Cultura

El cristiano en la vida pública

El cristiano en la vida pública está llamado a ser una persona de diálogo: dinámico, flexible, abierto al cambio, pero no alguien que cambie por cambiar. Aunque estas palabras son relativamente fáciles de escribir, son difíciles de llevar a la práctica.

Leonard Franchi·14 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos

En este breve artículo, reflexionaré sobre cómo los universitarios católicos pueden encarnar la tradición intelectual católica en su vida profesional y personal. Para ello, debemos ser conscientes de lo que entendemos por tradición intelectual católica.

Para ser claros, la tradición intelectual católica se refiere al modo en que la comunidad cristiana se ha comprometido (y sigue comprometiéndose) con el complejo mundo de las ideas a través de la lente de la fe y la razón. Cuando los primeros cristianos trataron de alinear sus nuevas creencias, primero con el pensamiento judío y después con el mundo de la filosofía griega, nos estaban ofreciendo un ejemplo de las semillas de la tradición intelectual católica. Esta realidad histórica revela una Iglesia naciente, abierta al exterior, abierta al diálogo y que trata de enmarcar sus creencias fundamentales para que sean escuchadas y comprendidas por sus interlocutores. Harían falta muchos libros para ofrecer un tratamiento detallado de cómo la Iglesia ha seguido comprometiéndose en esta importante misión ad extra. Pensemos en particular en el surgimiento de las universidades europeas ex corde ecclesiae y en la medida en que las universidades contemporáneas, ya sean católicas o laicas, pueden ofrecer a la sociedad y a los individuos los medios para el desarrollo humano.

El fin de la universidad

Para mantener el foco en la universidad, es necesario también anclar nuestro pensamiento en el propósito de la universidad en la sociedad. ¿Es ante todo un lugar de credencialismo? ¿Cómo pueden colaborar los estudiantes y el personal para explorar objetivos comunes? De hecho, ¿es posible que el personal y los estudiantes compartan objetivos? Se trata de cuestiones importantes sobre las que hay que reflexionar seriamente. Aquí es donde un profundo compromiso con la tradición intelectual católica puede ayudar a los académicos católicos a contribuir de forma significativa a debates teóricos más amplios en instituciones tanto católicas como laicas.

Una cuestión que surge en el debate en torno a la tradición intelectual católica es si permite un margen suficiente para el ejercicio de la libertad académica individual. El discurso popular suele caricaturizar la creencia cristiana, y cualquier otra creencia religiosa, como algo restringido y limitador del importante ejercicio de la libertad individual. En esta visión del mundo, la religión es una carga que debe levantarse si se quiere apreciar y promover la libertad humana. La visión cristiana de la libertad, sin embargo, se centra en cómo la libertad consiste en tener la capacidad de hacer lo correcto y animar a los demás a seguir el camino de la virtud. No debe confundirse con un “derecho” autónomo a hacer lo que queramos, cuando queramos.

Cultura universitaria

El concepto de cultura intelectual ofrece un punto de entrada útil a éste y otros debates relacionados. La cultura, por supuesto, es un término muy comentado en revistas académicas y monografías. También forma parte del vocabulario más amplio de la sociedad: los entrenadores de fútbol tratan de integrar una determinada cultura en sus equipos, las empresas pueden enorgullecerse de su cultura colegial y ética, etc. Para el intelectual católico, la cultura tiene una raíz diferente: procede de la liturgia (cultus) y se refiere a cómo la liturgia debe ser la raíz y la inspiración de nuestra forma de amar, de las elecciones que hacemos y de la manera en que desarrollamos nuestras relaciones

Esto nos lleva, por supuesto, a otra pregunta: ¿cómo puede la liturgia ser una inspiración para el apostolado intelectual de la Iglesia? En primer lugar, y en términos generales, la liturgia es el culto público de la comunidad cristiana. Es el lugar donde los bautizados se reúnen para celebrar la bondad de Dios y recibir su gracia. Esto proporciona la inspiración para cada uno de los bautizados en el ejercicio de su vocación particular, el académico no menos que el comerciante. En segundo lugar, como la liturgia es un acontecimiento público y no una ceremonia privada para individuos seleccionados, tiene un desbordamiento natural en el mundo de las ideas, teorías, filosofías y similares. 

Pragmatismo y búsqueda de la verdad

Reflexionar colectivamente sobre estas cuestiones tiene consecuencias pedagógicas. En particular, abre la cuestión de cómo encontrar la verdad y comprometerse con ella. 

Una forma de avanzar es reconsiderar la relación entre ratio e intellectus como formas de conocimiento. La primera se refiere a cómo utilizamos la razón para valorar, discutir, evaluar; la segunda muestra un enfoque más contemplativo que reconoce los límites de la primera y trata de fundamentar nuestra búsqueda de sentido en una realidad más profunda. Es a través del intellectus que el académico cristiano, mediante el estudio orante y una mente abierta a lo trascendente, puede encontrar la luz que complementa el ejercicio de la ratio.

Explorar estas cuestiones nos lleva, casi inevitablemente, a la obra de san John Henry Newman sobre el intelecto. Como es bien sabido hoy en día, Newman se conformaría con la universidad como un lugar de pura cultura intelectual sin objetivos prácticos explícitos para el programa universitario. Si tal postura es defendible hoy en día es otra cuestión para otro momento. Newman también era consciente de que la mente iluminada por una cultura intelectual refinada no podía ser otra cosa que una influencia positiva en la sociedad en general. Esta es una dimensión importante del pensamiento de Newman, como lo es su insistencia en que no debe haber una brecha entre el estudio teológico serio y el ejercicio de la piedad.

Para avanzar en la línea del pensamiento de Newman, he aquí tres cosas en las que pensar mientras reflexionamos sobre el lugar del intelectual católico en la Iglesia y en la sociedad de hoy.

Demostrar en nuestro trabajo que todo lo que hacemos se lleva a cabo con la máxima calidad humana. Aprovechar los diversos recursos disponibles para la difusión eficaz de ideas.

Leer mucho y con frecuencia. Amar los textos clásicos y buscar nuevas obras y autores. Establecer relaciones profesionales con personas que intentan aportar algo significativo a los debates.

Tomar la iniciativa para contribuir de manera positiva al desarrollo de nuevas ideas. Estar presente al inicio, durante y al final de las conversaciones sobre políticas y prácticas.

Para terminar, refresquemos nuestra mente con unas palabras del Papa Francisco sobre por qué renovar nuestra dedicación al estudio de la historia de la Iglesia. En su reciente carta sobre este tema, el Papa Francisco dice:

“Un sentido adecuado de la historia puede ayudar a cada uno de nosotros a desarrollar un mejor sentido de la proporción y de la perspectiva para llegar a comprender la realidad tal como es y no como la imaginamos o preferiríamos que fuera. Dejando a un lado abstracciones peligrosas e incorpóreas, podemos relacionarnos con la realidad en la medida en que nos llama a la responsabilidad ética, a compartir y a la solidaridad”.

Los destinatarios de esta carta son principalmente sacerdotes y personas que se preparan para el sacerdocio. Sin embargo, sus palabras captan algo esencial sobre el estudio académico y cómo las ideas deben ser evaluadas de manera honesta. El intelectual cristiano debería tomarse a pecho estas palabras.

El autorLeonard Franchi

profesor de la Universidad de Glasgow y de la Universidad de Notre Dame, Australia

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