En una Plaza de San Pedro con más de sesenta mil fieles, el Papa León XIV ha agradecido hoy a los religiosos y religiosas reunidos en el Jubileo de la Vida Consagrada, su “valioso servicio al Evangelio y a la Iglesia (…)”.
No os canséis de dar testimonio de la esperanza en las muchas fronteras del mundo moderno, sabiendo identificar con audacia misionera nuevos caminos de evangelización y promoción humana”, ha manifestado en italiano.
En la catequesis de la Audiencia, sobre ‘Jesucristo, nuestra esperanza’, monográfica del Año Jubilar, el Papa se ha centrado esta mañana en la exclamación de los discípulos de Emaús. Ellos dijeron al marchar Jesús: ¿No ardía nuestro corazón en nuestro pecho?” (Lc 24,32).
El Rosario por la paz
También ha aludido en numerosas ocasiones a la Virgen María al dirigirse a los peregrinos de diversas lenguas, hoy también en croata.
Por ejemplo, a los lengua inglesa: “Al saludar con especial afecto a los religiosos y consagrados que participan en el Jubileo de la Vida Consagrada, os animo a mirar a la Santísima Virgen María. Ella es ‘el modelo sublime de consagración al Padre, la unión con el Hijo y la apertura al Espíritu’ (Vita consecrata, 28). ¡Que Dios os bendiga a todos!”.
Y a los de lengua alemana: “Queridos hermanos y hermanas, el mes de octubre está dedicado a la oración del Santo Rosario. Por eso, os invito a todos a rezar cada día el Rosario por la paz en el mundo. Que la Santísima Virgen María os acompañe siempre.”.
El Resucitado se acerca en la oscuridad y en el sufrimiento
En su meditación sobre los discípulos de Emaús, una de las conclusiones del Papa ha sido ver al Señor en el dolor y en el sufrimiento.
En la Pascua de Cristo, “todo puede convertirse en gracia. Incluso las cosas más ordinarias: comer, trabajar, esperar, cuidar de la casa, apoyar a un amigo”, ha comenzado diciendo.
La Resurrección no resta vida al tiempo y al esfuerzo, sino que cambia su sentido y su “sabor”. (…). Sin embargo, hay un obstáculo que a menudo nos impide reconocer esta presencia de Cristo en lo cotidiano: la pretensión de que la alegría debe ser sin heridas”.
Incapaces de sonreir…
Los discípulos de Emaús caminaban tristes porque esperaban otro final, un Mesías que no conociera la cruz, ha señalado el Pontífice. “A pesar de haber oído que la tumba está vacía, son incapaces de sonreír”.
Pero Jesús está a su lado y, con paciencia, les ayuda a comprender que el dolor no es la negación de la promesa, sino el modo en que Dios ha manifestado la medida de su amor (cf. Lc 24, 13-27).
“Cuando por fin se sientan a la mesa con Él y parten el pan, se les abren los ojos. Y se dan cuenta de que su corazón ya ardía, aunque no lo sabían (cf. Lc 24, 28-32)”.
Ninguna caída es definitiva
Esta es la mayor sorpresa: descubrir que bajo las cenizas del desencanto y del cansancio siempre hay un rescoldo vivo, a la espera de ser reavivado, ha alentado el Papa.
“Hermanos y hermanas, la resurrección de Cristo nos enseña que no hay historia tan marcada por el desengaño o el pecado que no pueda ser visitada por la esperanza.
Ninguna caída es definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a permanecer abierta para siempre”.
Jesús viene en nuestros fracasos, en el dolor
A veces pensamos que el Señor sólo viene a visitarnos en momentos de recogimiento o de fervor espiritual, cuando nos sentimos con fuerzas, cuando nuestra vida parece ordenada y luminosa, ha reflexionado León XIV.
“En cambio, el Resucitado se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le es ajeno».
La alegría de recomenzar
«Pidamos, pues, la gracia de reconocer su presencia humilde y discreta, de no esperar una vida sin pruebas, de descubrir que todo dolor, si es habitado por el amor, puede convertirse en lugar de comunión”.
“Y así, como los discípulos de Emaús, también nosotros volvemos a nuestras casas con un corazón que arde de alegría. Una alegría sencilla, que no borra las heridas, sino que las ilumina. Una alegría que nace de la certeza de que el Señor está vivo, que camina con nosotros y nos da en cada momento la posibilidad de recomenzar”.