Cultura

Francesco G. Voltaggio: “Sin la Iglesia, no se entiende la Escritura”

Entrevista a Francesco G. Voltaggio, uno de los expertos que han trabajado en la nueva edición de la Biblia editada en castellano conjuntamente por Biblioteca de Autores Cristianos y San Pablo.

Maria José Atienza·5 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 8 minutos
voltaggio biblia

El sacerdote italiano presentó en Madrid “La Biblia. Escrutad las Escrituras”, junto a Giacomo Perego, y el coordinador de la edición en español, Pedro Ignacio Fraile.

Se trata de una novedosa y completa edición de la Sagrada Escritura concebida para acercarse a la Palabra de Dios de manera integral: con la mente, la razón y la oración.

Poco antes, Voltaggio mantuvo una conversación con Omnes en la compartió su experiencia como habitante en Tierra Santa y experto en Sagrada Escritura, la importancia de la lectura orante de la Biblia en la vida cristiana o la urgencia de recuperar en la Iglesia una iniciación cristiana que haga entender la unidad de la Palabra de Dios, los sacramentos y el misterio de la Iglesia en su totalidad.

 ¿Cómo nace “La Biblia. Escrutad las Escrituras”?

–Este proyecto nació de una propuesta de la editorial San Pablo junto con algunos miembros del Camino Neocatecumenal aunque en esta Biblia han participado muchos biblistas, o sea, es un trabajo eclesial. Se pensó en una biblia que sea científica, para estudio, pero también pensada por la scrutatio de las Escrituras o lectio divina, para la lectura orante de la Escritura.

Por eso, contiene introducción general, que da los principios para leer la Biblia. Junto a esto, contienen unas notas técnicas sobre la historia, la historia de la salvación y también la geografía de la salvación; además de prestar atención a los principales descubrimientos arqueológicos en Tierra Santa.

Otra de sus características es la presencia de 380 notas temáticas, que apuntan a los temas principales de la Escritura, y para los que se ha recurrido tanto al trasfondo griego como de la tradición judía y también, claro, de la interpretación de los Padres de la Iglesia.

En este sentido, contando con sus diferencias, hay un punto en común clave en la interpretación judía rabínica y la interpretación patrística de los padres de la Iglesia que es que la escritura es una fuente inagotable.

La exégesis moderna y contemporánea dio pasos importantísimos, pero a veces llega a un callejón sin salida intentando llegar a la intención del autor, que es importante, claro, pero nosotros sostenemos que, más allá del versículo o hay una persona viva que nos habla. Yo escruto las escrituras, pero al final, es Cristo quien a través de su Palabra me escruta a mí. Es un encuentro vivo. Esta característica de fuente viva e inagotable es lo que queremos subrayar a través de esta obra.

La interpretación de la Biblia es uno de los grandes “temas”. En este sentido, ¿cómo se interpreta la Palabra de Dios sin caer en el personalismo interpretativo?

–Hay muchos puntos en común entre la tradición judía y la cristiana y, especialmente, la católica. Entre otras cosas, la importancia de la tradición porque hay que entender que la Palabra no es un texto muerto. Para los judíos y después para los Padres de Iglesia y los católicos, no se puede separar la escritura de la tradición. La sola scriptura es algo inconcebible para los judíos, porque este libro es fruto, ante todo, de una experiencia viva, existencial, de personas y después de un pueblo. En el caso del Antiguo Testamento, del pueblo judío.

En el caso del Nuevo Testamento, además del pueblo judío, el pueblo cristiano que nace. Dios no nos ha entregado un escrito mudo sino una experiencia, una revelación que después se ha cristalizado en un escrito entregado a un pueblo y que ha sido transmitida de generación en generación.

Los autores del Nuevo Testamento recibieron un texto vivo, revestido de todos los ornamentos de la interpretación oral. Hay diferencias, claro, entre la tradición judía y nuestro concepto de tradición, pero esto es muy parecido.

Para nosotros, los católicos, Cristo se ha revelado en la Escritura y en la Tradición. Esto es importantísimo. La segunda cosa es que sí hay una gran diferencia que es una novedad. Para los católicos el judaísmo no es “otra” religión respecto al cristianismo, pero hay una novedad clave, Cristo. Pero no es un “opcional”, sino que, como se entiende en el Apocalipsis, Cristo es cordero que puede abrir el libro sellado. Este libro sellado no es sólo la escritura, sino que es también la historia. Cristo es la clave, la llave para entender toda la Biblia, el que puede “abrir” este libro a todos. Esta es la novedad más grande.

