Una mujer tucumana llamada Mercedes del Carmen Pacheco (1867-1943), en plena juventud, escucha en los templos las consideraciones y explicaciones de las encíclicas del Papa León XIII (1810-1903) donde se advierten los graves peligros de aquellas horas. Las palabras del Pontífice son contundentes: “Fidelidad a Dios, unidad de la Iglesia y defensa de los derechos de los trabajadores, especialmente de los obreros”. Llena de ánimo y de fervor, movilizada por las palabras de León XIII, Mercedes Pacheco se convirtió en una ferviente discípula y ejecutora del mensaje papal en el corazón mismo de la provincia de Tucumán, situada en el norte de la Argentina
Con apenas 19 años se presentó a las autoridades eclesiásticas para ofrecer sus servicios, que se concretaron con el paso de los años en la fundación de la Asociación de la Enseñanza Cristiana (1890), que funcionaría en la catedral de Tucumán con tareas misioneras y humanitarias.
La influencia de León XIII
El 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII, atento a los cambios sociales de la época, sorprende al mundo con su encíclica Rerum Novarum, en la que aborda las penosas condiciones de vida de muchos de la clase trabajadora. Fue la primera carta social de la Iglesia y a partir de entonces se conoció a León XIII como “el Papa obrero”. La labor de la madre Mercedes en favor de la niñez desamparada, desde ese momento y hasta el final de su vida, fue incansable. Nunca permitió que los niños del asilo por ella fundado fuesen sirvientes de ningún avaricioso señor o señora.
Al crear el Instituto de Artes y Oficios de la Sagrada Familia en 1895, las palabras de la Rerum Novarum fueron su inspiración y su norte: “Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa” (n. 1). El Instituto, desde su fundación hasta el presente, tuvo como objetivo promover la dignidad de las personas mediante el estudio y el trabajo. Los ecos del bien común, de la justicia y de la equidad social, recuperados por el nuevo Papa León XIV, sucesor de nuestro querido Francisco, tienen un referente valiosísimo en esta sencilla y humilde mujer tucumana, a la que el Dr. Juan Benjamín Terán, uno de los fundadores de la Universidad Nacional de Tucumán, se refirió como “una santa”.
La prédica recurrente de Mercedes Pacheco era “hacer el bien sin hacer ruido”. Se trata quizá del gran desafío al que conduce el amor a Cristo, y nos deja un mensaje bien preciso en este siglo XXI alimentado por la publicidad inmediata en las redes sociales, la búsqueda de aprobación y vanagloria, y el interés por ocupar los primeros puestos en los foros mediáticos de una civilización narcisista. Mercedes transitó los caminos de su patria con un rosario en las manos y una convicción en su alma: el Reino de Dios debía ser un camino de entrega silenciosa a la niñez desamparada.
Una epidemia de cólera
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, una epidemia de cólera, que arrebató la vida de un tercio de la población de aquella región argentina, había dejado muchos menores huérfanos, que se añadían al alto número de niños ilegítimos. Las crónicas se refieren a “la niñez desamparada”, pues al parecer las familias acomodadas se negaron a recibir niños huérfanos que pudieran ser portadores de la enfermedad. Mientras la escena social abundaba en estas orfandades, la actividad valiente y tenaz de la madre Mercedes logró crear a partir del año 1895 el primer asilo de niños y niñas sin hogar de la provincia, escuelas de todos los niveles (incluido el nivel terciario), catequesis para obreros, atención espiritual y cuidado de los enfermos, talleres de artes y oficios, establecimientos asistenciales y educativos, guarderías maternas, cantinas maternales, escuelas profesionales y de manualidades, apostolado entre los indígenas.
Toda su actividad estuvo coronada siempre por la gratuidad y la preferencia hacia los más débiles de la sociedad. Comenzó en Argentina y se abrió a los países próximos Paraguay y Uruguay. La Congregación Hermanas Misioneras Catequistas de Cristo Rey fundada por la madre Mercedes Pacheco sería aprobada en julio de 1987 por san Juan Pablo II.
Camino de los altares
La madre Mercedes emerge como una respuesta histórica al dolor de su gente; diseñó y puso en práctica su sentido de la justicia y del derecho, un afán de hacerse eco de las bienaventuranzas evangélicas, sacudiendo marañas sociales de desidia, implementando un proyecto de rescate y reivindicación de los habitantes de las periferias existenciales al margen de las sociedades del confort y la abundancia. Como tan acertadamente expresaría la encíclica Fratelli Tutti (2020): “Entonces, ya no digo que tengo ‘prójimos’ a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros” (n. 81).
Ajena a los individualismos mezquinos, a la acumulación consumista de un mundo cerrado e indiferente, su figura resplandece y sus acciones interrogan a la sociedad actual que sigue olvidando a aquellos por los que Mercedes batalló toda su vida hasta el final. Pudo ver a Dios en los otros, como expresa bellamente el verso de Jorge Luis Borges en el Otro poema de los dones: “Por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad”.
El 24 de noviembre del año 2000, Mercedes del Carmen Pacheco fue declarada Sierva de Dios por el Papa Juan Pablo II. Durante la década siguiente se inició el estudio de varios milagros atribuidos a ella, con vistas a su beatificación. El lema “hacer el bien sin hacer ruido” define la vida entregada de la madre Mercedes a los más necesitados. Podría ser también un buen lema para la vida de cada uno de nosotros, pues muy a menudo en este mundo moderno nuestro se consideran más importantes la apariencia y el ruido que la realidad vital y el efectivo servicio a los demás.