Vaticano

León XIV, un Papa para la era dividida

León XIV es un Papa formado en el crisol del trabajo misionero, la sensibilidad multicultural y el servicio pastoral a la periferia.

Bryan Lawrence Gonsalves·10 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
León XIV

El cardenal Prevost, antes de ser elegido Papa y tomar el nombre de León XIV (CNS photo / Vatican Media)

Cuando el cardenal Robert Prevost, nacido en Chicago, formado en Perú, abogado canónico, misionero y prefecto del Dicasterio para los Obispos, se presentó como Papa recién elegido, muchos esperaban que hablara en inglés. No lo hizo.

A pesar de su fluidez y su ciudadanía estadounidense, eligió el italiano y el español. Y en lugar de referirse a Chicago, reconoció su parroquia en Perú. La elección fue deliberada. No se trataba sólo de una cuestión lingüística o sentimental, sino simbólica, estratégica y espiritualmente cargada.

En ese discreto acto de omisión, el Papa León XIV (como se le llama ahora) dejó algo inequívocamente claro: no es un trofeo nacional. No será una figura papal del catolicismo estadounidense ni un portavoz de ninguna ideología partidista. Es un Papa formado en el crisol del trabajo misionero, la sensibilidad multicultural y el servicio pastoral a la periferia.

Más que geografía: Una identidad espiritual

Nacido en Estados Unidos y con doble nacionalidad peruana, el Papa León XIV encarna un catolicismo transnacional que se resiste a una clasificación fácil. Es profundamente americano y, sin embargo, no es el Papa de América. Sirvió más de 20 años en América Latina, absorbiendo sus ritmos eclesiales, luchas y prioridades sociales. Esa formación parece haber dado forma al tono inicial de su papado: construcción de puentes, inclusión y conciencia global.

En temperamento y teología, parece hacerse eco del espíritu del Papa Francisco, pastoralmente compasivo y en sintonía con los pobres y marginados, sin dejar de ser doctrinalmente sólido. En cuanto a la ordenación de mujeres, por ejemplo, sigue alineado con las enseñanzas tradicionales. Sin embargo, en cuestiones de justicia social, canaliza el mismo fuego que hizo del Papa Francisco una voz mundial para los sin voz.

Este acto de equilibrio, progresismo pastoral con fidelidad doctrinal, le sitúa en un carril equilibrado, pero que muchos creen muy adecuado para la compleja Iglesia global de hoy.

Ecos de 1978: El patrón histórico de Roma

La Iglesia católica ha comprendido desde hace tiempo el peso moral del simbolismo papal y cómo el liderazgo puede servir de contrapunto a las ideologías globales.

Cuando el cardenal Karol Wojtyła fue elegido Papa Juan Pablo II en 1978, su papado se interpretó ampliamente como una respuesta al comunismo soviético. Se trataba de un Papa polaco, elegido tras el Telón de Acero, que se convertiría en una fuerza espiritual contra un régimen que negaba la libertad religiosa y reprimía la dignidad humana. Su liderazgo moral fue decisivo para galvanizar movimientos como Solidaridad y envalentonar a los fieles de toda Europa del Este.

De forma similar, la elección del Papa León XIV parece diseñada para hacer frente a un tipo diferente de amenaza, no procedente de regímenes totalitarios, sino del extremismo ideológico, el nacionalismo hiperpopulista y el individualismo corrosivo. Al igual que Roma ofreció en su día una respuesta moral al comunismo, ahora parece ofrecer una respuesta a las crisis que asolan Occidente, en particular las que emanan de la cultura estadounidense.

El nombre de León XIV: una pista histórica

El nombre elegido, León, tiene una gran resonancia histórica. El Papa León XIII (1878-1903) es recordado como un intelectual con conciencia social, que publicó la innovadora encíclica “Rerum Novarum”, que sentó las bases de la doctrina social católica. Denunciaba los excesos del capitalismo y rechazaba las falsas promesas del socialismo. Defendía los derechos laborales, la dignidad de los trabajadores y el papel de los sindicatos, al tiempo que afirmaba la legitimidad de la propiedad privada.

Al elegir a “León”, el nuevo Papa puede estar señalando un camino similar: un papado que se enfrentará a las injusticias contemporáneas no a través del tribalismo político, sino a través de la claridad moral católica. Al igual que León XIII, podría aspirar a renovar el papel de la Iglesia como mediadora entre extremos opuestos, abogando por el bien común y protegiendo al mismo tiempo la dignidad humana.

