“Vendan sus bienes y denlos como limosna”, citó el Pontífice, recordando que los dones recibidos de Dios “no están para guardarlos para nosotros mismos”, sino para emplearlos “con generosidad en favor de los demás, especialmente de quienes más lo necesitan”.
León XIV subrayó que esta generosidad no se limita a lo material: implica ofrecer capacidades, tiempo, afecto, presencia y empatía. “Cada uno de nosotros es un bien único, inapreciable, un capital vivo que, para crecer, necesita ser cultivado y empleado”, advirtió, alertando contra el riesgo de que esos dones “se sequen y se devalúen” o sean apropiados por otros “como simples objetos de consumo”.
Recordó que Jesús pronunció estas palabras camino a Jerusalén, donde se entregaría en la cruz, y señaló que “las obras de misericordia son el banco más seguro y rentable” para confiar el tesoro de la vida. Citando a san Agustín, aseguró que lo que se da “se transforma en vida eterna” porque “te transformarás tú mismo”.
Amar siempre
Para ilustrarlo, el Papa recurrió a ejemplos cotidianos: “Una mamá que abraza a sus hijos, ¿no es la persona más hermosa y rica del mundo? Dos novios juntos, ¿no se sienten un rey y una reina?”.
Con un llamamiento concreto, pidió a todos “no perder ninguna ocasión para amar” en la familia, la parroquia, la escuela o el trabajo, ejercitando la vigilancia del corazón para estar “atentos, dispuestos, sensibles unos con otros, como Él lo está con nosotros”.
Finalmente, confió a la Virgen María, “Estrella de la mañana”, el deseo de que los cristianos sean “centinelas de la misericordia y de la paz” en un mundo marcado por divisiones, siguiendo el ejemplo de san Juan Pablo II y de los jóvenes que acudieron a Roma para el Jubileo.