En su primera aparición pública, el nuevo Papa León XIV no necesitó grandes gestos para dejar claro el rumbo de su pontificado. Bastó con una palabra: paz. Esa fue la primera que pronunció al dirigirse al mundo, una elección deliberada que no pasó desapercibida.
El nombre como brújula del pontificado
Adoptar un nuevo nombre al asumir el ministerio de Pedro no es fruto del capricho, sino el resultado de una tradición con hondas raíces históricas. Sus orígenes se remontan al siglo VI, cuando el Papa Mercurio, deseoso de evitar resonancias paganas, tomó el nombre de Juan II. La costumbre se afianzó entre los siglos X y XI, especialmente con ejemplos como el de Pedro, quien en 1009 eligió llamarse Sergio IV para evitar identificarse directamente con San Pedro. Desde mediados del siglo XX, además, el nombre pontificio ha adquirido un valor programático: una primera señal del estilo, la inspiración y la orientación pastoral que marcarán un pontificado.
León XIV, hasta ahora el cardenal Robert Prevost, en la elección de nombre y en sus primeras palabras han hecho una declaración de intenciones y ha querido subrayar desde el primer momento que su misión será la de un pastor de puentes. Su visión es la de una Iglesia unida que se lanza al mundo para curar heridas, servir a los más necesitados y construir caminos comunes desde la fe y la razón.
El peso del nombre
La elección del nombre León XIV, inédito desde 1903, no responde a una simple evocación histórica, sino a una apuesta clara por la tradición viva de la Iglesia. Este nombre sitúa al nuevo Papa en la estela de figuras como León I el Grande, símbolo de unidad doctrinal y coraje pastoral en tiempos convulsos, y León XIII, pionero en aplicar el Evangelio a los desafíos sociales de la modernidad.
Al adoptar este nombre, León XIV no solo honra ese legado, sino que lo actualiza en clave contemporánea. Como León I, quiere ofrecer una voz clara en medio de las tormentas. Como León XIII, desea que la doctrina social de la Iglesia siga siendo una brújula ética en medio de las injusticias, especialmente hoy, ante fenómenos como la migración forzada, la desigualdad global y el deterioro ambiental.
Una Iglesia que abraza
Uno de los momentos más significativos de su primer discurso fue la imagen de la Plaza de San Pedro con los brazos abiertos: así entiende León XIV el papel de la Iglesia en el mundo de hoy. Una Iglesia que se parezca a esa plaza, donde caben todos, y que sepa recibir con ternura a quienes llegan heridos, confusos o excluidos.
Lejos de una Iglesia autorreferencial, el nuevo Papa ha propuesto una comunidad misionera, dialogante, profundamente humana, donde el amor cristiano no sea solo un ideal, sino una experiencia real. Quiere que la Iglesia salga de sus límites visibles, sin miedo, para acompañar a quienes más lo necesitan: los pobres, los que dudan, los que buscan.
Unidad para un mundo roto
En un contexto eclesial y mundial marcado por fracturas, León XIV ha insistido en la urgencia de caminar juntos. No desde la imposición, sino desde la fidelidad compartida a Cristo y al Evangelio. Su insistencia en la unidad no es un eslogan, sino una convicción: el testimonio de una Iglesia reconciliada consigo misma es indispensable para que el mundo crea que la paz es posible.
Esa paz, ha sugerido, no es la que ofrecen los equilibrios geopolíticos o las diplomacias frías, sino la que nace del encuentro sincero, del respeto al otro, de la justicia vivida y no solo predicada. En este sentido, ha apuntado a una Iglesia que colabore activamente en la promoción de los derechos humanos, la solidaridad global y la dignidad de cada persona.
Continuidad agradecida
En todo momento, León XIV ha mostrado su agradecimiento a su predecesor, el Papa Francisco, al que ha reconocido como una referencia de valentía y misericordia. No ha querido marcar rupturas, sino prolongar un proceso. La sinodalidad, la atención a las periferias, la cercanía con los descartados: todo esto forma parte también de su horizonte pastoral.
León XIV no se presenta como un reformador solitario, sino como el primero de una comunidad que camina. Ha pedido oración, no para sostener su figura, sino para sostener juntos una misión que es de todos.
Un pontificado con rostro humano
Desde América Latina, pasando por África y Asia, muchos han visto en sus palabras una luz que puede ayudar a sanar fracturas y construir alianzas en un mundo desgastado. La suya es una propuesta espiritual, pero también social, cultural y profundamente ética: ser puentes como Cristo, luz del mundo y reconciliador de la humanidad.
Este nuevo pontificado comienza no con promesas grandilocuentes, sino con un gesto y un nombre que dicen mucho más que mil discursos: León XIV, no como rugido de poder, sino como voz de paz.
Resumen del mensaje al inicio del pontificado de León XIV
- Inició su pontificado con un saludo de paz —“¡La paz esté con vosotros!”— evocando al Cristo Resucitado. A lo largo de su mensaje, insistió en una paz humilde y perseverante, y llamó a construir puentes de diálogo y encuentro entre los pueblos.
- Expresó su profunda gratitud al Papa Francisco, a quien describió como una “voz débil pero siempre valiente”, y se comprometió a dar continuidad a su legado espiritual.
- Subrayó la necesidad de una Iglesia misionera, abierta y acogedora, como la Plaza de San Pedro: con los brazos siempre dispuestos a recibir a todos, especialmente a los más necesitados.
- Insistió en la unidad del pueblo de Dios, animando a caminar juntos en fidelidad a Cristo y a anunciar el Evangelio sin miedo. Recordó que sólo Cristo es el verdadero puente entre Dios y los hombres, e invitó a todos a ser luz para el mundo.
- Concluyó pidiendo oración por su misión, por la Iglesia y por la paz en el mundo, confiando esa súplica a la Virgen María.
Doctor en Derecho Canónico