Vaticano

El Papa beatificará a mártires del nazismo y comunismo

El Papa reconocerá oficialmente el martirio de quienes sostuvieron su fe en medio de la barbarie nazi y la persecución comunista.

Javier García Herrería·24 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
Papa beatificará mártires del comunismo y nazismo

Mártires del comunismo y el nazismo ©Vatican Media

En un gesto solemne de memoria, el Papa León XIV ha aprobado el martirio —por odio a la fe— de once sacerdotes católicos víctimas de la persecución ideológica durante las décadas de 1940 y 1950. Entre ellos figuran los Siervos de Dios Jan Świerc y ocho compañeros, religiosos profesos de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco asesinados en los campos de concentración de Auschwitz (Polonia) y Dachau (Alemania) entre 1941 y 1942, y los sacerdotes diocesanos Jan Bula y Václav Drbola, quienes sufrieron el martirio entre 1951 y 1952 en Jihlava (entonces Checoslovaquia).

Los salesianos mártires

Los nueve detenidos y asesinados «in odium fidei» por su condición de sacerdotes. El 27 de junio de 1941, en el campo de concentración de Auschwitz, fueron ejecutados los sacerdotes Jan Świerc, Ignacy Dobiasz, Franciszek Harazim y Kazimierz Wojciechowski. Ignacy Antonowicz murió el 21 de julio de 1941 como consecuencia de los malos tratos sufridos aquel día.

El 5 de enero de 1942 falleció el sacerdote Ludwik Mroczek tras torturas y múltiples operaciones quirúrgicas. El 14 de mayo de 1942 fue fusilado Karol Golda en Auschwitz, tras acusaciones por administrar el sacramento de la confesión a soldados alemanes. El 7 de septiembre de 1942 murió Włodzimierz Szembek por malos tratos en Auschwitz.

Finalmente, el 30 de mayo de 1942, el sacerdote Franciszek Miśka fue asesinado en el campo de concentración de Dachau (Alemania) tras sufrir torturas y malos tratos.

Los mártires del comunismo

Paralelamente, el pontífice ha dado luz verde al reconocimiento del martirio de Jan Bula y Václav Drbola, sacerdotes diocesanos que fueron víctimas del régimen comunista checoeslovaco entre 1951 y 1952.

Václav Drbola fue ejecutado el 3 de agosto de 1951 en Jihlava como resultado de un juicio político. Jan Bula fue condenado y ahorcado el 20 de mayo de 1952, también en Jihlava. Ambos sacerdotes habían sido acusados sin fundamento de conspiración, vinculados al llamado “juicio de Babice”, un montaje estatal para criminalizar la actividad religiosa y la fidelidad católica.

La religiosidad en los campos

Auschwitz-Birkenau, símbolo del genocidio nacionalsocialista donde murieron 1,1 millones de personas (un millón de ellas judías), también fue un lugar de confinamiento para miles de católicos, principalmente polacos, gitanos y homosexuales. Entre 1940 y 1945, al menos 464 clérigos y 35 religiosas fueron deportados al complejo.

Pese a que las SS —una organización particularmente anticristiana— habían prohibido terminantemente toda actividad religiosa y la posesión de objetos de culto, la fe sobrevivió en la clandestinidad. El Museo Auschwitz-Birkenau documenta numerosos testimonios que revelan cómo los internos, arriesgando castigos severos (como 25 latigazos), lograron mantener viva su vida sacramental.

Se celebraron Misas clandestinas (especialmente en Dachau, con hostias y vino introducidos secretamente). En Auschwitz se realizaron confesiones discretas, a menudo junto a las paredes de los bloques, proporcionando «profundo alivio y consuelo» a los reclusos.

Las comadronas del campo, con permiso de las madres, bautizaban a los recién nacidos que apenas tenían posibilidades de sobrevivir. Incluso se celebró un matrimonio con un sacerdote prisionero bendiciendo a la pareja a través de la alambrada que separaba los campos.

Los internos también formaban grupos para rezar el rosario en octubre o realizaban las devociones de mayo en alabanza a la Virgen María.

Esta vida de fe, impulsada por figuras como el padre Maximiliano Kolbe (que confesó a Władysław Lewkowicz) y la comadrona Stanisława Leszczyńska (quien bautizó a Adam y a muchos otros niños), no solo ofreció consuelo a los moribundos, sino que demostró la fortaleza del espíritu humano frente a la barbarie. La fe, en el corazón del campo de exterminio, fue un testimonio de la inseparabilidad de la vida espiritual de la persona.

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