Esta mañana a las 11 la Capilla Sixtina ha vuelto a ser el magnífico escenario donde se han reunido todos los cardenales. En esta ocasión no para elegir al nuevo Papa, sino para estrenar con él su pontificado, con la celebración de la Santa Misa por la Iglesia, presidida por León XIV, hasta ayer cardenal Robert Francis Prevost.
Los rostros de los purpurados se ven mucho más distendidos que hace tres días, cuando tuvo lugar en la Basílica de San Pedro la Misa de inicio del cónclave. Minutos antes de la ceremonia charlan entre ellos muy animados. Ya no visten los ornamentos rojos, que simbolizan la sangre del sacrificio y el fuego del Espíritu, sino el color blanco de la Pascua, que anuncia la resurrección.
Entre sonriente y tembloroso
A las 11.09 entra el Papa ataviado con una sencilla casulla blanca y con el mismo gesto sonriente de ayer, bendiciendo a sus colegas del colegio cardenalicio. El coro de la Capilla Sixtina canta el salmo 46 (47): “Aclamad a Dios con voces de alegría”. El júbilo que en la tarde dominaba el ambiente en la Plaza, se repite esta mañana, aunque más solemne y menos entusiasta.
La voz del nuevo pontífice es fuerte, pero tiene todavía un deje tembloroso. En las últimas horas se ha hecho viral en redes un vídeo de cuando era obispo en Chiclayo cantando, micrófono en mano, el ‘Feliz Navidad’ de José Feliciano. El Papa traga saliva y hace esfuerzos por no dejarse llevar de la emoción, mientras entona los cantos y oraciones litúrgicas.
Tímida presencia femenina
Se ha hablado y escrito mucho sobre la ausencia de mujeres estos días en la Capilla Sixtina. Quizá en respuesta a ese reclamo, la primera lectura es leída por una religiosa de las Hermanas Franciscanas de la Eucaristía, la misma orden a la que pertenece sor Raffaella Petrini, presidente de la Gobernación del Vaticano. También una mujer laica hace la segunda lectura.
Ayer los vaticanistas más experimentados recordaban que ha sido durante el tiempo de Prevost como Prefecto del Dicasterio para los Obispos, en 2024, que tres mujeres han pasado a formar parte del comité que elige a los sucesores de los apóstoles en el mundo, y no con carácter meramente consultivo o representativo, si no de pleno derecho.
Amainar los ánimos y reconciliar
León XIV ha empezado su homilía en inglés. Ayer, cuando se asomó a la Plaza de San Pedro, habló en italiano y tampoco faltaron unas palabras en español. Quizá por recomendación de algún consejero y para evitar estrenar su ministerio hiriendo sensibilidades, hoy ha arrancado en su lengua nativa.
Se han escrito ya cientos de páginas sobre el perfil del nuevo pontífice. Se habla de su carácter conciliador y moderado, que tratará de amainar los ánimos tanto de “progresistas” como de “conservadores”. Esta ha sido la tónica también de su primera homilía como Papa: una apelación al patrimonio de la fe, conservado por la Iglesia, y una mirada abierta al mundo y sus heridas. Ha citado a un tiempo la Sagrada Escritura y las constituciones dogmáticas del Concilio Vaticano II.
El Evangelio de la Misa era el capítulo 16 de san Mateo, en el que Pedro dice a Cristo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Una confesión de fe que, en palabras del Papa, es regalo y acogida: “Pedro, en su respuesta, asume ambas cosas: el don de Dios y el camino que se debe recorrer para dejarse transformar, dimensiones inseparables de la salvación, confiadas a la Iglesia para que las anuncie por el bien de la humanidad”.
Luego se ha referido al ministerio que estrena: “Dios, de forma particular, al llamarme a través del voto de ustedes a suceder al primero de los Apóstoles, me confía este tesoro a mí, para que, con su ayuda, sea su fiel administrador en favor de todo el Cuerpo místico de la Iglesia”.
¿Qué dice la gente?
La homilía ha girado entonces en torno a la pregunta de Cristo: “¿Qué dice la gente -pregunta Jesús- sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?”. Ayer el Papa habló de diálogo, y hoy predica sobre la conversación entre la Iglesia y el mundo: “No es una cuestión banal, al contrario, concierne a un aspecto importante de nuestro ministerio: la realidad en la que vivimos, con sus límites y sus potencialidades, sus cuestionamientos y sus convicciones”.
Se ha extendido describiendo “dos posibles respuestas a esta pregunta, que delinean otras tantas actitudes”. En primer lugar, la respuesta de “un mundo que considera a Jesús una persona que carece totalmente de importancia, al máximo un personaje curioso, que puede suscitar asombro con su modo insólito de hablar y de actuar”. En segundo lugar, la respuesta de la gente común: “Para ellos el Nazareno no es un charlatán, es un hombre recto, un hombre valiente, que habla bien y que dice cosas justas, como otros grandes profetas de la historia de Israel. Por eso lo siguen, al menos hasta donde pueden hacerlo sin demasiados riesgos e inconvenientes”.
“Llama la atención la actualidad de estas dos actitudes”, ha referido. “Ambas encarnan ideas que podemos encontrar fácilmente -tal vez expresadas con un lenguaje distinto, pero idénticas en la sustancia- en la boca de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo”.
El mundo de hoy
Con una visión realista, el pontífice ha reconocido que “hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes, contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas a la que ella propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer”. Se ha referido a la dificultad para testimoniar y anunciar el Evangelio en un ambiente “donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece”.
La conclusión es sorprendente: “sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.
Este alejamiento de Dios se da no sólo fuera de la Iglesia, sino también entre muchos que se llaman cristianos: “No faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”.
El papado como martirio
El panorama que ha pintado León XIV es poco alentador. Su pensamiento se ha dirigido entonces a su predecesor para dar esperanza: “Este es el mundo que nos ha sido confiado, y en el que, como enseñó muchas veces el Papa Francisco, estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador”.
La confesión: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’ es fundamental, “antes de nada en nuestra relación personal con Él, en el compromiso con un camino de conversión cotidiano. Pero también, como Iglesia, viviendo juntos nuestra pertenencia al Señor y llevando a todos la Buena Noticia”.
El Papa se ha aplicado la predicación en primer lugar a sí mismo: “Lo digo ante todo por mí, como Sucesor de Pedro, mientras inicio mi misión de Obispo de la Iglesia que está en Roma, llamada a presidir en la caridad la Iglesia universal, según la célebre expresión de S. Ignacio de Antioquía”.
La referencia a este mártir no es banal: fue devorado en la capital del imperio por las ferias del circo. En sus cartas hablaba de ser trigo de Dios: “sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado, gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”.
La Santa Misa ha concluido con el canto del Regina Coeli y del Oremus pro Pontifice. El Papa ha dejado la Capilla Sixtina, mientras daba su bendición. Los cardenales lo han despedido con un aplauso de felicitación, de apoyo y seguramente también de alivio.