Un macroinforme, elaborado por la consultora estadounidense Pew Research y publicado a comienzos de ese año, apreció una estabilización en el declive del cristianismo en Estados Unidos. Casi en paralelo, la newsletter ‘The Morning’, de The New York Times, abordaba la religión y la espiritualidad, y concluía: “Estados Unidos quiere un Dios”. Y luego llegó la sorpresa de la elección del Papa León XIV, el primer Papa procedente de los Estados Unidos.
En este contexto, entrevistamos a Fr. William Dayley, sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz (CSC), y profesor en la Facultad de Derecho en la Universidad de Notre Dame, que acaba de organizar una cumbre sobre libertad religiosa en Dublín.
A su juicio, existen “brotes verdes en la vida de fe” en su país. Y aunque “es demasiado pronto para juzgar si habrá un ‘efecto Leo’ significativo en la práctica del catolicismo en Estados Unidos, los primeros indicios son ciertamente esperanzadores” afirma.
¿Cómo valora el estudio de Pew Research que apunta a una estabilización del declive del cristianismo durante años en Estados Unidos?
—El estudio de Pew Research coincide con mi propia experiencia, anecdótica, en varios aspectos. Me encuentro en una situación poco habitual en la Universidad de Notre Dame, donde más del 80 % del alumnado es católico y, en nuestras residencias universitarias y en muchos edificios académicos, se celebran Misas diarias muy concurridas, por lo que el descenso es menos evidente en mi vida cotidiana.
Pero, sin duda, hay menos gente asistiendo a Misa en 2025, en porcentaje de la población estudiantil, que cuando me gradué en 1990. Sin embargo, al menos entre los que asisten a Misa hoy, el nivel de catequesis es más alto que el de mi generación, y el entusiasmo y la devoción que muestran son, “a menudo” sorprendentes.
Así que se pueden ver tendencias en ambas direcciones, como indica el estudio: tenemos conversiones y reafiliaciones de formas impresionantes y conmovedoras, pero también vemos muchas desvinculaciones. Hablamos mucho de esto en mi comunidad religiosa, la Congregación de la Santa Cruz, que fundó Notre Dame y sigue prestando servicio allí, y más ampliamente en toda la universidad: cómo podemos atraer a la gente de nuevo a la práctica de la fe.
¿Se han recuperado, al menos, los niveles de antes de la pandemia? ¿Y la evangelización en los ambientes universitarios?
— Sin duda estamos viendo un resurgimiento en Notre Dame tras los mínimos alcanzados durante la pandemia en cuanto a la asistencia a Misa, y un gran fervor en nuestros programas de confirmación de adultos y la Iniciación Cristiana de Adultos, especialmente entre nuestra población estudiantil internacional. Esto no contrarresta necesariamente la tendencia general de desafiliación, que refleja la investigación de Pew Research mencionada anteriormente, pero las cosas no son unidireccionales.
¿Considera que puede estar sucediendo un cierto repunte de la vida espiritual o de la práctica religiosa como informa el New York Times?
—Una vez más, mi trabajo diario con los estudiantes y compañeros del cuerpo docente, así como las numerosas conversaciones aleatorias o fortuitas que uno puede tener en aeropuertos o en bodas, concuerdan plenamente con lo que informa el New York Times: que, incluso en medio del declive de la afiliación a las religiones organizadas, las personas mantienen una sensación de creencia en Dios, de que no estamos solos en el universo, de que hay una dimensión trascendente en la vida a la que quieren prestar atención.
¿Alguna anécdota para ilustrar esta afirmación?
—A menudo pienso en un hombre que conocí hace años, cuando trabajaba como capellán en un hospital. Lo visité a altas horas de la noche porque las enfermeras lo notaban agitado. Me saludó con bastante cortesía, pero me dijo que, aunque le gustaba conversar, no era religioso. Así que charlamos sobre cómo le iban las cosas y, después de unos veinte minutos, pensé que debía dejarlo dormir, así que me despedí. “¿No vas a rezar?”, me preguntó. Le respondí: “Me dijiste que no eras creyente”, a lo que él me contestó “¡Que no sea creyente no significa que no rece!”. Así que rezamos juntos y me pidió que volviera a visitarlo, a la mañana siguiente, para hablar sobre la fe y sobre la gran mejoría que había sentido después de nuestra visita.
La correlación no implica causalidad; tal vez solo fuera el efecto de la medicina. Pero fue una experiencia muy intensa que me permitió comprender la complejidad de la lucha de las personas con la fe y la vida.
Además del panorama de Estados Unidos, usted conoce la realidad irlandesa, ¿qué recuerda?
—En efecto, pasé los años 2016-2020 en Dublín, Irlanda, como director fundador del Notre Dame-Newman Centre for Faith & Reason y en la iglesia de Our Lady Seat of Wisdom, construida por san John Henry Newman.
