Pobreza, guerras, falta de oportunidades y una tasa de desempleo juvenil de en torno al 53 % ha llevado a decenas de jóvenes de la República Democrática del Congo (RDC) a buscarse la vida embarcándose en su propia aventura profesional. La música se ha convertido en una de las salidas más socorridas en un país de 102 millones de habitantes, donde el 59 % de la población es menor de 24 años. Yal Le Kochbar -reflexivo y elegante- es el nombre artístico de Bekeyambor Utempiooh Aliou, pero durante mucho tiempo también se hizo llamar “Aliou Yal”. Se trata de uno de los muchos jóvenes congoleños que hoy tratan de abrirse paso como artista emergente en mitad de un panorama desolador. “Aquí no hay industria, así que la política y el espectáculo y el entretenimiento se han convertido en las industrias actuales”, comenta.
Nació en Goma, en el este de la RDC, el 10 de junio de 1997, cuando la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL) entró en el país en plena guerra. La AFDL era una coalición de disidentes congoleños y diversas organizaciones étnicas contraria a la dictadura de Mobutu Sese Seko y que fue el sostén de su derrocamiento.
“Viví la guerra con mi madre y con mis hermanos. Finalmente, regresamos a Kinshasa en 1999”, recuerda. Las guerras del Congo han dejado desde 1996 un reguero de seis millones de muertos.
Yal es el cabeza de una familia de seis hermanos: dos varones y tres mujeres. “La historia de mi familia está marcada por el trauma de la guerra, cuyas heridas invisibles aún se sienten hoy. La guerra es algo terrible, no sólo destruye vidas sino también la inocencia, y lo que vivieron mi madre, mis hermanos y mis hermanas me ha marcado para siempre”, comenta.
Hace años decidió dar un giro profesional para adentrarse en el mundo de la música y empezar a componer y cantar canciones. Empezamos la conversación hablando de esta afición…
¿De dónde viene su amor por la música? ¿Por qué el rap?
—Mi afición por la música empezó cuando tenía 14 años por la necesidad de desahogar mi dolor. Al principio escribía letras sin pretensiones para calmar un corazón apesadumbrado. En mis inicios no sabía cantar ni rapear. La música era mi vía de escape de un mundo duro, injusto y a menudo incomprensible.
Cuando era niño a menudo carecía de lo necesario en casa, a pesar de tener un padre que intervenía, sobre todo para las necesidades básicas (escuela, salud, alimentación…), pero sin verdadero amor ni presencia afectiva. Nuestra madre, una sencilla ama de casa, luchaba sola para que tuviéramos todo lo que necesitábamos.
Yo escuchaba mucha música rap, sobre todo me fijaba en sus letras que denunciaban la miseria social y familiar. Me caló hondo. A los 17 años escribí mi primera canción. A los 19 años publiqué un tema que fue un éxito en mi barrio, aunque, en el fondo, no me gustaba la popularidad; sólo quería decir la verdad, dejar salir lo que llevaba dentro.
¿Qué quiere transmitir a través de las letras de sus canciones?
—A través de mi música quiero transmitir luz, autoconciencia, la verdad sobre la vida, la necesidad de unidad y amor universal.
Mi mensaje es sencillo: Todo es uno. Todos estamos conectados a la misma fuente divina, y es vital actuar con amor, respeto y verdad.
Mis canciones llevan tanto las heridas de mi pasado como la esperanza de un mundo en el que todos puedan encontrar su lugar en armonía.
¿Tiene algún referente musical congoleño que haya triunfado?
—Hay muchos, pero en la cabeza de la lista y como inspiración para otros músicos está Fally Ipupa.
Me ha comentado que ahora es católico, ¿qué le llevó a dar ese paso?
—Mi conversión al catolicismo es reciente. Es fruto de una larga búsqueda espiritual. Tras sufrir una grave enfermedad (cálculos renales) en 2022, pedí a Dios, y a Jesús en particular, que se manifestara si realmente existía.
Él me respondió. Fue el comienzo de una nueva relación para mí: ya no basada en pedir milagros, sino en una auténtica relación de amor, servicio y unidad.
