Cine

Alauda y sus domingos

Los Domingos es una película que desborda a su propia autora, como nos demuestra, entre otras cosas, la notable conversación pública que ha generado, no sólo en los principales medios de comunicación del país, sino también dentro de las familias y en entornos de trabajo.

Gema Pérez Herrera·23 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
sus domingos

Se ha levantado mucho revuelo con las recientes palabras de Alauda Ruiz de Azúa en los premios Forqué. Y mientras, su película Los Domingos sigue desatando interesantes debates y ha sobrepasado los 500.000 espectadores. Nada mal para una película española que toca el tema religioso.

Que no era una película complaciente con nadie lo sabíamos todos, que era una película respetuosa y honesta hacia las dos partes protagonistas en la historia – creyentes y no creyentes–, también; al igual que sabíamos que Alauda pertenece al grupo de los no creyentes y que se propuso superar sus sesgos y prejuicios a la hora de hacer esta película, lo que hace aún más valioso su logro.

Creo que Los Domingos es una película que desborda a su propia autora, como nos demuestra, entre otras cosas, la notable conversación pública que ha generado, no sólo en los principales medios de comunicación del país, sino también dentro de las familias y en entornos de trabajo. Alauda tiene sus propias opiniones personales sobre lo que narra, y está en todo su derecho, pero ha sido capaz de aparcarlas y de hacer un ejercicio de escucha admirable hacia el otro. Algo que ojalá hiciésemos todos con más frecuencia.

De lo que, a mi juicio, hablan esas palabras del otro día —algo torpes y atropelladas— es de una realidad lamentable: la falta de libertad en la cultura predominante, en la que la fe es mirada con sospecha y rechazo, y en la que muchos no perdonan a Alauda su negativa a posicionarse claramente contra lo religioso y la Iglesia. Basta con haber seguido esa conversación pública para advertirlo. Así, parece que la directora se ha visto impelida a declarar que, por supuesto, considera lo religioso un “adoctrinamiento”, lo que ha desconcertado y decepcionado a muchos de sus espectadores.

¿Ah, pero es que la tía Maite – que se opone a la decisión de Ainara– es un ser libre de creencias o doctrinas? “Ella cree en Dios como tú crees en el cambio climático”, le espeta su marido en una de las escenas de la película. Todos tenemos creencias, hasta ese ateísmo recalcitrante asentado en una firme “no creencia”. La clave es la naturaleza de cada fe y a quien elegimos creer. Y por supuesto, la libertad de cada uno para hacerlo.

Nadie obliga a Ainara a acabar en el convento, al contrario de lo que la tía Maite quiere que haga el padre de la chiquilla: no dejarla marchar. El descreimiento de nuestra cultura imperante le impide abrirse a la posibilidad de lo trascendente: se cierra a lo sobrenatural, a aquello invisible a los ojos del cuerpo pero esencial para el espíritu. Este es uno de los grandes temazos de nuestro presente. La película me ha parecido un diálogo entre esos dos mundos que conviven a día de hoy, y pivota en torno a una pregunta latente en cada fotograma: ¿Dios existe?

Si no existe, Ainara y esas “cuatro viejas” están locas de atar. Si sí existe, serán la tía Maite y el mundo materialista ateo quienes lo estén, al cerrarse herméticamente ante una realidad que parece que viene a dar sentido y a plenificar la vida humana.

Ya me lo hizo ver mi hermano cuando vimos juntos la película. Hay un instante de gran belleza cinematográfica y muy simbólico en el que se produce una última “mirada” entre las dos protagonistas, cada una en sus espacios: una vestida de blanco, alegre, entre su familia de sangre y la familia elegida, instalada en la certeza de un amor “incomparable”, palabra usada por la misma Alauda, en una de una entrevista en ABC, para describir el amor que dicen encontrar esas jóvenes con vocación. La otra, la tía Maite, baja la escalera oscura de una notaría, dominada por cierto rencor, para encontrarse en la calle con su familia (¿rota?). Algo parece que la remueve en medio de la “incertidumbre”, palabra también usada por Alauda, en el programa El cine en la SER, para describir el mundo en el que se mueven la tía Maite y ella misma; “en el que nos movemos la mayoría” concluye. 

Las dos protagonistas miran hacia atrás en los segundos finales, un detalle muy significativo, que me descubrió otra gran amiga cinéfila, y que completa las palabras de Alauda. La tía Maite parece que se encuentra con esas incertidumbres, y quizá con alguna certeza, en el seno de su propia familia, que es el otro gran tema de esta película y en el que no nos hemos detenido aquí. Ainara mira hacia Sor Isabel, que cierra la puerta. Y es que momentos de incertidumbre los tenemos todos, incluso los creyentes en el ámbito de la fe. En su libro Introducción al cristianismo, Ratzinger nos equiparaba a náufragos agarrados a una tabla en medio de un mar tumultuoso, donde cada uno elige apoyarse o no en la madera que le puede ayudar a alcanzar la Vida, pero todos transitamos por el mismo mar. 

Alauda, honesta como ha sido en su escucha de esa otra parte, y lista —listísima— como es, ha retratado fielmente, con mayor o menor consciencia, la vida que eligen unas y otras; y es ahí, al verlas, donde el público también elige qué creer, con todas sus consecuencias. Por ello, la película habla de manera tan distinta a cada uno de sus espectadores, es como la vida misma, y en el logro de reflejarlo reside lo que llamamos Arte.

Aquí radica una de las grandezas de Alauda y de su película, algo que no todo el mundo consigue, y que desde ciertos sectores se ha visto con recelo. Por eso quizá ha tenido que “matizarlo” ahora. ¿Y quizá también por un Goya que todos esperamos que gane y que podría peligrar si no lo hace? En fin, no quiero pensar mal, la admiro demasiado por la honestidad que demuestra en todas sus obras. 

Parece que Alauda ha podido ser más libre en su arte que en sus palabras. Esto nos dice mucho del mundo en el que nos encontramos, donde parece que hay más dogmas que los defendidos por la Iglesia católica. 

Mientras tanto… ¡Larga vida a Alauda y a su cine! que no solo nos maravilla, sino que nos hace pensar y dialogar.

El autorGema Pérez Herrera

Profesora de la Universidad de Valladolid y crítica de cine.

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