La actualidad de san Josemaría Escrivá

El 26 de junio de 2025 se cumplen 50 años de la muerte en Roma de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

24 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
San Josemaría

San Josemaría Escrivá

El 26 de junio de 2025 se cumplen 50 años de la muerte en Roma de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Esta institución de la Iglesia católica, que en 2028 celebra su primer centenario de existencia, ha aparecido a menudo rodeada de controversias, como lo ha estado desde hace más de 2000 años la propia Iglesia y como lo estuvieron el mismo Jesucristo y sus apóstoles desde sus inicios en Jerusalén.

El 2 de octubre de 1928 san Josemaría vio en Madrid que Dios le pedía una nueva fundación en la Iglesia con el carisma de vivir con radicalidad pacífica la vocación bautismal en medio del mundo (santificar el trabajo, la familia y todas las realidades humanas buenas) para ser instrumentos de Dios y transformarlo desde dentro. Para ello se revelaba fundamental la cooperación de sacerdotes y laicos que vivieran un sano anticlericalismo.

Uno de los problemas de la Iglesia, desde su legalización por el emperador Constantino y posterior declaración como religión oficial del Imperio romano por Teodosio, ha sido la tentación del cesaropapismo y del clericalismo, este último tan oportunamente denunciado por los últimos Papas.

San Josemaría Escrivá y los laicos

Junto a un amor grande al sacerdocio y a la vida consagrada, san Josemaría Escrivá entendió que Dios le pedía fundar una institución que tuviera como uno de sus rasgos esenciales la secularidad de los miembros, siguiendo la célebre máxima de Cristo sobre “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, precisamente para que la Iglesia pudiera vivir con fidelidad su vocación misionera.

Quizá es esto -junto a los errores humanos que implica todo lo que hacemos los hombres- lo que tanta antipatía ha provocado contra Escrivá y el Opus Dei desde su inicio por parte de los enemigos de la Iglesia (que son a menudo más sagaces que los hijos de la luz también a la hora de detectar quiénes pueden ser más peligrosos combatiendo el mal) y por parte de algunos en la propia Iglesia: su anticlericalismo sano.

La novedosa y escandalosa para algunos “autonomía de las realidades temporales” proclamada por el Concilio Vaticano II implica precisamente, según entiendo, evitar las políticas eclesiásticas y que los clérigos caigan en la tentación de saltarse el derecho civil y el canónico, pensando que en una parroquia o diócesis el pastor tiene autoridad absoluta sobre lo que hacen o dejan de hacer los fieles laicos o seglares en sus trabajos, asociaciones, en la política, el arte, etc. Cada uno en la Iglesia tenemos nuestra misión. Quizá va por ahí el concepto de sinodalidad que se está empleando en los últimos años.

Un mensaje que quedó recogido en muchos documentos conciliares, como en la Lumen Gentium, n. 33: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad”.

Amor a la libertad

Frente a la caricatura que algunos se esfuerzan por mantener, la realidad es que san Josemaría predicó incansablemente su amor a la libertad en lo opinable y en concreto a la libertad religiosa. Tendía a ponerse del lado del perseguido y aborrecía la mentalidad cesarista, oponiéndose a los que elevan su opinión a dogma atropellando al prójimo.

No le gustaba el fundamentalismo sino la coherencia y pedía no confundir la intransigencia con la intemperancia (no ser “martillo de herejes”). Sabía distinguir el error de la persona que hierra y ceder en lo opinable para facilitar el entendimiento y la convivencia. Veía el peligro de convertir la vida en una cruzada y ver gigantes donde sólo hay molinos, como el famoso hidalgo manchego. Mensaje que veo muy oportuno en estos tiempos de populismos intransigentes, de muros, repatriaciones y cordones sanitarios contra opciones políticas distintas a la propia.

Alertaba contra el pesimismo pues lo cristiano es más bien la esperanza y el optimismo. Animaba siempre a ampliar horizontes y a profundizar en lo permanentemente vivo de la doctrina católica, siguiendo los aciertos del pensamiento contemporáneo y evitando sus errores. Todos los siglos han tenido cosas buenas y malas y el nuestro no es una excepción. Alentaba una actitud positiva y abierta ante la transformación del mundo y las estructuras sociales. Pedía sembrar paz y alegría por todos lados, ir del brazo de los que no piensan como nosotros.

Veía el buen gobierno como servicio al bien común de la ciudad terrena y no como propiedad. Animaba a los cristianos que se dedicaban a la política a no vivir sólo de la política, a repartir responsabilidades, a rodearse de personas valiosas y no de mediocres, a tomar las decisiones escuchando a los colaboradores. A no juzgar con ligereza sobre personas y situaciones sin saber, aprendiendo de los demás, a elaborar leyes justas que pudieran cumplir los ciudadanos, pensando especialmente en los más débiles. A no perpetuarse en el poder y a evitar los sectarismos de derechas e izquierdas.

Persecuciones y valentía

Si a Jesús y a sus seguidores los han perseguido desde fuera y desde dentro de la propia Iglesia (en este caso siempre con buena intención, como decía san Josemaría), la época actual anuncia buenos tiempos para este carisma tan necesario dentro de la Iglesia ayer, hoy y siempre.

San Josemaría Escrivá ha sido -con sus defectos, como todos los santos- uno de los más grandes españoles de la historia (junto a Isidro labrador, Teresa de Jesús, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y tantos otros) y seguro que no ha sido el último. Me parece que una prueba de su grandeza, que es del Dios al que dejó hacer en su interior, es lo poco valorado que ha sido hasta ahora en el ámbito de los “triunfos” mundanos y eclesiásticos.

El sacerdote aragonés que falleció en Roma hace medio siglo fue un santo profundamente moderno que no buscó nunca su gloria personal sino ser fiel a la voluntad de Dios y servir a la Iglesia con su vida y -si fuera preciso- con su honra humana. Ahora que estamos acompañando con nuestra oración los primeros pasos del Papa León XIV, con su valiente llamada a ser buenos discípulos de Cristo en un mundo tan necesitado de su luz y a proclamar sin miedo el Evangelio, pueden resultarnos útiles sus enseñanzas.

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