Cultura

La Creación visible Grisalla de el Jardín de las Delicias. El Bosco

Damos inicio a una nueva serie de artículos mensuales que buscan entrelazar la riqueza del arte con la profundidad de la catequesis. Comenzamos esta primera serie con una reflexión sobre la creación, tema fundamental del Catecismo de la Iglesia Católica. En cada entrega, abordaremos aspectos claves de la fe cristiana a la luz de obras artísticas significativas.

Eva Sierra y Antonio de la Torre·20 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos

Este artículo ofrece primero una explicación técnica de El Jardín de las Delicias de Jheronimus van Aken, explorando su composición, simbolismo y contexto histórico. Analizaremos cómo el pintor utilizó el color, la perspectiva y los detalles para crear una obra tan fascinante y compleja. En un segundo apartado, se abordará el cuadro desde una perspectiva catequética, reflexionando sobre los mensajes espirituales y teológicos.   

COMENTARIO ARTÍSTICO

En el tercer día, Dios creó la tierra seca, los mares, las plantas y los árboles. En el primer y segundo días ya había creado la luz y los cielos. 

El tríptico cerrado muestra la visión de El Bosco del final del tercer día de la creación: una esfera cristalina flotando en las tinieblas; la luz y la oscuridad son los causantes de la tonalidad grisácea que nos revela árboles y vegetación brotando a la vida, dispersos en el paisaje. 

En la esquina superior izquierda, se muestra a Dios creando el mundo. En la parte superior de ambos paneles, las inscripciones “Ipse dixit et facta sunt” y “Ipse mandavit et creata sunt” tomadas de los salmos hacen referencia a su poder omnipotente.

Utilización de la grisalla

La escala de grises utilizada es conocida como grisalla, por la cual una imagen se ejecuta completamente en tonos de gris, modelados para crear la ilusión de escultura, especialmente relieve. 

Esta técnica fue popular para las alas exteriores de los polípticos en el norte de Europa en los siglos XIV y XV. Muchos pintores italianos y flamencos querían demostrar la superioridad de la pintura sobre la escultura en términos de su capacidad para representar figuras tridimensionales, en un momento en que se debatía cuál de las dos formas de arte debería considerarse la más alta en términos de realismo. 

La técnica de la grisalla contribuía a demonstrar que la pintura puede engañar al ojo para ver una forma tridimensional, algo que no se puede decir de la escultura, que no puede plasmar imágenes en dos dimensiones. Si pensamos en cómo se veían estos retablos en una iglesia, bajo la luz proyectada por velas, no es difícil imaginar que conseguían su objetivo.

La creación del mundo en el tercer día, cuando solo se habían creado la luz y los cielos, se adapta perfectamente a la técnica empleada: antes de que Dios creara el mundo, no había nada, solo oscuridad. Dios creó la luz y la oscuridad en el primer día; el sol y la luna solo fueron creados en el cuarto día; hasta ese día, los colores no existían. El tríptico abierto muestra toda una gama de plantas y criaturas vivientes en brillantes colores. Esta visión del jardín terrenal de las delicias solo sería posible después del cuarto día. La exhibición monocroma de la creación en el tercer día enfatiza la idea de que Dios verdaderamente creó algo que era hermoso y agradable a la vista.

Destino original de la obra

El Bosco pintó este tríptico alrededor de 1490 – 1500. Este formato era normal en los siglos XIV y XV en los Países Bajos. Este tipo de retablos generalmente estaban cerrados excepto en ocasiones especiales. Una vez abiertos, este en particular, revelaban un interior de vivos colores, en marcado contraste con las alas exteriores. Lamentablemente, hemos perdido el sentido de sorpresa que el ritual de apertura habría ofrecido a los espectadores originales.

No hay mucha información sobre la fecha exacta de ejecución, ni tampoco sobre las circunstancias que llevaron a su comisión, o lo que es más interesante, sobre el lugar para el cual esta pintura fue originalmente destinada. 

Es difícil imaginar que este tríptico fuera encargado para ser exhibido en una iglesia, a pesar de la iconografía religiosa, debido al gran número de figuras desnudas en el interior. 

El tríptico se asoció por primera vez con la Casa de Nassau: Antonio de Beatis, quien acompañó al Cardenal Luis de Aragón en su viaje a los Países Bajos, lo vio en 1517 en el palacio Nassau de Coudenberg en Bruselas. Fue confiscado de Guillermo de Orange en 1568 por Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba, y posteriormente comprado en venta póstuma por Felipe II en 1591, quien lo envió al monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En 1933, se trasladó permanentemente al Museo del Prado.

COMENTARIO CATEQUÉTICO

La enigmática grisalla que se contiene en los dos paneles que cierran el tríptico, revela un mensaje sobre la Creación que podemos descifrar cuando la situamos en el contexto de la teología y la espiritualidad de la época en la que fue concebida. 

El Bosco trabaja siempre con elementos simbólicos que llenan sus cuadros de misterio, pero que se convierten en una fuente inagotable de sentidos cuando descubrimos las claves que están detrás de ellos. 

En concreto, la clave para interpretar este cuadro se encuentra en un pasaje de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, algo evidente para los que miraron el cuadro en el siglo XV, que conocían y estudiaban esta obra en profundidad, pero poco accesible para muchos de los degustadores contemporáneos de esta obra maestra.

