

En los últimos años hemos asistido a un renovado interés por «El Señor de los Anillos» de Tolkien, con estrenos recientes como la serie precuela de Amazon «Los Anillos del Poder», la película de acción y anime «La Guerra de los Rohirrim» y el videojuego «Regreso a Moria», además de varios proyectos en preparación.
A medida que las historias de la Tierra Media siguen llegando a nuevos públicos, los lectores y espectadores se sienten inevitablemente atraídos por los profundos temas religiosos que se entretejen en la obra de Tolkien, una influencia que procede de su educación profundamente católica.
Sin embargo, el propio Tolkien tenía claras sus intenciones. Aunque su fe moldeaba inevitablemente su imaginación, se resistía a la idea de que sus historias fueran vistas como alegorías directas. «Me desagrada cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre ha sido así desde que llegué a ser lo suficientemente viejo y precavido como para detectar su presencia», escribió en una ocasión.
En su lugar, Tolkien prefería la idea de «aplicabilidad», pues creía que los lectores debían encontrar sus propios significados en sus historias en lugar de dejarse guiar por la mano del autor. Para él, la verdadera narración ofrecía libertad, no instrucción.
A pesar de este descargo, muchos han señalado la innegable presencia de simbolismo bíblico en «El Señor de los Anillos» de Tolkien, sobre todo en los personajes de Frodo, Gandalf y Aragorn.
Frodo: El portador de cargas como Cristo
Quizá el paralelismo cristiano más obvio sea entre Frodo y Cristo. Aunque Cristo estaba libre de pecado, asumió los pecados del mundo, sacrificándose en última instancia por la humanidad. Del mismo modo, Frodo, inocente él mismo, acepta la carga del Anillo Único y viaja hacia su destrucción en el Monte del Destino. El peso creciente del Anillo refleja la lucha de Cristo con la cruz, una carga que se hace más pesada cuanto más se acerca al Calvario.
Las imágenes de Tolkien son sorprendentes: Sam descubre el peso aplastante del Anillo después de cargarlo brevemente él mismo, con la cabeza inclinada «como si le hubieran ensartado una gran piedra» («Las dos torres», p. 434). Del mismo modo, Cristo se desploma bajo el peso de la cruz, necesitando la ayuda de Simón de Cirene (Lucas 23, 26). En un sutil eco lingüístico, Frodo también es ayudado por Sam, cuyo nombre se parece notablemente a «Simón».
La tentación vincula aún más el viaje de Frodo con el de Cristo. Al igual que Cristo fue tentado por Satanás en el desierto (Mateo 4, 1-11), Frodo se enfrenta a la seducción del Anillo en múltiples ocasiones. Al principio de La Comunidad del Anillo (p. 112), Frodo se siente abrumado por el impulso repentino de ponerse el Anillo cuando se acerca un Jinete Negro.
Más tarde, en la Cima del Tiempo, cede a la tentación y la usa, casi revelándose a sus enemigos (La Comunidad del Anillo, p. 262). Aunque Cristo resiste la tentación, ambas figuras se enfrentan a intensas batallas interiores en las que ceder significaría un fracaso catastrófico.
Por último, Frodo, como Cristo, queda marcado permanentemente por su experiencia. Incluso después de la destrucción del Anillo, Frodo sigue sufriendo por sus heridas. En aniversarios como el 6 de octubre, fecha en que fue apuñalado por una hoja de Morgul, Frodo está visiblemente enfermo y confiesa: «Estoy herido; nunca sanará de verdad» (El Retorno del Rey, p. 377-78). Del mismo modo, Cristo conserva las marcas de la crucifixión, como se ve cuando muestra sus heridas a Tomás (Juan 20:24-29).
Gandalf: Muerte, Resurrección y el Jinete Blanco
Gandalf es una segunda figura de Cristo. Tras luchar contra el Balrog en Moria y caer a su aparente muerte, Gandalf resucita y regresa a la Tierra Media transformado, de Gandalf el Gris a Gandalf el Blanco. Esta transformación le vale el título de Jinete Blanco, una posible alusión al Apocalipsis 19, 11: «Vi el cielo abierto y delante de mí un caballo blanco, cuyo jinete se llama Fiel y Verdadero».
Tolkien capta la dramática llegada de Gandalf al Abismo de Helm: «De repente, sobre una cresta apareció un jinete, vestido de blanco, brillando bajo el sol naciente… Contemplad al Jinete Blanco’, gritó Aragorn. Gandalf ha vuelto'». (“Las Dos Torres”, p. 186).
El paralelismo más sorprendente entre Gandalf y Cristo es su experiencia compartida de la muerte y la resurrección. Tras su Resurrección, en Juan 20, 17, Cristo le dice a María Magdalena: «No me retengas, porque aún no he vuelto a mi Padre», aludiendo a su inminente regreso al Cielo. Del mismo modo, Gandalf, tras su lucha mortal con el Balrog, dice a la Comunidad: «Desnudo he sido enviado de vuelta por un breve tiempo, hasta que mi tarea esté cumplida» (“Las dos torres”, p. 135). Esto sugiere que Gandalf también pasa a otro reino, quizá celestial, antes de regresar a la Tierra Media transformado como Gandalf el Blanco.
Además, la muerte de ambas figuras tiene una profunda carga simbólica. La crucifixión de Cristo vence a Satán y redime a la humanidad del pecado. Paralelamente, el sacrificio de Gandalf derrota al Balrog, encarnación del mal ancestral, y libera a sus compañeros de la opresiva oscuridad de Moria. En ambas historias, la muerte no se convierte en un fin, sino en un acto triunfal de liberación.
Aragorn: el rey oculto y sanador
Aragorn, el legítimo heredero al trono de Gondor, emerge como otra figura semejante a Cristo. Aunque está destinado a gobernar, Aragorn debe primero esperar y demostrar su valía antes de reclamar su reino. Tolkien insinúa la verdadera identidad de Aragorn a lo largo de la historia, aunque la mayoría de los personajes no son conscientes de su importancia, un reflejo de cómo la realeza divina de Cristo estuvo oculta y orientada al futuro durante su estancia en la Tierra.
Este tema de la grandeza oculta refleja el escepticismo al que se enfrentó Cristo. En Juan 1, 46, al oír hablar de Jesús, Natanael pregunta: «¡Nazaret! ¿Puede salir algo bueno de allí?». Del mismo modo, Aragorn, presentado a lectores y personajes como el curtido montaraz «Trancos», es recibido con recelo. Cuando Frodo decide confiar en él, el posadero de Bree, Barliman Butterbur, le advierte: «Bueno, tal vez conozcas tus propios asuntos, pero si yo estuviera en tu situación, no me metería con un montaraz» (“La Comunidad del Anillo”, p. 229).
El papel de Aragorn como sanador refuerza aún más su paralelismo con Cristo. Conocido por su habilidad para curar heridas graves, Aragorn cumple una antigua profecía de Gondor: «Las manos del rey son las manos de un sanador, y así se conocerá al rey legítimo» (“El Retorno del Rey”, p. 169). A lo largo de la saga, Aragorn cura a Merry tras el ataque de los Jinetes Negros, atiende a Frodo después de su herida con la espada de Morgul, ayuda a sus compañeros después de las batallas y, más tarde, revive a Sam y Frodo tras la terrible experiencia de los Campos del Pelennor. El ministerio de Cristo estuvo igualmente marcado por curaciones milagrosas e incluso la resurrección de muertos, entrelazando la realeza con la compasión.
Al entretejer estos rasgos en el personaje de Aragorn, Tolkien elabora el retrato de un rey oculto cuya autoridad se basa no sólo en el poder, sino en el servicio y la restauración, una imagen claramente crística incrustada en lo más profundo del marco mítico de la epopeya.
La fe de Tolkien en el corazón de la Tierra Media
La profunda fe católica de J.R.R. Tolkien es inseparable de la trama de “El Señor de los Anillos”. En una carta a su amigo el padre Robert Murray, el propio Tolkien reconocía esta influencia, escribiendo: «El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; inconscientemente al principio, pero conscientemente en la revisión. Por eso no he incluido, o he suprimido, prácticamente todas las referencias a algo parecido a la ‘religión’, a cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso está absorbido por la historia y el simbolismo».
Aunque Tolkien no pretendía explícitamente crear un relato religioso, su profunda educación católica y su conocimiento de las Escrituras fluyeron de forma natural en su narrativa. El resultado es una epopeya de gran riqueza simbólica en la que resuenan los temas bíblicos del sacrificio, la resurrección, la realeza y la redención, entretejidos sutil pero poderosamente en el mundo mítico de la Tierra Media.
Fundador de “Catholicism Coffee”