Una conferencia del Dr. Saif El Islam Benabdennour (Mequinez, Marruecos), presidente del Foro Abraham, en la Fundación para la Cultura Islámica y la Tolerancia Religiosa (FICTR) en Madrid, y la reciente visita del Papa León XIV a Turquía y Líbano, han propiciado esta entrevista.
En la conversación, el Dr. Benabdennour menciona algunos desafíos ante los que se encuentra el mundo, como las guerras y las olas de desplazamientos masivos. Y considera que ante este panorama, “el diálogo intercultural y la cooperación internacional no son opciones voluntarias, sino necesidades urgentes para afrontar los retos del siglo XXI”.
También señala que “el diálogo interreligioso es hoy más necesario que nunca, pero exige realismo, paciencia y una pedagogía de la escucha”.
Al final hablamos del viaje del Papa León XIV a Turquía y Líbano, una visita que el profesor ha seguido como musulmán con interés.
Sobre su conferencia sobre tolerancia y diálogo, ¿cuál ha sido el contexto y el motivo?
– La conferencia ha tenido lugar en un contexto de promoción del entendimiento entre culturas y religiones, organizada por una institución comprometida con el diálogo y el respeto (FCTR de Madrid). Es un esfuerzo de Foro Abraham para tender puentes. El motivo principal de la conferencia ha sido reflexionar sobre la importancia de la educación y la cultura para fortalecer las relaciones entre personas de distintos orígenes.

Se ha referido usted a la crisis y la caída del mito del progreso inevitable. ¿Puede explicar un poco su reflexión?
– Cuando se habla de las “crisis de nuestro tiempo” y de la caída del mito del progreso inevitable, nos referimos a la idea, muy extendida durante los siglos XIX y XX, de que la humanidad avanza siempre hacia un futuro mejor gracias a la ciencia, la tecnología y el crecimiento económico. Según ese mito, cada generación viviría mejor que la anterior y la historia tendría una dirección claramente ascendente.
Sin embargo, señalamos que esa visión optimista ya no funciona. Las crisis actuales —sociales, económicas, ecológicas, culturales y tecnológicas— muestran que el progreso no es automático ni está garantizado. La humanidad avanza en algunos aspectos, pero retrocede en otros: aumenta la desigualdad, crece la polarización social, se debilitan los vínculos humanos y se generan nuevas formas de violencia simbólica y cultural. Además, el desarrollo tecnológico, que tenía que liberarnos, forma parte del problema. Muchos lo utilizan como herramienta de desinformación o control.
En este contexto debemos repensar el progreso, no como algo inevitable, sino como una tarea humana que exige responsabilidad, compromiso y estar en alerta permanente. El progreso no sucede solo: se construye a través del diálogo, la cooperación, la educación y la capacidad de corregir nuestros propios errores. Solo entendiendo esta complejidad podemos hacer frente a las crisis de nuestro tiempo.
¿En qué sentido ha citado a Walter Benjamin, Hannah Arendt y Michel Foucault?
– He citado a Walter Benjamin, Hannah Arendt y Michel Foucault para iluminar distintos aspectos de las crisis contemporáneas y para mostrar que los desafíos actuales no pueden entenderse solo desde la economía o la política, sino que requieren una reflexión profunda sobre la cultura, el poder y la condición humana.
En resumidas palabras, citamos a estos tres pensadores porque cada uno ofrece una clave para entender nuestro tiempo.
Benjamin critica el mito del progreso. Arendt subraya los peligros de la deshumanización. Mientras que Foucault critica las nuevas formas de poder y control en la sociedad contemporánea.
En el mismo sentido, podemos hablar del pensador español Jovellanos, cuyo análisis sigue vigente cuando afirma que un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción. En conjunto, permiten comprender por qué el saber y el diálogo no son solo ideales, sino respuestas necesarias a las crisis actuales.
¿Es correcto decir que usted ha repasado el panorama mundial, y que menciona problemas como las migraciones causadas por crisis climáticas y humanas?
– Sí, es completamente correcto. El mundo se encuentra ante desafíos que atraviesan las sociedades de los cinco continentes. Entre los fenómenos más relevantes, podemos destacar las guerras, las olas de desplazamiento, que no solo responden a conflictos políticos o económicos, sino también a las crisis climáticas, cada vez más graves. Estos desplazamientos masivos no son hechos aislados, sino un síntoma global de un mundo interconectado pero profundamente desigual.
Ante tal panorama, el diálogo intercultural y la cooperación internacional no son opciones voluntarias, sino necesidades urgentes para afrontar los retos del siglo XXI.

¿Qué significa pasar de una tolerancia pasiva a una tolerancia activa?
– Aquí proponemos superar la visión tradicional de la tolerancia como una actitud meramente pasiva, entendida como “permitir” o “aguantar” lo que es diferente. Esta forma de tolerancia no genera convivencia real, ni relaciones de respeto auténtico. Es una tolerancia frágil que puede romperse fácilmente en situaciones de tensión.
La sociedad contemporánea necesita avanzar hacia una tolerancia activa, que implica reconocimiento del otro como otro; se trata de reconocer su dignidad, sus derechos, su visión del mundo y su contribución a la comunidad. La diferencia no es un problema, sino un valor. En este sentido, recordamos la afirmación de José Cadalso, el pensador español en el siglo XVIII: “El verdadero patriotismo no consiste en alabar todo lo propio y condenar todo lo ajeno”.
La tolerancia activa exige hablar y escuchar, participar en conversaciones reales. No es silencio ni indiferencia, sino comunicación y apertura. No se trata solo de evitar el conflicto, sino de trabajar por la convivencia, por un espacio compartido donde se pueda convivir con justicia, igualdad y respeto mutuo.
La tolerancia activa supone intervenir cuando se detectan injusticias. Es una postura ética: no basta con no ser injusto; es necesario oponerse a la injusticia.
¿Ha podido seguir el reciente viaje del Papa León XIV?
– Aquí tenemos que subrayar el significado de que un Papa visite países de mayoría musulmana. La visita tiene un valor simbólico claro, porque demuestra que la confianza entre religiones es posible, y da un mensaje de normalidad frente a discursos que asocian Islam, cristianismo y conflicto. Podría interpretarlo como un paso más en la “normalización del Otro”.
El Papa habló precisamente de acogida, dignidad y solidaridad. Esto se podría relacionar con la idea de que las religiones deben ser puentes para construir humanidad compartida, no barreras.
¿Cómo ve el diálogo interreligioso ahora?
En cuanto a la situación del diálogo hoy en día, se puede decir que hay avances. Existen países de mayoría musulmana que fomentan el diálogo. Marruecos, Qatar, Arabia o Emiratos. Podemos citar el encuentro de líderes religiosos de Astána, Kazajstán. Una referencia desde hace años.
Pero no hay que olvidar los riesgos de polarización política, la instrumentalización de las religiones, los discursos extremistas en ambos lados. Tenemos que llevar el diálogo auténtico al terreno de la práctica.
He seguido como musulmán el viaje del Papa con interés. La visita es un gesto importante hacia la convivencia y el respeto entre religiones. El diálogo interreligioso es hoy más necesario que nunca, pero exige realismo, paciencia y una pedagogía de la escucha.



