El 18 de mayo por la mañana ha tenido lugar en la Plaza de San Pedro la Misa inicial del pontificado de León XIV. Ante 150 delegaciones oficiales, representantes de otras religiones y confesiones cristianas, y unos 150.000 fieles, el Papa ha predicado una homilía que se perfila como programática de su magisterio recién inaugurado: “Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”.
Frente a un tiempo en el que “vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”, ha expresado cómo la Iglesia desea ser “una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad”.
Primera vuelta en el papamóvil
Aunque la Misa de inicio del ministerio petrino ha comenzado a las 10 de la mañana, una hora antes, sobre las 9, el Papa León ha dado por primera vez la vuelta a la plaza en el papamóvil, llegando hasta el final de la Via della Conciliazione. La multitud lo ha acompañado con gran entusiasmo y gritos de “¡Viva el Papa!” y “¡Leone!”.
A continuación, ha bajado a la tumba del apóstol Pedro, en el corazón de la basílica vaticana, acompañado por los patriarcas de las Iglesias orientales. Ahí se ha detenido unos minutos en oración. Los fieles han seguido todo por las pantallas instaladas en la plaza y en diversos puntos de las calles adyacentes.
Dos diáconos han tomado entonces el palio, el anillo y el Evangelio, y han ido en procesión hacia el altar de la celebración, en el atrio ubicado en la plaza de San Pedro. Mientras el Papa accedía al atrio, en medio del aplauso de los presentes, el coro ha cantado las “Laudes Regiæ”, una oración litánica en el que se invoca la intercesión de los Papas canonizados, los mártires y santos de varios siglos.
Del portón central de la basílica colgaba un tapiz que representa la escena de la segunda pesca milagrosa. El diálogo entre Jesús resucitado y Pedro ha sido también el fragmento del Evangelio que se ha leído en la Misa. Junto al altar se ha colocado la imagen de la Virgen del Buen Consejo, proveniente del santuario mariano de Genazzano, custodiado por los padres agustinos. El Papa es muy devoto de esta imagen y fue a visitarla dos días después de su elección.
Imposición del palio y el anillo
Tras el rito de la bendición y aspersión del agua bendita, y la proclamación de la Palabra de Dios, ha tenido lugar un momento de gran valor simbólico: la imposición del palio y la entrega del anillo del pescador. Han acompañado al pontífice tres cardenales de los tres órdenes y de tres continentes: Mario Zenari, italiano, que le ha hecho entrega del palio -símbolo de la misión de pastorear a la Iglesia y de Cristo como cordero pascual-; Fridolin Ambongo, de Congo, que ha elevado una petición al Espíritu Santo por el nuevo Papa; y Luis Antonio Tagle, de Filipinas, que le ha puesto el anillo del pescador.
Este momento ha concluido con una oración al Espíritu Santo, y luego León XIV ha bendecido a la asamblea con el Libro de los Evangelios, mientras se aclamaba en griego: “¡Por muchos años!”. El Papa ha respondido con una sonrisa conmovida -la misma que vimos hace una semana tras asomarse por primera vez al balcón de San Pedro, nada más ser elegido- y las personas presentes han acompañado con un gran aplauso.
La ceremonia ha continuado con el rito de la “obediencia” prestada al Papa por 12 representantes del pueblo de Dios: los cardenales Frank Leo (Canadá), Jaime Spengler (Brasil) y John Ribat (Papúa Nueva Guinea); el obispo de Callao (Perú), Luis Alberto Barrera Pacheco; un sacerdote y un diácono; dos religiosos: Oonah O’Shea, australiana misionera en Filipinas, superiora general de las religiosas de Notre Dame de Sion y presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales; y el prepósito general de los jesuitas, el venezolano Arturo Sosa, como presidente de las congregaciones masculinas. Los laicos han estado representados por un matrimonio y dos jóvenes, todos de Perú.
Con temor y trepidación
En la homilía que ha predicado, León XIV ha comenzado citando unas célebres palabras de san Agustín, escritas en las “Confesiones”: “Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. El Papa se ha servido de ellas para expresar los sentimientos que han embargado a la Iglesia en el último mes, “particularmente intenso”, desde el fallecimiento de su predecesor: “La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe ‘como ovejas que no tienen pastor’”.
Se ha referido luego al cónclave, donde el colegio de los cardenales se reunió “con espíritu de fe” y en el cual fue votado él como sucesor de Pedro para guiar a la Iglesia. Con gran sencillez, ha manifestado: “Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”.
La misión de Pedro: amor y unidad
El Papa ha desglosado, al comentar las lecturas de la Misa, las características esenciales del ministerio del pontífice: “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”. Y ha añadido: “¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación”.
“A Pedro”, ha proseguido, “se le confía la tarea de ‘amar aún más’ y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo”. Por lo tanto, “no se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
Ante la presencia de diversas “iglesias cristianas hermanas”, León XIV ha hecho una llamada fuerte a la unidad y la comunión. Y ha tenido también unas palabras para quienes buscan a Dios, y para “todas las mujeres y los hombres de buena voluntad”, invitándolos a “construir un mundo nuevo donde reine la paz”. La petición de la paz de nuevo ha sido respondida con un aplauso sonoro.
“Este es”, ha puntualizado el Papa, “el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.
Su predicación ha finalizado con la exclamación: “Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor!” y una cita de la “Rerum Novarum”, escrita por el pontífice que inspiró la elección de su nombre: “Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, ‘¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?’”.
Petición por la paz
La ceremonia ha proseguido con normalidad. Antes de la bendición final, de nuevo el Papa León XIV ha querido dirigir unas palabras a la asamblea. Ha agradecido su presencia a los “romanos y fieles de tantas partes del mundo”, con un especial saludo “a los miles de peregrinos que han acudido de todos los continentes con ocasión del Jubileo de las Cofradías”. A ellos les ha dicho: “Queridos hermanos, les agradezco que mantengan vivo el gran patrimonio de la piedad popular”. Y ha comentado, abriendo su corazón: “Durante la Misa sentí fuertemente la presencia espiritual del Papa Francisco, que desde el Cielo nos acompaña”.
No ha faltado un pensamiento para “los hermanos y hermanas que sufren a causa de las guerras. En Gaza, los niños, las familias y los ancianos supervivientes están pasando hambre. En Myanmar, nuevas hostilidades han destruido vidas inocentes. La atormentada Ucrania espera por fin negociaciones para una paz justa y duradera”.
Ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, León XIV ha encomendado “a María el servicio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal”, y ha concluido: “Imploremos por su intercesión el don de la paz, el auxilio y el consuelo para los que sufren y, para todos nosotros, la gracia de ser testigos del Señor Resucitado”.