Por Carol Glatz, CNS
Unos días antes de ser elegido Papa en marzo de 2013, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio dijo a sus compañeros cardenales: “Tengo la impresión de que Jesús estuvo encerrado en la Iglesia y golpea a la puerta porque quiere salir”.
Con esta breve y sencilla frase, el cardenal bonaerense dejó entrever de manera clara y contundente lo que, según él, necesitaba la Iglesia en ese momento: discípulos misioneros que llevaran a las periferias la alegría del Evangelio.
Más adelante, afirmó que la Iglesia se enferma si permanece encerrada, segura, ocupada en ser una especie de “peluquera”, esponjando y rizando el vellón de su rebaño, en lugar de salir, como hizo Cristo, a buscar a las ovejas que están perdidas. Sus frases solían sonar como proverbios: breves reflexiones llenas de sabiduría.
Antes y después de ser sacerdote, el papa Francisco enseñó literatura en la escuela secundaria y tenía una sólida formación en temas y recursos relacionados con la literatura y el cine. Su lengua materna era el español, creció con familiares de habla italiana en Argentina y recibió formación jesuita, por lo que su vasto y ecléctico conocimiento le proporcionaba elementos que solía combinar con un mensaje religioso, creando metáforas como cuando advirtió que la Iglesia no puede ser una “niñera” de los fieles, para describir una parroquia que no da a luz a evangelizadores activos, sino que se limita a cuidar que los fieles no se desvíen del camino.
Los “católicos de sillón”, en cambio, no dejan que el Espíritu Santo guíe sus vidas. Prefieren quedarse quietos, seguros, recitando una “moralidad fría” sin dejar que el Espíritu los empuje a salir de sus casas para llevar a Jesús a los demás.
El Papa, que veía a Cristo como un “verdadero médico de cuerpos y almas”, recurría con frecuencia a metáforas relacionadas con la medicina.
Soñaba con una Iglesia que fuera “un hospital de campaña tras una batalla”. No tiene sentido preguntarle a un herido grave si tiene el colesterol alto o cuál es su nivel de azúcar en sangre. Primero hay que curarle las heridas.
En otra ocasión advirtió que el orgullo o la vanidad son como “una osteoporosis del alma: los huesos parecen estar bien, pero por dentro están todos arruinados”.
Otro problema médico que puede sufrir el alma es el “Alzheimer espiritual”, una enfermedad que impide a algunas personas recordar el amor y la misericordia que Dios les tiene y, por lo tanto, les impide mostrar misericordia a los demás.
Y si las personas se hicieran un “electrocardiograma espiritual” — preguntó una vez –, ¿marcaría una línea plana porque el corazón está endurecido, indiferente e insensible, o latiría con los impulsos y las inspiraciones del Espíritu Santo?
Aunque muchos no lo reconozcan, Dios es su verdadero padre, ha dicho. “En primer lugar, nos ha dado el ADN, es decir que nos ha hecho hijos, nos ha creado a su imagen, a su imagen y semejanza, como Él”.
A través de muchos de sus recursos lingüísticos, se percibía la espiritualidad ignaciana que lo formó. Al igual que un jesuita busca usar los cinco sentidos para encontrar y experimentar el amor de Dios, el Papa no dudaba en emplear un lenguaje que involucraba la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato.
Por eso, instó a los sacerdotes del mundo a ser “pastores con olor a oveja”, como resultado de estar con la gente, ser testigos de sus desafíos, escuchar sus sueños y ser mediadores entre Dios y su pueblo para hacerles llegar la gracia de Dios.
La comida y la bebida ofrecían numerosas enseñanzas. Por ejemplo, los mayores católicos deben compartir con los jóvenes su visión y sabiduría, que se convierten en “un buen vino que sabe mejor con los años”.
Para transmitir la atmósfera destructiva que un sacerdote amargado y enojado puede generar en su comunidad, el Papa dijo que tales sacerdotes hacen pensar: “Este , a la mañana, en el desayuno toma vinagre; después, en el almuerzo, verduras en vinagre; y, por último, a la noche, un buen jugo de limón”.
Los católicos malhumorados y pesimistas con “cara de vinagre” están demasiado centrados en sí mismos en lugar de en el amor, la ternura y el perdón de Jesús, que encienden y alimentan la verdadera alegría, dijo.
Incluso la vida en el campo ofrecía lecciones. En una ocasión, les dijo a los feligreses que molestaran a sus sacerdotes como un ternero molesta a su madre en busca de leche. Llamen siempre “a su puerta, a su corazón, para que les den la leche de la doctrina, la leche de la gracia y la leche de la guía” espiritual.
Los cristianos no deben ser presumidos ni superficiales como unas galletas especiales que preparaba su abuela italiana: a partir de una tira muy delgada de masa, las galletas se inflaban e hinchaban en una sartén con aceite caliente. Se les llaman “bugies” o “mentiras”, dijo, porque “parecen grandes, pero no tienen nada dentro, no hay nada verdadero allí; no hay nada de sustancia”.
Para explicar el tipo de “terrible ansiedad” que resulta de una vida de vanidad basada en mentiras y fantasías, el Papa dijo que es como esas personas que se maquillan demasiado y luego tienen miedo de que llueva y se les corra todo el maquillaje de la cara.
El Papa Francisco nunca evitó lo desagradable o vulgar, y llamó al capitalismo desenfrenado y al dinero, cuando se convierten en un ídolo, el “estiércol del diablo”.
Comparó el amor de los medios de comunicación por lo vulgar y el escándalo con la “coprofilia”, que significa la atracción fetichista por los excrementos, y dijo que las vidas de los corruptos son “podredumbre barnizada” porque, al igual que los sepulcros blanqueados, parecen hermosas por fuera, pero por dentro están llenas de huesos muertos.
En una reunión con cardenales y los responsables de las oficinas vaticanas para el saludo anual de Navidad, el Papa explicó que la reforma de la Curia Romana era mucho más que un simple lifting para rejuvenecer o embellecer un cuerpo envejecido. Se trataba de un proceso de profunda conversión personal.
A veces, dijo, la reforma “es como limpiar la Esfinge de Egipto con un cepillo de dientes”.