Mi camino de reflexión me ha llevado a comprender que la Iglesia católica encarna estas grandes verdades: la unidad (la Iglesia es una), la universalidad (la Iglesia es católica) y la misión de servir a los demás (la Iglesia es apostólica).
Hoy me siento orgulloso de haber encontrado reconciliadas en mí la fe, las obras y el amor.
¿Cómo influye su vida cristiana en su trabajo diario?
—Mi vida cristiana se ha convertido en mi motor interior. Me impulsa a servir con amor, a trabajar duro, porque sé que la pereza es un pecado, y que estamos llamados a ser la luz del mundo.
En mi trabajo diario, siempre intento respetar la dignidad humana, llevar luz allá a donde voy, sembrar esperanza a través de mis obras, grandes o pequeñas.
¿Quiere dedicarse profesionalmente a la música o tiene otras actividades para sostenerse económicamente?
—La música es una pasión y una vocación que me tomo muy en serio.
Hice un curso de canto de un año en el Instituto Nacional de las Artes (INA) para perfeccionar mi flow de rap/cantante. Pero me di cuenta muy pronto de que vivir del arte requiere una base sólida, así que siempre me he formado paralelamente.
En 2016, ingresé en la Universidad Católica del Congo (UCC) en Comunicación Social. Mi visión era clara: adquirir una formación sólida para poder producir mi propia música y no hundirme en antivalores por falta de medios.
Al final del curso, hice unas prácticas de un mes en el Service National de Vulgarisation Agricole, en el marco del proyecto “Développement des capacités du Centre National de Vulgarisation Agricole”, en colaboración con KOICA (una agencia gubernamental surcoreana).
Realicé un curso de formación de formadores (FdF), que prometía perspectivas profesionales apasionantes. Sin embargo, la pandemia de Covid-19 en 2019 acabó con todo: el proyecto se suspendió, la administración se paralizó y también todas las oportunidades profesionales.
Peor aún, debido a la falta de recursos financieros, no pude pagar a tiempo las tasas para mi trabajo de fin de ciclo. Esto me llevó a interrumpir mis estudios sin obtener mi título universitario.
Fue un verdadero golpe y una vez más se me rompió el corazón. Tras este calvario, me hundí en la depresión, vagando por las calles sin rumbo, hasta que un amigo, que desde entonces se ha convertido en un hermano, Allegria Mpengani, me tendió la mano.
Me invitó a participar en su ambicioso proyecto: el primer Salón del Libro del Kongo-Central (Salik). Me fui a Matadi en 2020, encontrando un renacimiento interior en la organización del Salik.
Presté mis servicios durante tres años, de 2020 a 2023, primero como responsable de logística y luego, para la última edición, como vicepresidente, gestionando toda la programación en ausencia de Allegria, que tenía otros compromisos en Kinshasa.
En Matadi, coordiné un gran equipo, cerrando el espectáculo con un concierto popular que reunió a muchos artistas urbanos. La experiencia me dio un nuevo impulso artístico.
Un año después de mi regreso a Kinshasa, lancé mi primer sencillo oficial titulado “Les Achetés”, disponible en todas las plataformas.
Al mismo tiempo, fiel a mi principio de autosuficiencia y de servicio, seguí una formación profesional en el Institut Supérieur en Sciences Infirmières (ISSI) del Hospital Monkole para convertirme en auxiliar de enfermería, cuyo coste subvenciona el Gobierno de Navarra (España).
Hoy, en 2025, construyo mi vida entre la música de la luz, portadora del mensaje “Uno” (unidad, verdad, amor divino), y mi compromiso al servicio de los seres humanos, en la asistencia sanitaria y el apoyo. Más adelante, realizaré un curso de logística para respaldar la experiencia profesional que he adquirido en Salik durante los últimos 3 años y, por último, para terminar la carrera de Comunicación Social.
¿Se ha planteado dejar el Congo y buscar oportunidades en el extranjero?
—Sí, me lo he planteado. No para escapar, sino para desarrollarme plenamente y dejar que brille la luz que llevo dentro. Sueño con seguir formándome, creando y mejorando en entornos donde se apoye el arte, donde los sueños no se vean sistemáticamente sofocados por la pobreza o la indiferencia.