Un mensaje a la Iglesia estadounidense

En los últimos años, las facciones del catolicismo estadounidense se han envalentonado cada vez más en sus críticas a Roma. Desde la ruidosa resistencia a las encíclicas del Papa Francisco hasta los obispos que contradicen públicamente las directrices del Vaticano, la Iglesia estadounidense, al igual que la alemana, se ha enfrentado a fracturas internas. Algunos clérigos se han alineado en la promoción de teorías conspirativas y en la siembra de la división, como el arzobispo Vigano, cuyo resultado es el debilitamiento de la unidad eclesial.

La elección del Papa León XIV, por tanto, puede considerarse tanto una invitación como un correctivo. Entiende el paisaje americano, nació en él. Pero no está comprometido con sus extremos ideológicos. ¿Quizás su silencio en inglés no fuera un rechazo a sus raíces, sino una resistencia a ser apropiado? Habrá quien piense que se trata de una sutil pero firme reprimenda a quienes pretenden nacionalizar el papado o instrumentalizarlo con fines de guerra cultural. Pero sólo el tiempo dirá si es así.

Una respuesta global al extremismo político

Con el regreso de Donald Trump a la prominencia política y la continua propagación de ideologías hipernacionalistas en todo el mundo, la Iglesia se enfrenta a una profunda prueba moral. En un clima así, es fuerte la tentación de que los líderes religiosos se alineen con el poder, se hagan eco de la retórica popular o se replieguen en la rigidez doctrinal.

Pero el Papa León XIV parece ofrecer un camino diferente, una fuerza más tranquila y profunda enraizada en la universalidad y la responsabilidad espiritual. Su papado no es una postura reaccionaria, sino reflexiva, moldeada por la proximidad vivida a la pobreza, la diversidad y la comunidad.

En este contexto, no aparece como un “Papa americano”, sino como un pastor global que resulta ser americano. Y esa distinción es fundamental. Le permite hablar con credibilidad a Estados Unidos, al tiempo que ofrece un contrapeso necesario a la toxicidad ideológica exportada desde su política, que a menudo tiene efectos globales.

América Latina: El corazón palpitante de la Iglesia

No es casualidad que el nuevo Papa mantenga fuertes lazos con América Latina, la mayor base de católicos del mundo. Su estancia en Perú, donde vivió, ejerció su ministerio y aprendió a ver la Iglesia a través del prisma de las comunidades indígenas y las parroquias con dificultades, ha dejado una clara huella.

América Latina, más que ninguna otra región, ha dado forma a los dos últimos papados. Al arraigar al nuevo Papa en este mundo, la Iglesia reafirma su compromiso con el Sur global, no sólo como campo de misión, sino como potencia teológica y espiritual.

Un Papa que puede hablar tanto a las barriadas de Lima como a las salas de juntas de Washington está en una posición única para tender puentes entre las diversas voces de la Iglesia. El énfasis que puso en la unidad y el diálogo en su discurso inaugural indica una clara intención: fomentar la comunión más allá de las divisiones geográficas, culturales e ideológicas. No se trataba sólo de una llamada a la diplomacia, sino de una invitación pastoral a sanar las fracturas del Cuerpo de Cristo.

No dominancia, sino responsabilidad

A quienes les preocupa que un Papa estadounidense sea señal de dominio, consideren lo siguiente: la lógica que subyace a su elección puede tener menos que ver con la influencia estadounidense y más con la responsabilidad moral. En el mundo actual, la crisis ideológica arde con más fuerza en Estados Unidos. De su interior emerge una cultura de división, aislacionismo y polarización que amenaza no sólo a las instituciones políticas, sino también a la unidad religiosa.

Al elegir a un Papa que entiende esa cultura y se niega a reproducirla, la Iglesia puede estar ofreciendo una intervención rara y oportuna. Su elección no tiene que ver con la elevación, sino con la confrontación. No de poder, sino de servicio. No de nacionalismo, sino de misión.

Reflexiones finales

Al final, Roma no ha elegido a una celebridad. Ha elegido a un pastor. Y al hacerlo, ha realizado una jugada maestra en el tablero mundial.

León XIV ofrece la posibilidad de un papado que lleve sanación donde hay dolor, claridad donde hay confusión y conciencia global donde los sistemas políticos fallan. Si sigue el camino de León XIII, podría convertirse no sólo en un Papa diplomático o doctrinal, sino en un Papa renovador.

Para una Iglesia que debe navegar por un mundo tormentoso, una voz así puede ser exactamente lo que necesita.

El autorBryan Lawrence Gonsalves

Fundador de “Catholicism Coffee”

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica