María Victoria López-Cordón Cortezo, catedrática de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, acaba de unir su nombre y su trayectoria científica con una colección de “Españoles eminentes”, que sigue creciendo en intensidad y en extensión, pues son ya diez las grandes biografías que ha publicado Taurus con la Fundación March, bajo la dirección de Ricardo García Cárcel y Juan Pablo Fusi y, por supuesto, Javier Gomá.
En esta ocasión, tenemos ya a nuestra disposición la mejor biografía que se ha escrito sobre Diego Saavedra Fajardo (Algezares, Murcia 1584 – Madrid 1648), agente de Preces del rey de España ante la Santa Sede, secretario y colaborador de cardenales, embajadores de España y hombre de la diplomacia tanto en Madrid, Roma, Nápoles, como en Centroeuropa para poder llevar a cabo tareas de engranaje y coordinación en un mundo muy complicado como fue el que terminó con la Paz de Westfalia de 1648, fecha de su muerte.
Es interesante este siglo de consolidación de las grandes monarquías europeas tras la debacle de la atomización luterana de parte de Europa y la ruptura del Reino Unido con la Santa Sede.
La influencia salmantina
A la vez, no olvidemos que Diego Saavedra Fajardo había estudiado en Salamanca utriusque iuris y se había empapado del espíritu de la Escuela de Salamanca, pues Vitoria, Soto y Cano no solo lograron una reforma y actualización de la Teología que se vertió en las sesiones del Concilio de Trento y en sus constituciones dogmáticas, sino también en las grandes decisiones pastorales del Concilio, como la residencia episcopal, la constitución de los seminarios conciliares o la reforma de la espiritualidad que produjo una pléyade de santos en toda la Europa católica.
En Salamanca, Diego Saavedra Fajardo descubrió la dignidad de la persona humana que subrayaba Francisco de Vitoria y su aplicación al derecho de gentes, al derecho natural, tanto en el ámbito de la economía como del derecho.
Finalmente, no podemos olvidar que de Diego de Covarrubias -discípulo de Vitoria y de Martín de Azpilcueta- había dejado su cátedra salmantina y la Audiencia de Granada para ser obispo de Segovia y Presidente del Consejo de Castilla.
Gran versatilidad
El nombramiento de clérigos, tonsurado solamente en el caso de Saavedra Fajardo, para altos cargos de la administración del estado que desarrolló Felipe II, fue continuada por Felipe III y Felipe IV, en el tiempo de vida y actividad diplomática de nuestro humanista Saavedra.
Asimismo, Saavedra Fajardo era escritor y poeta, lo que se nota en sus composiciones que realizaba a ratos y que publicaba periódicamente, pero sobre todo en sus informes, que presentaba regularmente tanto en la Corte, como en la Santa Sede, en la embajada de España o en la secretaria del Cardenal Borja, a quien sirvió fielmente durante tantos años.
Diego Saavedra Fajardo fue un representante de “una generación” que leyeron a Tácito, Seneca y a Maquiavelo, para poder conocer lo que pensaban los antiguos de la ciencia política y, por supuesto, a los Boccalini, Lipsio, Mazarino, Quevedo y tantos otros contemporáneos que estaban preparando el despotismo ilustrado tras el final de las guerras de religión.
Periodo pre-ilustrado
Estamos en el momento de la pre-Ilustración europea, que suele situarse con la muerte de Descartes en 1650 y, por tanto, con el comienzo del racionalismo y su crítica a la filosofía realista que imperaba en Europa y su consecuencia inmediata, la desconfianza en la Iglesia y en Dios que se hará fuerte en el siglo de las luces.
Asimismo, la obra de Saavedra Fajardo, estará en relación con el final de las guerras de religión que tuvo lugar con la paz de Westfalia de 1648 y el asentamiento de la ruptura de la unidad de la fe cristiana en el concierto de las naciones.
Dentro de ese tratado de paz estaría el tratado de Münster, del mismo año en el que España reconocería la independencia de la República de los Países Bajos, que terminaría por convertirse en una potencia naval del comercio con la China y Japón.
No podemos olvidar que, desde la batalla de Lepanto coordinada por Felipe II, 1571, el peligro otomano se había alejado y los intereses europeos estaban más centrados en el mundo comercial con América y Asia que con las tradicionales rutas del mediterráneo.
Situación de España
En el siglo XVII, España habría perdido parte de su imperio en Europa, Países Bajos y Alemania, pero se mantenía fuerte con el monopolio del comercio con América y con Filipinas. La pugna con Francia seguía siendo habitual y tiene su punto de distensión con la paz de los Pirineos (1659), que proporcionará un respiro económico a Luis XIV y a su regente y a Mazarino.
Bien es verdad que para Felipe II y sus sucesores la presencia de España en el mundo significaba servir a la Iglesia católica y defender la verdadera fe frente a los reformados o a los infieles.
Es interesante como María Victoria López-Cordón Cortezo se ha detenido ampliamente a considerar la presencia de las obras de Tácito, el clásico historiador romano partidario del imperio. Tácito respetaba la libertad de los súbditos y la obediencia a las leyes del imperio romano y, mientras tanto, España deseaba ser firme defensora de los ideales del imperio y de la fe cristiana y del derecho romano.
En ese sentido hemos de resaltar que las obras de Tácito fueron editadas en aquellos años en todas las lenguas importantes europeas y leídas y comentadas en la cristiandad. Especialmente Lipsio (1547-1606), el humanista flamenco, cuando se convirtió al catolicismo promovió al pueblo junto a su monarca, según los dictámenes de la Paz de Westfalia de 1648 y los ecos clásicos del ilustre Tácito. Tomó del clásico latino el pragmatismo, el análisis frio y la razón de Estado.
Traemos a colación, finalmente, el trabajo de Boccalini (1556-1613) acerca de los comentarios a Tácito que circularon en manuscritos, algunos de los cuales se pueden consultar en la Biblioteca Nacional de España o en la edición impresa en italiano de 1677. Boccalini fue muy crítico con España como recuerda María Victoria López-Cordón Cortezo, pero admitía la legalidad de la presencia de España en Milán y Nápoles y, sobre todo, era partidario de la unidad de la cristiandad junto al Romano Pontífice.
Diego Saavedra Fajardo



