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Palabras de odio y odio a las palabras

Anna Pintore analiza cómo la censura en las democracias liberales ha mutado de forma coercitiva a estructural, promovida en nombre del bien común, pero con riesgo de socavar la libertad de expresión. La única censura legítima sería la autocensura ética, basada en la dignidad humana y el respeto a la verdad.

José Carlos Martín de la Hoz·11 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
palabras

Existe actualmente un sólido movimiento de repulsa e indignación contra la férrea censura establecida por los gobiernos de la comunidad europea a raíz de la intensidad del combate de nuestra civilización occidental contra los “discursos del odio” en la prensa y medios de comunicación en general que, incluso están ya tipificados en el derecho comunitario, junto con los intensos medios de regulación y condena que se han establecido (p. 12).

La profesora Anna Pintiore, catedrática de filosofía del derecho de la universidad de Cagliari, ha redactado un intenso trabajo acerca de la censura en la sociedad liberal, sus límites y metodología, con el fin de frenar el nacimiento de un nuevo tribunal inquisitorial en los países de Europa que vuelva a juzgar intenciones, creencias y opiniones (p. 15). 

Conviene recordar el principio jurídico procedente del derecho romano: “De internis neque Praetor iducat”, que pasaría, tal cual, al derecho canónico: “De internis neque Ecclesia iudicat”. Ese principio de no juzgar las intenciones y pensamientos, fue tantas veces invocado para lograr la abolición del derecho inquisitorial.

Inquisición

En efecto, el objetivo del moderno tribunal aprobado por Sixto IV en 1478 para terminar con la herejía judaizante en España que se había extendido en Castilla y Aragón, les parecía que hacía “necesario” la implantación de un método eficaz para alcanzar la ansiada unidad de la fe.

Indudablemente el 75% de los procesos tuvieron lugar entre 1478 y 1511. De ahí que el tribunal debía haberse abolido y dejar en manos de los Ordinarios diocesanos la defensa de la fe, tal y como se decidió tras una violenta discusión en las Cortes de Cádiz de 1812.

La Inquisición podía haber sido suprimida, pero el clima de intensa falta de formación del pueblo y del clero y la perfecta superestructura que se había creado propició mantener este indigno tribunal, pues nadie debe ser juzgado en su interior más que por Dios, pues “por sus frutos los conoceréis”.

Ese es el gran mal del tribunal de la Inquisición, haber dado paso a la mentalidad inquisitorial que consistía, entonces y ahora, en juzgar las ideas y las intenciones de los demás, sin datos contrastados y provocando desconfianza y destrucción del honor y la fama de las personas por varias generaciones. De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica, el catecismo de Trento, llegó a afirmar que el honor y la fama era tan importante como la propia vida.

Derecho de defensa

A la vez, señala la profesora Anna Pintore el estado liberal tiene derecho a defenderse ante las falsedades que un autor escriba en un libro, en un artículo de prensa o en los medios de comunicación, pues puede socavar las bases sociales o morales sobre las que se construye el Estado y la convivencia cívica (p. 21). Es decir, convendría “redefinir la censura en términos de conveniencia” (p. 23 y 32).

Es indudable que Michel Foucault se reveló como enemigo a ultranza de Hobbes cuando éste en el Leviathan exigía la entrega de la libertad de los ciudadanos para que el estado absolutista pudiese construir una paz duradera y estable. Lógicamente, una paz sin libertad es imposible mantenerse en una cultura que ha experimentado la libertad (p. 33).

Es divertido comprobar como nuestra autora se enreda en un “vulgar juego de palabras” cuando pretende oponer a una censura “externa, coercitiva y represiva” una “moderna censura” que sería “productiva, estructural y necesaria” (p. 34). 

En realidad, a lo largo de las páginas de este libro, irá brotando la convicción de que la única censura posible es la “autocensura”, derivada del sentido común, la prudencia, las profundas convicciones, el amor a la libertad propia y ajena, el respeto a las opiniones ajenas y el deseo profundo de contribuir con nuestra crítica al bien común y a la dignidad de la persona humana y a salvaguardar el principio de presunción de inocencia y la buena fe de las personas (p. 38).

Censuras convenidas

Es interesante comprobar cómo existen campos de “censura convenida” que están marcadamente ideologizados, aun en nuestro tiempo democrático, como los siguientes expuestos por nuestra autora: “regulación institucional de la libre expresión, la censura del mercado, los recortes en financiación gubernamental para el arte controvertido, boicots, procesamiento y marginación y exclusión de artistas basada en su género o raza, a la ‘corrección política’ en la universidad y en los medios de comunicación, tanto que el término se ve abrumado, incluso trivializado” (p. 41-42).

Indudablemente, nuestra autora manifiesta su perplejidad ante la abundancia de literatura y de opiniones que desean restringir aún más la libertad de expresión y máxime desde la invasión abusiva de internet que ha llenado la red de opiniones de la más variada procedencia y solidez. Se invocan dos principios que aparentemente colisionan: libertad de expresión e igualdad (p. 51).

Es muy importante cómo llega a esta gran conclusión: “los discursos del odio (y la pornografía) deberían ser prohibidos no en tanto en cuanto excluyen la voz de sus victimas de la arena pública, sino por ser dignos de reproche moral, es decir, por cuanto son inaceptables a la luz de la ética de los derechos humanos que se ha afirmado en el mundo occidental (y añadimos nosotros la dignidad de la persona humana)” (p. 67).

Finalmente, recogemos, a modo de conclusión de nuestra autora las últimas palabras de su libro: “La metamorfosis de la censura que ha tenido lugar en las últimas décadas no es desde luego el único factor que ha determinado esta situación, pero seguramente ha creado para ella un ambiente intelectual extremadamente acogedor. Dado el éxito del que hoy gozan las ideas que aquí han sido criticadas, no cabe ser muy optimistas sobre el futuro de la libertad de expresión” (p. 85).

Entre palabras de odio y odio a las palabras

Autor: Anna Pintore
Editorial: Trotta
Año: 2025
Número de páginas: 95
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