Francia afrontará el siglo XX y las guerras mundiales (p. 176), llevando la fe al interior de las conciencias y, a la vez, con un despliegue inaudito de las ordenes y congregaciones religiosas en su trabajo tanto misionero, en los pueblos y ciudades y en territorios de misión y en el ejercicio de las obras de misericordia corporales y espirituales que llenaron Francia de instituciones que dinamizaron la vida de la Iglesia y de la sociedad.
A la vez, las miradas se dirigieron a Roma buscando orientación para las conciencias en la sociedad liberal, en el desarrollo industrial y en la doctrina social de la Iglesia. Evidentemente se desarrolló la ciencia, la industria y la técnica, pero el hombre necesitaba de Dios y de los sacramentos: “En un mundo en plena convulsión, el papado manifiesta la permanencia de una identidad firme. En un mundo que buscaba con dificultades su principio organizador, el papado aparecía como la cúspide de una jerarquía, una fuerza estable y organizada” (p. 108).
Secularización, laicidad y protagonismo de los laicos
Émile Perreau-Saussine arrancará la segunda parte de su libro estableciendo una comparación entre el laicismo intolerante y la laicidad liberal (p. 167), para terminar por estudiar el Concilio Vaticano II y concederle a los laicos cristianos el verdadero peso de la Iglesia cara al tercer milenio del cristianismo que estamos comenzando, no solo por la llamada universal a la santidad expresada de la Constitución dogmática “Lumen Gentium” (n. 11), sino sobre todo por la constitución “Gaudium et spes”, en donde pie a los laicos que iluminen el mundo desde dentro (n.43). lógicamente, para ello debían comenzar por superar el ateísmo basado en un racionalismo cientificista” (p. 175).
Es muy interesante que Émile Perreau-Saussine dedique un amplio espacio de su libro a estudiar un canon del Código de Derecho Canónico de 1983, en concreto el c. 285, § 3, que por cierto no estaba en el Código de 1917: “les está prohibido a los clérigos aceptar aquellos cargos públicos, que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil”. De ese modo queda claro que la actuación de los clérigos católicos en la vida pública debe dar paso realmente a los laicos y se evite todo clericalismo (p. 233). Un poco después afirmará: “La Iglesia se volvió menos clerical porque ya no sentía la necesidad de oponer el catolicismo de los clérigos a la corrupción laica” (p. 245). Es muy interesante la defensa de la libertad de enseñanza de nuestro autor (p. 253) e incluso la afirmación: “El Estado debe servir a Dios a su manera: legislando con justicia para l bien común” (p. 254).
Catolicismo y democracia




