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Los años salvajes de la filosofía

La reciente reedición de "Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía", de Rüdiger Safranski, ofrece una ocasión inmejorable para redescubrir el apasionante cruce entre vida y pensamiento en uno de los filósofos más singulares del siglo XIX.

José Carlos Martín de la Hoz·8 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Arthur Schopenhauer

Arthur Schopenhauer (Wikimedia Commons)

Vale la pena leer nuevamente “Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía”, el magnífico trabajo de Rüdiger Safranski (Rottweil, 1945), acerca de la filosofía de Arthur Schopenhauer (1788-1860), recientemente reeditado, pues muchas veces los estudios biográficos de los grandes pensadores alemanes de ese periodo aportan muchas luces para entender sus principales tesis filosóficas.

Especialmente importante son las apreciaciones biográficas en el caso de los estudios históricos de Rüdiger Safranski. Precisamente, es muy valorado en esta faceta por sus hondos conocimientos en la historia de las ideas y sobre todo de este periodo que él denomina “los años salvajes de la filosofía” (387-404).

Indudablemente, tiene razón Schopenhauer, un filósofo hecho a sí mismo, que aportó ideas importantes a la historia del pensamiento, cuando afirmaba: “¿Quién puede ascender y callar luego?” (76). Es interesante que cuando era joven había escrito: “Si quitamos de la vida los breves instantes de la religión, el arte y del amor puro ¿qué es lo que queda sino una sucesión de pensamientos triviales” (90).

Como es bien sabido, los pensadores tienden a enamorarse de sus ideas, como cuando Kant inventó un Dios extraterrenal que pudiera ser adoptado como tal por los agnósticos y los deístas desconfiados de la Iglesia y del propio Dios, que terminaron por privar de la confianza en Dios a la ilustración alemana (91).

La vida de Schopenhauer

Es muy interesante el desarrollo de la biografía de Schopenhauer y de otros autores de la época, como Kant, Hegel y Hölderlin. También, el estudio de la revolución francesa y su recepción en Alemania, hasta que fueron invadidos por las tropas de Napoleón, saqueadas sus ciudades y convertidas en un reguero de sangre, violencia y desolación que convirtió las ideas idílicas de la revolución en decepción y odio a los franceses que ha perdurado hasta nuestros días en algunas capas de la sociedad alemana (122).

Resulta de un gran interés las páginas dedicadas a la educación y formación del joven Arthur Schopenhauer y de su hermana Adele, frágil de salud toda su vida, por parte de su madre viuda y rica. Finalmente, comentará Safranski: “Está claro que a Arthur le venía grande la libertad que su madre le concedió. Pero su orgullo le prohibió confesárselo a sí mismo” (133).

En esta cuestión merece la pena destacar que, en casa de Johana, la madre de Schopenhauer, había un salón donde las damas de la alta sociedad acudían para hablar y escuchar a los prohombres de la ciudad, especialmente a Goethe que frecuentaba la casa y centraba la atención de todos, especialmente de Arthur (135) con quien terminaría enemistándose (251).

Una vez llegado Schopenhauer a la mayoría de edad y fallecida su madre se convertiría en un rentista que viviría de la herencia y que administraría hábilmente para poder vivir sobriamente pero no depender de nadie ni de ningún puesto oficial donde dar clase y ganar dinero.

Por otra parte, tras unos primeros momentos de galanteo y de acercamiento a algunas mujeres de su tiempo terminaría por encerrarse en su creación filosófica y no solo no formó una familia sino que se relacionó poco con otros autores de su tiempo.

Impacto de Schopenhauer en la filosofía

Con respecto a su aportación a la filosofía de su tiempo y a la propia historia de la filosofía, al estar fuera de los ambientes académicos y a la escasez de sus obras a lo largo de su vida, su fama y el interés suscitado por sus ideas tardará tiempo en consolidarse y casi habría que esperar a su muerte para que se hablara de él.

En primer lugar, Safranski caracterizará el encuentro demoledor con Kant quien había destruido la metafísica tradicional mediante un sistema por el que “los trascendentales metafísicos no remiten a lo trascendente: son meramente trascendentales” (…) Solo interesan para la epistemología: “el análisis trascendental consiste precisamente en mostrar que no podemos y por qué no podemos tener conocimiento de lo trascendente” (150).  Enseguida, añadirá que Kant emprenderá una empresa dirigida a ocuparse de cómo son conocidos los objetos, sin interesarse por el objeto (151).

Schopenhauer, entusiasmado con Platón, escribía acerca de Kant: “la mejor manera de designar lo que le falta a Kant sea tal vez decir que no conoció la contemplación” (156). Es indudable que encerrado en el subjetivismo nunca vio más allá de su constructo intelectual de su propio yo (156). Finalmente, terminará por conocer “al Kant, teórico de la libertad humana” (157).

En 1813, Arthur Schopenhauer, se dirigirá a Rudolstadt pasando por Weimar para la redacción de su tesis doctoral “sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, que le consagraría como filósofo.

La voluntad

Años después, redactará su obra más famosa, deudora de su tesis doctoral acerca de la “conciencia mejor”, con el famoso título de “El mundo como voluntad y representación”. En ella, “seguirá siendo kantiano a su manera para poder seguir siendo platónico a su manera también” (206).

Es muy interesante cómo Safranski va preparando al lector para descubrirle la clave de la nueva filosofía de Schopenhauer sobre el “secreto de la voluntad” es decir, una voluntad en el propio cuerpo, vivida desde dentro, como una flecha, como el hierro atraído por la fuerza del imán: “con el descubrimiento de la metafísica de la voluntad, Schopenhauer encuentra un lenguaje para expresar esa visión; este lenguaje le dará la orgullosa confianza que le permite segregarse de manera radical de toda la tradición filosófica y de sus contemporáneos” (217). 

Un descubrimiento, lleno de extraordinaria radicalidad lo escribe así: “El mundo en cuanto cosa en sí es una gran voluntad que no sabe lo que quiere; no sabe, sino que solo quiere, precisamente porque es voluntad y nada más” (266).

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