Amor y unidad

Amor y unidad: misión que da vida a la Iglesia, barca frágil guiada por Cristo, llamada a ser signo de paz en un mundo herido.

3 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Es verdaderamente cierto aquello de que en no pocas ocasiones, los árboles no dejan ver el bosque. Las últimas semanas en la Iglesia católica podrían describirse, en gran medida, de este modo: la elección y primeros momentos del pontificado de León XIV han ocupado las portadas de los principales medios de comunicación mundiales.

La universalización de los medios de comunicación, las redes sociales, la IA…, se han unido a la atracción que sigue despertando la Iglesia católica en un mundo que observa, asombrado, la permanencia de una institución que, de ser sólo humana, hubiera desaparecido hace centenares de años. 

En esta vorágine de informaciones y análisis, más humanos que creyentes, los católicos corremos el peligro de olvidarnos que todo lo que hemos vivido supone un eslabón más en la Historia pensada por Dios y que, por encima de políticas, corrientes de pensamiento, filias y fobias, está el designio de Dios, la guía del Espíritu Santo.

Comienza un nuevo capítulo de la sucesión apostólica que León XIV ha marcado con dos palabras: Amor y unidad, “las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”.

León XIV toma la dirección de una barca fracturada internamente, donde las soberbias, las envidias y las incomprensiones han aflorado, como en aquellas peleas de los primeros doce por “quien era el más importante” (Cfr. Mc 9, 34). Como entonces, Cristo nos pregunta el porqué de nuestras disputas para recordar “que el ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo” (Cfr. León XIV. Homilía en la Misa de inicio de Pontificado, 18-5-2025). León XIV ha vuelto a poner el foco en el amor, en ese caritas del mandamiento nuevo dado por Cristo en la Última Cena y que es el sello de la Iglesia de Cristo. Un amor que haga realizada un “primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”.

No es fácil la situación de la Iglesia que camina junto a León XIV. Estamos en un cambio de época similar al que marcó los inicios del siglo XX y en el que se desarrolló el pontificado de León XIII, de quién Robert Prevost ha tomado nombre y, en cierto modo, espíritu. Pero Dios está con nosotros, esa “belleza tan antigua y tan nueva” a la que, como san Agustín, amamos siempre tarde y siempre imperfectamente, es quien guía, junto con “el pescador”, esta barca avejentada y al mismo tiempo recién nacida. Con amor y unidad.

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