El economista, David Jiménez Blanco (Granada 1963), especialista en banca de inversión y directivo de grandes empresas es, a la vez, un avezado historiador de épocas pretéritas de nuestra tierra y, con el trabajo que ahora presentamos, demuestra que la historia puede ser una segunda profesión u oficio pues, como decía san Josemaría, descansar es cambiar de ocupación, de modo que el lector comprobará que Jiménez Blanco ha estudiado y ha disfrutado mucho documentándose y escribiendo «Conversos».
Un título que puede inducir a error
En cualquier caso, comencemos por resaltar que el título de la obra resulta un poco engañoso, pues de su lectura es fácil colegir que el autor va a desarrollar un ensayo de teología de la historia para mostrar los procesos de conversión de los judíos de Sevilla, Valencia y Burgos en los años 1390-1391, cuando comenzaron a producirse abundantes conversiones del judaísmo al cristianismo en algunas de las grandes ciudades de Hispania.
Asimismo, por el subtítulo, se podría aventurar que íbamos a asistir a la “metanoia” o conversión interior del que fuera gran rabino de Burgos, Salomón Leví, el judío más importante de los reinos de Castilla y Aragón, al cristianismo y, pasado un tiempo, sería ordenado sacerdote y obispo para terminar por ocupar la sede arzobispal de Burgos, entonces también la más importante de Castilla.
De qué trata realmente
En realidad, el libro es una gran exposición y ambientación histórica de la convivencia de judíos, musulmanes y cristianos en tiempos del final de la reconquista, siglos XIV y XV, cuando los cristianos que vivían en la península ibérica se preguntaron intensamente acerca del porqué de la falta de conversiones de judíos al cristianismo y llegaron a la conclusión de que no se habían explicado bien.
Tanto los teólogos cristianos como el pueblo fiel, estaban convencidos de que, si lograban explicarse mejor era seguro que se convertirían en masa, como de hecho sucedió.
Efectivamente, desde los años cincuenta en que se publicaron las Actas de la “Disputa de Tortosa” (Antonio Pacios, CSIC-Instituto Arias Montano, 1957), conocemos muy bien la convocatoria del papa Luna, Benedicto XIII, y del rey de Aragón, Fernando I, a los grandes del reino Aragón, clero y nobleza, así como a los judíos de más alta consideración a asistir a una disputa pública durante casi dos años.
Durante sesenta y siete sesiones (1413-1414), mañana y tarde, se reunían a escuchar al mejor y más experto rabino en las promesas mesiánicas: el principal fue el rabí Albó (309) y al mejor escriturista católico del momento: Jerónimo de Santa Fe (302), para responder ambos a una sola pregunta: si Jesucristo había cumplido todas las profecías mesiánicas o no. Las Actas que todas las tardes se firmaban y sellaban tanto por los contendientes, como por las autoridades presentes, dan fe de lo intensas y serenas exposiciones por ambas partes.
Finalmente, el trabajo de Pacios recoge al final del libro, los ecos de la disputa de Tortosa: miles de judíos de toda clase y condición, se convirtieron y los más grandes del reino fueron, de hecho, apadrinados, por los reyes y los nobles tanto de Castilla como del reino de Aragón, como padrinos de bautismo y de confirmación y de matrimonio de aquellos cristianos nuevos.
Tres tipos de ciudadanos
Efectivamente, después de aquellos hechos, cabe resaltar que las crónicas afirman taxativamente la existencia en Castilla y Aragón de tres tipos de ciudadanos (si se puede hablar así en aquella época): los cristianos viejos, es decir, los de toda la vida, las familias que protagonizaron la reconquista de las tierras cristianas de Hispania que en el 711 sufrieron la humillación de la conquista como castigo de la desunión de aquellos nobles visigodos, algunos todavía arrianos, sin conversión, que claudicaron ante los musulmanes.
La segunda categoría serían los judíos que no habían recibido la gracia de la fe y del bautismo y que continuaron, por tanto, fieles a la ley de Moisés y bajo la protección del rey de Castilla, pues como decía el libro de las Partidas para perpetuar la memoria del pueblo deicida.
Finalmente, estaba el amplio y muy numeroso estamento de los cristianos nuevos, recientemente convertidos al cristianismo que aportaron sus talentos y el amor del converso y eso, lógicamente, se notará tanto en el ejercicio de la vida ascética, como de la mística y de la literatura, como se observará en el siglo de oro de la mística castellana del siglo XVI.
Críticas y calumnias
Al mismo tiempo, surgieron críticas desde ambos bandos. Por un lado, algunos cristianos viejos comenzaron a mostrar su malestar al ver que los cristianos nuevos —judíos conversos— accedían con rapidez a cargos importantes en la judicatura, los gobiernos locales, el ejército, el campo, la Iglesia e incluso la milicia. Ante esta situación, difundieron acusaciones de apostasía o de prácticas religiosas mezcladas con elementos del judaísmo.
Por otro lado, también hubo calumnias por parte de algunos judíos que, al sentirse traicionados en su fe, acusaban a los conversos de no ser ni buenos judíos ni auténticos cristianos, insinuando que su conversión había sido motivada únicamente por el deseo de abandonar la judería y ascender socialmente.
En este contexto, los Reyes Católicos, con el objetivo de lograr una unidad total en sus reinos —política, jurídica y religiosa—, solicitaron al papa Sixto IV la creación de la Inquisición en Castilla. Esta institución tenía la misión de investigar posibles conversiones falsas o casos de apostasía entre los nuevos cristianos, con la intención de restablecer la paz y la cohesión social. Sin embargo, al no lograr plenamente la unidad de fe, los monarcas tomaron una decisión equivocada: expulsar a los judíos de sus territorios. Fueron los últimos en Europa en hacerlo, y esta medida supuso una gran pérdida para toda la sociedad.