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«La tierra sometida»: la historia de pensamiento sobre ciencia y fe

Philipp Blom, en su libro "La tierra sometida" recorre la historia del pensamiento sobre la naturaleza, la razón y la relación entre Dios, ciencia y humanidad.

José Carlos Martín de la Hoz·27 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
La tierra sometida

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La relación del hombre con el mundo ha tenido diversas interpretaciones a lo largo de la historia y, sobre todo, actualmente tenemos una clara sensación de haber llegado tarde en el dominio despótico de la naturaleza, como si ya no tuviera arreglo y hubiéramos provocado un deterioro casi irremediable. En ese marco se mueve este extraordinario trabajo del historiador Philipp Blom siempre inteligente y con ideas para aportar al debate intelectual y a la ciencia histórica.

Eso sí, siempre hablará desde la historia de las ideas, con profundidad y rigor, a pesar de ser temáticas diversas y dispersas. Es muy importante la visita de Blom a la Sagrada Escritura y a la antigüedad clásica para comprobar el pecado de idolatría del pueblo judío (p. 63) junto al mandato de “someter la tierra” (p. 93).

La razón al servicio del dominio de la naturaleza

Respecto a san Agustín y su famosa aportación en el tratado “de bono matrimonii”, acerca de la concupiscencia, nos recordará Blom su origen en el maniqueísmo y en el neo-platonismo lo que explicaría “la obsesión por la sistemática griega, la oposición platónica a los placeres carnales y la paranoia maniquea” (p. 112).

Es particularmente interesante el estudio de Blom sobre uno de los padres de la ciencia moderna, Francis Bacon (1561-1626) contemporáneo de Montaigne (1533-1592), pero mucho más incisivo que él a la hora de someter la tierra con la razón instrumental (p. 186). Por ejemplo, en su “Novum Organum” nos dirá: “El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de esa naturaleza: fuera de ahí, nada sabe ni nada puede” (p. 187). 

El Bacon parlamentario acabó mal pero el “Bacon jurista y político fue un pensador productivo en sus conversaciones o en la correspondencia con otros eruditos” (p. 188). Por eso afirmará Blom: “la ambición de Bacon iba más lejos: no solo quería ser un servidor de la naturaleza: también aspiraba como Telesio, a dominarla aprendiendo, a conocerla de dentro hacia fuera” (p. 192).

Blom terminará esta pequeña síntesis del pensamiento de Bacon con una cita de Descartes para cerrar un capítulo que comenzó con la visión del racionalista sobre el alma animal (p. 178): “Descartes reconoció que su imagen de la naturaleza también se apoyaba en la opinión y los intereses de las masas, pero en sus libros la defendió hasta quedarse sin tinta: solo el hombre tiene alma; el resto de la naturaleza está compuesto  de autómatas no sintientes que han de servir al hombre, con ayuda de la razón, a llevar a cabo -dominándola- su misión divina” (p. 193).

Enseguida recalará en Baruc Spinoza (1632-1677) un autor tan vilipendiado en su época que casi no podía mencionársele en el debate intelectual por ser considerado “subversivo y  escandaloso” (p. 194), pues afirmaba que “Dios es la materia y las leyes de la naturaleza, y el mundo, en la legendaria formulación de Spinoza, es deus sive natura, Dios o la naturaleza, dos términos intercambiables” (p. 196).

Y más: “Como atento lector de Montaigne y de Bacon, de Telesio y de Descartes, Spinoza conocía los modelos de sus predecesores y desarrolló su argumento con una elegancia insuperable, como si Montaigne hubiera movido la pluma de Descartes. La naturaleza es un sistema infinitamente complejo cuyas leyes se soslayan y se tergiversan por ignorancia o codicia” (p. 198). Finalmente Spinoza quedó sepultado en el índice de libros prohibidos, “sin embargo, su labor se hundió bajo el movimiento general hacia el nuevo evangelio de la dominación científica y racional de la naturaleza, motor de nuevos profetas…”(p. 199).

Las cosas siguieron su cauce “La Ilustración nunca fue una escuela de pensamiento con dogmas vinculantes, aparte del acento que ponía en la razón, un optimismo de base y cierta tendencia elitista que, sin embargo, ya tenía caras muy diversas” (p. 208). Además, empezaron a diferenciarse diversas tendencias: “La ilustración racionalista y moderada de un Inmanuel Kant o de un Voltaire, un Thomas Hobbes o un Leibniz fue, para sus no pocos adversarios, un ataque al orden tradicional del mundo, aunque en realidad desempeñó también la función contraria, pues, en un mundo secular, infundió nueva vida a muchas ideas centrales de la tradición cristiano teológica” (p. 209).

Enseguida nos recordará Blom: “La mayoría de los ilustrados habían recibido una educación cristiana y esas ideas eran tan familiares para ellos y sus sociedades que les parecían la única estructura posible del pensamiento. Aunque los autores ilustrados atacaron dogmas cristianos, empleaban también argumentos e imágenes conceptuales de la tradición cristiana para reescribirlos a su manera” (p. 211).

Lógicamente, Philipp Blom debía dedicar un capítulo al terremoto de Lisboa el 1 de noviembre de 1755 que provocó miles de víctimas en esa ciudad y en otras cercanas y, además, el tsunami que todavía se llevó a otros miles de personas más y sobre todo, un amplio y enconado debate filosófico, científico y teológico acerca del mal físico y del mal moral (p. 219). La conclusión, para Blom, después de exponer los argumentos kantianos, de Voltaire o de Herder es la siguiente: “Lisboa llegó a ser sinónimo de la debilidad analítica de la religión racional. Al menos para la élite culta, el terremoto de 1755 fue un temblor intelectual” (p. 223).

Además, añadirá: “A fin de cuentas, tanto la aristocracia como la Iglesia derivaban su legitimidad de un mandato divino y de la gracia de Dios (incluso los calvinistas ricos habían aprendido a considerar que su prosperidad era prueba del favor de Dios, lo cual al mismo tiempo les permitió no sentirse responsables de los pobres). Por lo tanto, todo razonamiento que cuestionara el orden divino y alejara del trono y de la Iglesia la autoridad del saber y de la moral era en sí mismo un acto revolucionario” (p. 224).

Llegado a la sustancia de la ilustración nos dirá Blom: “Por una parte Kant llevó a sus contemporáneos a la desesperación en la medida en que su filosofía afirmaba que con la experiencia sensorial de la esencia del mundo era imposible percibir jamás nada y, por tanto, nada tampoco de una esperada verdad espiritual, es decir, de Dios, pero, por la otra, como Descartes con su res cogitans, creó un espacio que daba cabida al misterio y al Creador, un lugar que nunca se rozaría con la ciencia” (p. 226). 

La tierra sometida

Autor: Philipp Blom
Editorial: Anagrama
Páginas: 432
Año: 2025
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