América Latina

María Inés Castellaro (CLAR): “Nuestro objetivo es volver a vivir con sentido desde lo esencial”

María Inés Castellaro es una religiosa argentina que ocupa un cargo de liderazgo en la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Desde ahí impulsa la reflexión y acción de comunidades religiosas en temas sociales, educativos y espirituales en América Latina y el Caribe.

Javier García Herrería·1 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
Inés CLAR

En mayo de 2025, la Hermana María Inés Castellaro, de las Hermanas de la Virgen Niña (HVN), fue elegida Secretaria General de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) durante la XXII Asamblea General celebrada en Quito, Ecuador. Su misión: fortalecer la Vida Consagrada en América Latina y el Caribe en un contexto marcado por múltiples desafíos sociales y eclesiales. Conversamos con ella sobre las prioridades de la CLAR en este nuevo trienio y los retos que afronta la vida religiosa en la región.

Hermana María Inés, ¿cuáles son las prioridades de la CLAR para este trienio?

Este trienio lo hemos enfocado inspirándonos en la escena bíblica del encuentro de Nicodemo con Jesús, pues es una llamada a la transformación. Se trata de “nacer de nuevo”: volver al primer amor con Cristo, reencontrarnos con nuestra vocación para re-apasionarnos por nuestros hermanos.

Desde allí queremos renovar vínculos, comunidades y estructuras que a veces dicen poco hoy día. También se trata de reconocer y abrazar nuestras fragilidades y vulnerabilidades como un espacio donde el Espíritu puede abrir un amanecer nuevo para la vida consagrada.

¿Y qué particularidades tiene la vida religiosa en América Latina en comparación con otras regiones?

Yo diría que aquí hay una gran fuerza en torno a las familias carismáticas, es decir, los laicos que, sin sustituirnos, comparten nuestra espiritualidad y carisma. La misión no es suplir la ausencia de religiosos, sino acompañar a los laicos en el camino de descubrir la riqueza de su vocación bautismal.

En América Latina venimos desde haces muchos años recorriendo un caminar juntas y juntos, que hoy continúa, marcadas por la Asamblea Eclesial, la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) y las relaciones con el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño) y otras instituciones.

Concretamente, ¿qué papel tienen las mujeres en la vida religiosa latinoamericana?

En muchísimas comunidades son las mujeres son las que sostienen el ministerio de la palabra, el servicio, la escucha, a veces recorriendo largas distancias, navegando ríos, llegando a lugares donde nadie más llega. El desafío es seguir dando un lugar real a esa voz y esa presencia femenina, que ya es protagonista en muchas realidades eclesiales.

La región enfrenta desigualdad, violencia y en algunos lugares, asedio a la Iglesia. ¿Cómo impacta esto en la vida religiosa?

La vida consagrada está llamada a estar en las periferias, en las márgenes, allí donde se sufren situaciones difíciles, incluso persecución. Los y las mártires que hay en algunas regiones nos recuerdan que estamos llamados a dar un testimonio radical, a anunciar, denunciar y renunciar a lo que no es evangélico en contextos hostiles. Nuestro lugar está siempre al lado de los más pobres y vulnerables, acompañando y buscando caminos de reconciliación y justicia.

¿Qué papel desempeña la vida religiosa en la inmigración?

Estamos ahí, junto a los migrantes, acompañándolos en su dolor y ayudándolos a nacer de nuevo en tierras nuevas. Queremos que sean reconocidos en su dignidad, especialmente en el trabajo, donde tantas veces sufren explotación. En este campo  trabajamos en redes intercongregacionales: la misión se hace uniendo fuerzas.

Me llama particularmente la atención el trabajo en red que está realizando la CLAR: con la Red Eclesial Panamazónica, con la Conferencia Eclesial de la Amazonía, con redes contra la trata de personas, con iniciativas intercongregacionales. No somos una confederación cerrada en sí misma, sino parte de un tejido vivo de Iglesia que busca transformarse y caminar en sinodalidad. Esa colaboración es un signo de esperanza para el futuro.

Las vocaciones están disminuyendo. ¿Cómo mira la CLAR este panorama?

No lo vemos solo en términos numéricos. Es importante el testimonio y la calidad de vida fraterna, de los vínculos entretejidos en las comunidades. Sí, somos menos y envejecemos como comunidades, pero el Señor sigue llamando. Necesitamos salir al encuentro de los jóvenes donde están, abrir nuestras casas y acompañarlos en sus búsquedas. También aquí entra la riqueza de las familias carismáticas: laicos que comparten nuestra espiritualidad y misión.

Los jóvenes tienen sed de sentido, pero muchas veces no encuentran en la Iglesia un espacio de acogida. Necesitamos renovar nuestras estructuras comunitarias para que sean más fraternas, abiertas y hospitalarias.

Una vida consagrada que ofrezca hogar y comunidad puede resultar muy significativa para ellos y hacerlo realidad es nuestro desafío. Estamos todas y todos a «nacer de nuevo», a reemprender caminos para la renovación, la transformación y el cambio. Superar los miedos, desaprender las formas viejas y antievangélicas y abrirnos a la novedad de lo que genera vida, autenticidad, esperanza, alegría, con la certeza que la divina «Ruah» nos impulsa por estos caminos.

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