Allí organizamos conferencias, conciertos, diversas formas de catequesis para jóvenes adultos, etc., en un esfuerzo por presentar la fe con sofisticación, esperanza y alegría en un período de declive para la Iglesia en Irlanda.
Encontramos rápidamente entusiasmo por una nueva Misa para los jóvenes, pero el trabajo lleva tiempo y es como en el Evangelio de Marcos: “Así es el reino de Dios: es como si un hombre esparciera semilla en la tierra y durmiera y se levantara noche y día, y la semilla brotara y creciera, sin saber cómo”. ¡Tenemos que dejar la profunda labor de la conversión al Espíritu Santo y hacer todo lo posible por cooperar!
¿Se aprecia algún impacto de la elección del Papa León XIV en la fe de los católicos estadounidenses? ¿Cómo ve que se ha recibido la elección del primer Papa estadounidense?
—Sin duda, es demasiado pronto para juzgar si habrá un “efecto Leo” significativo en la práctica del catolicismo en Estados Unidos, pero los primeros indicios son ciertamente esperanzadores. Los estadounidenses se sorprendieron y fascinaron al ver que uno de los suyos había sido elegido; esto hace que el papado parezca bastante cercano, algo que debe de ser bastante normal para los italianos históricamente, pero que es novedoso en Estados Unidos. “¡Ha estado en nuestras tiendas de perritos calientes! ¡Ha animado a los Chicago White Sox! ¡Ha ido a Villanova!”.
Más allá de estos detalles humanos, el Papa León XIV también ha mostrado calidez y profundidad en sus sermones, una gentileza y un enfoque en Cristo que espero que, junto con la novedad de su elección, atraigan a los católicos estadounidenses que quizá se hayan sentido un poco perdidos para volver a escuchar el Evangelio.
Usted ha hablado de la polarización que vivimos socialmente. ¿Alguna idea en este sentido?
—El Papa León XIV ha centrado sus predicaciones en Cristo, no en la Iglesia como tal, y desde luego tampoco en sí mismo. En el mundo católico practicante tendemos a culparnos unos a otros —por nuestras disputas sobre la liturgia, nuestros diferentes enfoques políticos o ciertas cuestiones teológicas controvertidas— del descenso en el número de fieles o en la asistencia a Misa. Siempre he pensado que exagerar en ello aceleraría, en lugar de frenar, cualquier declive.
La gente no quiere participar en discusiones. Ya hay suficiente discordia fuera de la Iglesia. Quieren encontrarse con el Señor, experimentar el amor, la misericordia y la inspiración, conocerse a sí mismos como criaturas y conocer mejor a su Creador. El Papa León XIV da todas las señales de comprender esto y de empujarnos a dejar de obsesionarnos con nuestras disputas internas, que sin duda tienen su lugar, por supuesto, para renovar nuestro enfoque en Cristo.
Acabamos de celebrar la Pascua, Pentecostés y la solemnidad de la Santísima Trinidad, y muchos de nuestros textos bíblicos nos recuerdan la oración de Jesús para que seamos uno como Él y el Padre son uno. Estoy convencido de que esa unidad atraerá a otros a la vida divina.
Estados Unidos ha vivido, estos meses, un movimiento de revitalización eucarística, ¿cómo se ha vivido?
—Los obispos estadounidenses han pedido a los sacerdotes que, en sus predicaciones y actividades parroquiales, así como en sus esfuerzos más amplios de catequesis y culto, renueven su sentido de la Presencia Real y de la importancia del culto reverente, de la adoración eucarística y de la idea de que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de nuestra vida como Iglesia. Esto lo vemos en Notre Dame, donde hay un mayor entusiasmo por la adoración, las procesiones eucarísticas y similares que cuando llegué aquí hace décadas, cuando era adolescente.
¿Podemos ver el futuro del catolicismo estadounidense con esperanza?
—Sin duda hay brotes verdes en la vida de la fe. Es posible que las cosas empeoren antes de mejorar en términos numéricos, pero eso no significa que no veamos atisbos de un camino a seguir, ni que no tengamos motivos para ser optimistas. Los primeros cristianos se enfrentaron a dificultades mucho mayores y a una disonancia cultural mucho mayor que la que afronta hoy la Iglesia a la hora de compartir nuestra experiencia de Cristo con nuestros vecinos.
¡Las comunicaciones y los viajes modernos hacen que la evangelización sea mucho menos desalentadora de lo que era para san Pablo y sus compañeros! Por lo tanto, no debemos sucumbir a la tentación humana siempre presente de pensar en lo mucho mejor que eran las cosas antes y centrarnos solo en nuestras propias luchas: la cruz nos llega a todos, de manera paradójica, no la invitamos, es una lucha, pero cuando tomamos la cruz cada día con Cristo, descubrimos que, efectivamente, estamos en el camino de la vida.