¿Qué opina de la fuga de talentos congoleños a otros países?
—Comprendo el dolor que empuja a los talentos a marcharse. Todos soñamos con un país que crea en sus hijos, que invierta en su brillante futuro.
Por desgracia, mientras prevalezcan la indiferencia, la corrupción y la falta de visión colectiva, muchos seguirán buscando en otra parte lo que aquí no tienen.
¿Tiene solución la guerra que asola el este del Congo? Parece que un acuerdo de paz está más cerca…
—La guerra es una tragedia. Destruye algo más que vidas; destruye generaciones enteras, el alma de un pueblo. Yo nací durante la guerra de Goma y todavía hoy siento las cicatrices invisibles en mi familia.
Espero de todo corazón que la paz sea por fin real, no sólo firmada, y que cure las heridas del Este y de todo el Congo.
¿Quiénes son las personas que más han influido en su vida?
—Mi influencia más importante es mi madre, una mujer fuerte y cariñosa que llevaba sobre sus hombros el peso de nuestra supervivencia y dignidad, mi hermano mayor Stéphane y mis hermanas.
Y, por supuesto, mis amigos, que se convirtieron en hermanos para mí al llevarme a trabajar a la Feria del Libro de Kongo Central. Allegria también cambió mi vida; me salvó de una espiral de depresión y me devolvió el camino hacia la luz, como dije.
También está Christian Lokwa, gracias al cual volví a la Iglesia, me confirmé y recibí la Primera Comunión en la Vigilia Pascual del 19 de abril de 2025 en la catedral de Notre Dame du Congo.
Alliance Mawana, que vive en Georgia, ha sido clave por su apoyo moral y financiero. Fue quien me entrenó en el mundo de la música, en el rap y hasta el día de hoy todavía está conmigo y cree en mí, lo mismo con Diego Madilu, Jokshan Kanyindq y Jude David Mulumba.
También me gustaría mencionar a Josué Margot, sin él la fe cristiana sería un mal recuerdo y no habría tenido ningún deseo de buscar a Dios. Él estuvo al principio de mi búsqueda interior.
Y, sobre todo, a Dios, cuyo amor incondicional me ha levantado cada vez que he caído.
Si fuera Ministro de Cultura de la R.D.C, ¿fomentaría un mayor apoyo a los jóvenes talentos como usted?
—Por supuesto que sí. Crearía centros de formación accesibles, ayudas reales a la producción artística y espacios donde los jóvenes pudieran crear, aprender y crecer sin tener que mendigar o exiliarse.
La cultura es un activo inmenso para un país; hay que apoyarla, promoverla y protegerla.
¿Cree que la corrupción es un mal endémico en África y en la R.D.C.? ¿Es posible cambiar las cosas?
—Sí, la corrupción corroe nuestras sociedades, pero creo en el cambio. Empieza en los corazones de los individuos.
Hasta que no comprendamos que todos somos uno -unidos por la misma luz divina- seguiremos traicionando a nuestra propia gente por ganancias efímeras.
El cambio es posible, pero requiere educación, un liderazgo ejemplar y un verdadero amor a la patria.
¿Cómo se está haciendo un nombre dentro y fuera de la R.D.C.?
—Me doy a conocer poco a poco gracias a mi música, que está disponible en todas las plataformas.
También estoy desarrollando mi presencia en las redes sociales, y confío em mi trabajo para llegar a los corazones, sin importar la distancia.
Mi proyecto Music of Light está pensado para traspasar fronteras: se basa en lo universal.
¿Qué mensaje daría a los jóvenes compatriotas que ya no quieren soñar con un futuro mejor?
—Les diría: nunca renuncies a la luz que hay dentro de ti. Aunque el mundo parezca desmoronarse, aunque os golpeen la soledad y la injusticia, recordad que vuestra existencia tiene un sentido profundo.
Estamos hechos para amar, para construir, para unir. Tenemos que luchar con fe, trabajo duro y perseverancia.
Kinshasa