Quisiera compartir cómo el testimonio de vida de una persona, Sara María Blandot, me ayudó a mirar de otro modo los últimos años sobre la tierra. Para ello, me apoyaré en los comentarios que hizo en una entrevista poco antes de fallecer.
En el ajetreo de la vida moderna, es común escuchar el anhelo por la jubilación, ese momento en que se espera que la vida recompense los años de trabajo con descanso y tiempo libre. Sin embargo, la historia de Sara María, una supernumeraria chilena del Opus Dei con un hijo sacerdote, es muy distinta.
Un jubilación para los demás
Aunque su vida fue muy fructífera, me gustaría ahora solo hablar de sus últimos años. A sus 80 años, Sara María seguía trabajando como consejera familiar para un banco. Con un horario fijo, atendía llamadas de empleados que buscaban orientación para sus familias. Su labor a través del teléfono le fascinaba, ya que “ayudas prestando oreja a alguien que difícilmente conocerías en persona pero que se puede transformar en una amistad profunda”, según sus propias palabras.
Ella creía que envejecer implica cumplir etapas de la vida tan ricas e importantes como la adolescencia, el matrimonio o la maternidad. “Esta es la etapa final de la vida, cuando ya sabes por qué viviste y hacia dónde vas y ves además, que te queda muy poco trecho”, afirmaba, subrayando la importancia de vivir bien esta etapa, con felicidad y en compañía de Dios.
En lugar de buscar únicamente el goce del tiempo para uno mismo, demostró la importancia de invertir tiempo en los demás, ajustando prudentemente las fuerzas con la experiencia acumulada a lo largo de los años.
Encontraba en la lectura, la música y la pintura pasatiempos que la acompañaban. Además, valoraba la compañía de los jóvenes, en contraste con la tendencia de algunas personas mayores a centrarse en sus dolencias y soledad.
Sara María también enseñó que los achaques y dolores pueden convertirse en una oportunidad para la oración y la ofrenda. “Es la oración de los sentidos del cuerpo que ya no puede hacer o salir a algún lugar, dar una clase o correr. Hoy el cuerpo me impide desplazarme con facilidad pero con la oración llego lejos”, confesaba.
Una abuela cercana
Más allá de su labor profesional, Sara María era una abuela 2.0, presente y comprometida con su familia, a la que consideraba la Iglesia doméstica. Reconocía la importancia de la transmisión de la fe a través de vivencias, encuentros, tradiciones y fiestas familiares. Ayudar a un nieto en sus estudios, escucharlo, aconsejarlo y mostrarle con el ejemplo la importancia de la oración y la comunión eran parte de su misión.
Como abuela de servicio continuo, Sara María se interesaba por mantener la amistad con cada uno de sus 14 nietos, adaptándose a las nuevas tecnologías como el celular y el correo electrónico. Su secreto era la voluntad: “ninguna relación humana se improvisa; es un trabajo constante mantener el contacto con cada nieto. Es vital saber en qué están, regalonearlos, escuchar sus alegrías y preocupaciones. Todo esto para comunicarles mis experiencias y el valor de la fe”.
Sara María se consideraba a sí misma como alguien a quien sus nietos podían recurrir, no solo en busca de consejos de vida, sino también en temas académicos. “Ahora estoy leyendo un libro de antropología para explicarle a uno de ellos sobre esta materia que le cuesta y que cursa en la universidad”, comentaba.
En sus últimos años, enfrentó la enfermedad aplicando sus propias palabras: la enfermedad como oración del cuerpo que permite llegar a más partes.
Puedo decir que el legado de Sara María Blandot me ayudó a encontrar el verdadero sentido de la jubilación y la importancia de vivir cada etapa con propósito y alegría.