FirmasAlberto Sánchez León

Abandonar los límites nos hace grandes

Superar los límites nos permite crecer y descubrir nuestra verdadera grandeza como personas. Vivir más allá de nuestras potencias mentales, emocionales y volitivas es salir de la pecera hacia la libertad del mar.

29 de julio de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
límites

©Jason Hogan en Unsplash

El espacio es importante. Pero no infinito. El espacio tiene sus límites. Cuando pones unos peces en una pecera, su vida se condiciona por el espacio. Ese condicionamiento es fuerte. Dependiendo del tamaño de la pecera los peces se pueden reproducir más o menos, pueden incluso comerse unos a otros, también pueden dejar de crecer físicamente… El espacio es importante, pero tiene sus límites. Con el tiempo sucede lo mismo. Y es que los límites nos empequeñecen, nos impide crecer. 

Hay en nuestro tiempo un desprecio a los límites. En el hombre hay límites. Y el hombre crece si los va superando. Existen límites metales (el objeto pensado), límites naturales (sobran los ejemplos), límites psicológicos (el miedo, por decir uno), límites espirituales (el pecado), etc. Todos esos límites nos empequeñecen. Vivir en el pensamiento no es vivir. Vivir con miedo no es vida si no se superan esos miedos. Vivir en el pecado es vivir en la mentira, en la esclavitud del mal. 

Por tanto, es muy conveniente abandonar los límites porque entonces no viviríamos en peceras sino en el mar, volaríamos como las águilas y no como las aves de corral, saldríamos hacia afuera en vez de instalarnos en la cueva de la seguridad. Abandonar los límites significa: primero detectarlos, y después  decidir si se quiere vivir en los marcos de esos límites o abandonarlos para conocer otras dimensiones que van más allá del límite, lo que supone un riesgo. 

Dentro de los límites – que en el fondo nos hacen mejores si los superamos- existe uno que es especialmente difícil de abandonar: el límite mental. Es más, su no superación ha hecho que la filosofía como tal no haya crecido, sino estancado dentro de los límites. Y ya sabemos qué ocurre cuando se vive en el estanque: sólo sobrevive en él quien se alimenta de lo putrefacto.

En el  pensar el límite se da cuando se piensa que el pensar es lo más decisivo como ocurre con el idealismo, el psicologismo, etc.; los límites de la voluntad se da cuando se quiere pensar que la voluntad es la clave de todo, como el voluntarismo, y todas las filosofías antihegelianas como la de Nietzsche, Shopenhauer, Sartre…; los límites  sentimentales que  se dan cuando se pone la clave del hombre en el sentir, como podría suceder con el hedonismo, el narcisismo etc., reducen el ser del hombre a lo que sienten, y, el que vive en estos límites decide ser lo que quiere ser desde el sentir.

Desde hace unos años se está haciendo especialmente hincapié en el carácter de la persona, como si fuera lo más decisivo… Sin embargo el carácter es lo que queda de la persona, lo último… y precisamente por ser lo último no puede ser lo más decisivo.

Parece que lo decisivo se ha puesto en las facultades, en las potencias humanas: pensar, querer y sentir. A mi juicio la clave no puede estar en algo que no está en acto. La clave de lo que somos no puede estar en lo que podemos ser, sino más bien, habrá que redescubrir lo que somos, para, como decía Píndaro, llegar a ser lo que queremos ser, pero partiendo de lo que somos: personas.

Evidentemente el pensar, la voluntad y los sentimientos juegan un papel fundamental en la vida de toda persona. Sin embargo, tanto el pensamiento como la voluntad como el sentimiento son facultades, potencias… Sí, las potencias más importantes del hombre, pero al fin y al cabo, potencias… y como tales, necesitan de algo que las actualice. Y eso que las actualiza sí que es decisivo.

Hemos vivido mucho tiempo en la pecera de las potencialidades, hemos vivido, seguimos haciéndolo, en los límites que nos empequeñecen. Hemos vivido en cuevas oscuras, peceras angostas. Le hemos dado mucha baza a lo potencial, a lo que el yo puede hacer o no hacer, pensar o no, construir o destruir, sentir o no… Pero… ¿donde queda la majestad del hombre? El hombre es mucho más que sus facultades, que sus obras, que sus miedos, que sus límites.

La verdad del hombre hace libre al hombre. ¿Libre de qué? De los límites. Pero eso sería vivir como Dios, que es el único que es ilimitado, me podría decir alguien. Y así es. Es nuestra grandeza o majestad la de vivir como Dios… Para eso fuimos creados. 

El autorAlberto Sánchez León

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