La tradición, en la Iglesia Católica, es muy importante porque la escritura es ya interpretación; no es que cada uno la interprete como le plazca, -aunque sea verdad que la escritura es una fuente inagotable-. La escritura es entregada a una comunidad. En el caso del Nuevo Testamento, a la Iglesia. El magisterio de la iglesia es garante de que esa escritura no sea malentendida o incluso totalmente mal interpretada hasta la herejía. Son dos componentes que parecen estar en tensión, pero no están en contradicción.

La Biblia. Escrutad las Escrituras

Autor:: Pedro Ignacio Fraile (coordinador)
Páginas: 3024
Editorial: BAC – San Pablo
Año: 2025

Siguiendo esta lógica de pensamiento, la Biblia, ¿es motivo de unión o de separación?

–Depende. Puede ser motivo de gran unión o de gran separación. Como la religión. La religión es un motor para el bien porque mueve a tantas personas, pero también puede ser utilizada para el mal: las guerras de religión o incluso las diferencias entre los propios cristianos o católicos.

Pero la Biblia leída con el espíritu abierto a la voluntad de Dios no puede sino unirnos. Ha sido así con los judíos y con las otras confesiones cristianas.

Entre los padres del desierto había peleas sobre la Biblia y en este sentido, hay un cuento sobre dos hermanos que ven un pájaro: uno lo ve blanco y el otro negro. Comienzan a discutir hasta casi matarse y, al final, se dan cuenta que es el diablo quien hace ver a uno el pájaro negro y al otro blanco. Tiene mucho significado porque el demonio es un gran exégeta. Cuando tienta a Cristo lo hace citando perfectamente la Escritura: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden’, y también: ‘Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra’” (Lc 4, 9 – 12). Esto es un ejemplo muy claro de cómo algo tan bello como el conocimiento de la Biblia puede ser instrumentalizado.

Yo también he tenido mis polémicas en conferencias con rabinos, claro, porque me interrogan. Entonces es clave mantener la caridad y también hablar no solamente de lo que nos une sino también de aquellas cosas en las que podemos no estar de acuerdo, y hacerlo no con el espíritu de imponer la verdad al otro, sino de proponerla.

¿Cómo podemos unir la Palabra de Dios a la vida sacramental propia de un cristiano, incluso en aquellos sacramentos que tienen “menos” presencia de la Escritura?

–No hay sacramento sin Palabra. Es imposible, porque la palabra es un signo visible de una gracia invisible, pero a través de la palabra. Pienso que es esencial recuperar en todos los sacramentos el poder de la Palabra. Esto sin una iniciación cristiana y sin una comunidad viva no es fácil. Por ejemplo, en el sacramento de la reconciliación, que vamos a confesarnos individualmente con el sacerdote y ya.

Eso está muy bien, pero sería muy bueno recuperar, en algunos momentos, la celebración comunitaria de la penitencia con confesiones individuales. Ahí encontramos una comunidad que escucha la Palabra y, después, cada uno se confiesa individualmente. Es una celebración que potencia también esa dimensión comunitaria de reconciliación, que era muy clara en los primeros siglos de la Iglesia, por ejemplo, en el catecumenado cuando alguno había pecado de manera grave, era excluido y después acogido en la comunidad con misericordia.

La Palabra tiene que ser celebrada. Escrutar individualmente la Escritura está bien, pero hay que tener en cuenta que la Biblia no fue entregada primariamente para ser estudiada de manera individual sino para ser proclamada.

El locus ideal de la Palabra es la Liturgia de la Iglesia.

El Libro del Apocalipsis, de hecho, comienza “Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía”. Es la comunidad la que recibe la Palabra, la interpreta, se ayudan a entenderla unos a otros.

¿Qué diferencia hay entre un católico que lee la y conoce la Biblia y otro que no?

–En Jerusalén vivo en un ambiente árabe, tanto musulmán como cristiano y judío. Pienso que es una lástima que los musulmanes conozcan el Corán de memoria, o los judíos, especialmente los ortodoxos, están siempre meditando, rumiando, la escritura, también algunos de los protestantes. En este sentido, el Concilio Vaticano II ha hecho un trabajo maravilloso habla de las dos mesas del cristiano: la mesa del Pan y la mesa de la Palabra: la Santísima Eucaristía y la Palabra de Dios. Sobre la santísima Eucaristía, gracias a Dios estamos muy concienciados, pero no pocas veces nos falta la segunda mesa. Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia volvió a retomar la centralidad de la Palabra, pero es un camino largo porque lo que falta en general es la iniciación cristiana.

En los primeros siglos de la Iglesia, en el catecumenado era muy importante la sagrada Escritura; los padres de la Iglesia conocían el Antiguo Testamento a fondo y lo veían cumplido en Cristo. Eusebio de Cesarea, que escribe el Onomastikom, menciona más lugares del Antiguo Testamento que del Nuevo. Sin embargo, hoy nosotros, los peregrinos cristianos visitamos casi exclusivamente los lugares del Nuevo Testamento.

Recuperar la iniciación cristiana en toda la Iglesia es una misión una misión porque hay que ser iniciados. Dicen los judíos que la palabra de dios es como el vino. Al principio, cuando uno saborea el vino al no entiende nada, no distingue. Esto pasa también en la lectura de la Escritura.

Leer la Biblia no es fácil. Hay quien lo hace y el Señor les ayuda, pero sin la Iglesia no llegamos a entender de verdad la Palabra. La Iglesia es la que da esa iniciación, la que te introduce en la palabra como algo vivo. San Jerónimo responde a esta pregunta de manera clara: “Desconocer las escrituras es desconocer a Cristo”.

¿Qué falta a un creyente si no tiene un conocimiento de la Biblia, aunque sea poco? Le falta el conocimiento de Cristo. Por eso a veces también la fe se vive como algo aburrido, monótono porque le falta dinamismo, creatividad, ese algo de inagotable.

A mí me gusta mucho el versículo del Salmo 62 que dice “Dios ha dicho una cosa, y he escuchado dos”, ¿cómo así?, podemos preguntarnos, porque es tan rica que es así. Cuando te formas en el camino de la fe te das cuenta que hay tantos tesoros que, que Dios mismo es un tesoro tan grande, tan inagotable, que podemos solamente sumergirnos en el misterio de Dios y de la Palabra.

Usted vive en Tierra Santa, conocida como “el quinto evangelio”. ¿Cómo se perciben en aquella tierra esas huellas de la Encarnación?

–La expresión quinto evangelio sobre Tierra Santa es de Pablo VI y es una expresión maravillosa. Nuestro patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pizzaballa utiliza además otra expresión que dice que Tierra Santa es “el octavo Sacramento”. Claramente sabemos que los sacramentos son siete, pero, en este sentido ocurre lo que le pasó a Carmen Hernández, la coiniciadora del Camino Neocatecumenal, quien explicaba cómo a ella, que había estudiado Teología, cuando vivió un año en Tierra Santa “las escrituras se le abrían”.

Es así, el contacto con los lugares santos, con el pueblo de Israel, todavía vivo, que es el pueblo judío; el contacto con el mundo árabe, semita…, con las iglesias orientales, los idiomas primitivos, la liturgia madre de la Iglesia de Jerusalén., todo ello conforma un humus a través del que accedemos más profundamente a los tesoros de la revelación y de la Iglesia.

En este sentido, ¿qué importancia tiene para un cristiano ser consciente que Dios ha formado parte de la Historia?

–Es esencial. Sin historia nuestra fe se reduce a una filosofía, o a un moralismo –que es un gran peligro– o a una gnosis. No podemos dejar de recordar que la revelación es histórica, que Dios se ha revelado a través de un pueblo concreto, en un tiempo concreto, en un lugar concreto.

En hebreo hay una palabra עוֹלָם (olam) qué tiene dos significados. Uno de dimensión espacial y otro de dimensión temporal. Quiere decir “mundo”, “universo”, pero también “siglo”, “eternidad”. Es decir, en hebreo hay una palabra que exprime el espacio y el tiempo. No es casualidad que Albert Einstein fuera hebreo.

Hay que entender que la Biblia es historia, pero no es crónica. No es historiografía en el sentido moderno, sino que es historia y, al mismo tiempo, anuncio de salvación. Historia y kerygma. Historia y teología indisolublemente unidas. Claramente hay detalles históricos historiográficos en la Biblia que, algunas veces son impresionantes pero la arqueología no viene a decir que la Biblia tiene razón en todo, como tampoco viene a decir que no tiene razón en nada.

Hemos de entender que la Biblia es verdaderamente Palabra de Dios y verdaderamente palabra humana. Es el infinito que se revela en lo finito. La Biblia contiene más de lo que dice, porque en palabras humanas contiene el infinito. Es una analogía con lo que es Cristo, Dios y hombre, una dimensión totalmente divina y, al tiempo totalmente humana. Este acceso a la humanidad es lo que nos facilita la arqueología. Conocer el ambiente, el idioma, la filología, los lugares donde vivió Cristo, donde se materializó la historia de la Salvación, nos permite llegar más al mensaje divino.

Podemos llegar a Dios a través de la humanidad y más nosotros, los cristianos. Ya en el Antiguo Testamento, Dios “pone su tienda entre los hombres”, entra en la historia, y de manera plena en la Encarnación de Cristo.

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