En efecto, en la introducción a la cuestión 65 de la Primera Parte de esta obra, Santo Tomás divide en tres puntos la exposición sobre la Creación material, o visible. Primero hablará del acto creador, luego de la obra de los tres primeros días de la Creación (el opus distinctionis, o de separación) y finalmente de la obra de los tres últimos días (el opus ornatus, o de vestición). Esta división encuentra su fundamento bíblico en Génesis 2,1: “se concluyeron el cielo y la tierra con todo su ornato”. Pues bien, el tríptico cerrado está aludiendo simbólicamente a los dos primeros puntos. Cuando el tríptico se abre, la explosión de color y movimiento que percibe el espectador es una poderosa alusión al tercer punto, el opus ornatus en el que Dios viste al mundo creado con la vida animal y humana.

Veamos, por tanto, qué nos quiere expresar esta grisalla sobre el acto creador, para después descifrar su mensaje sobre la primera parte de la Creación. 

El Artista y su Palabra

El acto creador viene explicado por las dos citas de la Escritura ya indicadas, cuyo blanco intenso destaca como luz de sabiduría sobre el fondo negro, que evoca el misterio inaccesible que envuelve el origen del mundo y de la vida. La Palabra de Dios ilumina este misterio, blanco sobre negro, porque es esa Palabra la que ha creado el mundo. La cita del Salmo 39 trata de mover a la meditación. Reflexionar cómo la Palabra de Dios es la causa de todo lo que ha recibido el ser, y armazón que da consistencia y sentido al mundo, ideas que en el Nuevo Testamento se remiten a Jesucristo, Palabra de Dios, como por ejemplo en Juan 1, 1-3 y Colosenses 1, 15-17.

Por otro lado, la cita del Salmo 138, salmo que expone la obra creadora de Dios en forma de himno de alabanza, mueve al reconocimiento y al agradecimiento. Y es que el acto creador de Dios en su Palabra, como nos trata de explicar El Bosco, pretende despertar en la criatura racional palabras de meditación y de alabanza, pues la palabra de esta criatura es la respuesta óptima a la Palabra del Creador.

La representación del Creador en el ángulo superior izquierdo parece evocar la firma del pintor sobre su lienzo o del escultor sobre su talla. Anacrónica como pueda ser esta evocación, pues estamos en una época en la que raramente los artistas firmaban sus obras, no deja de ser sugerente pensar que el cosmos está “firmado” por un Creador, que no es un producto de la casualidad o la necesidad sino el fruto de la decisión libre y amorosa de un Artista divino, quien firmaría, por cierto, en la esquina opuesta del cuadro en la que suelen hacerlo los artistas humanos.

En efecto, la trascendencia de Dios, a quien se sitúa en la antípoda de donde se situaría la firma de un artista humano, queda evocada también por la posición del Creador en la composición. Dios está más allá de su obra, más allá del tiempo y del espacio, inaccesible a las fuerzas humanas y envuelto en un misterio de oscuridad, porque, como se recoge también en la Summa, de Dios podemos más bien decir lo que no es que lo que es. Esta expresión, frecuente en el ambiente de los místicos de los Países Bajos contemporáneos de El Bosco, nos recuerda que las criaturas reflejan al Creador, pero siempre de una manera limitada e imperfecta, pues son incapaces de mostrar adecuadamente al infinito y trascendente ser divino.

La obra de los tres días

En cuanto al fruto del acto creador de Dios, esta grisalla ya nos representa su primera mitad, el opus distinctionis, que según nos narra Génesis, 1, Dios va realizando en los tres primeros días. En ellos, la Palabra de Dios efectúa la separación de los opuestos para preparar un escenario adecuado a animales y humanos. En el primer día, se separan (distinguen) las tinieblas de la luz. De modo que, como se observa en el cuadro, la esfera que se recorta sobre el fondo de tinieblas brilla con una luz que es la primera criatura de Dios. En el segundo, la Palabra de Dios separa las aguas superiores (las que están por encima de los cielos, en la cosmología antigua), de las inferiores (las que corren por la superficie del planeta). 

Como límite entre ellas Dios traza el firmamento, que El Bosco representa maravillosamente como una esfera de cristal.

El tercer día se separan las aguas inferiores de lo seco, de modo que un único continente se agrupa toda la tierra, rodeada por el mar primordial. El Creador concede a la tierra el papel de madre, pues de ella nacen las diversas especies vegetales que completan la preparación del escenario en el que nacerá la vida animal (el opus ornatus, de los días cuarto a sexto). La inventiva de El Bosco se prodiga aquí en una vistosa representación de quiméricas formas vegetales, que sugieren la infinita inventiva del Creador.

Todo esto representa un mundo misterioso, recién creado, lleno de inocencia, radiante de pureza y con un admirable orden diseñado por la Palabra de Dios. Este mundo se ofrecerá al ser humano como casa común para todos los seres vivos, para que este, en armonía con su Creador, lo cuide y aproveche. Habrá que esperar a abrir los paneles de grisalla para ver cómo continúa esta historia de la Creación y con qué palabras el ser humano responderá a la Palabra Creadora.

Obra

Nombre de la obra : Grisalla de El Jardín de las Delicias
Autor: El Bosco
Siglo: XV
Material: Óleo sobre tabla de madera de roble
Tamaño: 220×97 cm
Ubicación: Museo del Prado, Madrid
El autorEva Sierra y Antonio de la Torre

Historiadora del arte y doctor en Teología

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica