El Papa León XIV ha celebrado la audiencia de hoy, 13 de agosto, en dos partes, la primera en el Aula Pablo VI y, la segunda, en la Basílica de San Pedro. La numerosa afluencia de fieles y las altas temperaturas de Roma han forzado esta solución extraordinaria.
León XIV reflexionó sobre uno de los episodios más intensos del Evangelio: el momento en que Jesús, durante la Última Cena, anuncia que uno de sus discípulos lo traicionará. El Pontífice recordó que las palabras de Cristo –«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo» (Mc 14,18)– no buscan condenar, sino revelar que el amor auténtico no puede separarse de la verdad. La escena, dijo, refleja una experiencia humana común: el dolor silencioso que produce la sombra de la traición en las relaciones más queridas.
«¿Seré yo?»
León XIV destacó el modo en que Jesús afronta ese momento: sin gritos, sin señalar culpables, dejando que cada discípulo se cuestione a sí mismo. De ahí surge la pregunta que resonó en la sala y que, según el Papa, sigue siendo esencial hoy: «¿Seré yo?». Esta interrogante, explicó, no nace de la inocencia sino de la conciencia de la propia fragilidad, y marca el inicio del camino hacia la salvación.
El Santo Padre subrayó que la tristeza de los discípulos ante la posibilidad de ser partícipes del mal es distinta de la indignación; es un dolor que, si se acoge con sinceridad, puede convertirse en ocasión de conversión. También interpretó las duras palabras de Jesús –«¡Ay de aquel hombre…!»– como un lamento de compasión, no como una maldición, y recordó que Dios no responde al mal con venganza, sino con sufrimiento y amor.
Para León XIV, la enseñanza central es que Jesús no se escandaliza ante la fragilidad humana: sigue confiando, sigue compartiendo la mesa incluso con quien lo traicionará. “Esta es la fuerza silenciosa de Dios: no abandona nunca la mesa del amor”, afirmó.
Finalmente, el Papa invitó a los creyentes a hacerse la pregunta «¿Seré yo?» no para vivir bajo acusación, sino para abrir el corazón a la verdad y a la misericordia. “Aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos. Si nos dejamos alcanzar por este amor humilde y fiel, podremos renacer y vivir como hijos siempre amados”, concluyó.