El Papa León XIV ha mostrado, en estos primeros meses de su pontificado, una creciente preocupación por la educación. Es un tema central, pues allí se juega una importante batalla cultural y espiritual, que definirá el futuro. Así como ha habido diversas reflexiones sobre la educación en general y sobre las universidades católicas, falta un debate profundo sobre los “saberes eclesiásticos” (esencialmente, la Filosofía, la Teología, la Historia, la Filología y el Derecho canónico), que son los que ayudan a la Iglesia a explicarse a sí misma y, sobre todo, a proclamar su mensaje.
Preocupado por la configuración de la enseñanza superior, acabo de publicar el libro La armonización de los saberes eclesiásticos. Claves para repensar la enseñanza superior católica, (Dykinson), editado gratuitamente, para que llegue a todo el mundo, que quiere ser una reflexión sobre el tema a partir de Veritatis Gaudium.
Puede constatarse que, a lo largo de los primeros siglos, la Iglesia absorbió los saberes profanos, los sintetizó con el kerigma y la tradición, y ofreció una enciclopedia completa del conocimiento, que progresivamente se fue fragmentando. Con el triunfo del liberalismo, los Estados se separaron netamente de la Iglesia y los saberes eclesiásticos permanecieron, en la mayoría de países católicos, en seminarios y universidades pontificias, en un estado de decaimiento. El Concilio Vaticano II decidió abrir las puertas al diálogo con el mundo secular, y la Iglesia, hasta nuestros días, ha seguido, sin poner excesivas trabas, las directrices globales de la educación civil.
Gran parte del problema actual es que la Iglesia ha perdido capacidad de liderazgo intelectual y se ha acomodado a las tendencias globales, que se caracterizan por modas alejadas del pensamiento cristiano, así como por la reducción de la formación básica y la disgregación en un sinfín de másteres, diplomaturas y asignaturas optativas.
Para que cada saber no vaya por su cuenta, como sucede en el mundo civil desde hace dos siglos, es necesario que todos los saberes eclesiásticos tengan clara la finalidad espiritual que les alimenta y, sobre todo, la unidad que existe entre ellos. De la tensión interna entre los distintos saberes, que cooperan entre sí, debe salir una unidad firme del conocimiento, que luego pueda dialogar de forma provechosa con los saberes civiles. Sin embargo, la falta de unos saberes eclesiásticos bien ensamblados provoca abusos y malentendidos y, sobre todo, impide que se llegue a una verdad armónica, que los integre y unifique. Se pide una armonización que, sin renunciar al carácter irreductible de cada saber, busque al máximo sus conexiones con los demás.
Se propone un cambio de paradigma: un modelo de articulación de los saberes eclesiásticos que parta de la Palabra de Dios, en su contexto histórico y filológico, que continúe hacia la filosofía y luego se eleve hacia la especulación teológica, y que finalmente se traduzca en derecho canónico. Por último, la relectura conjunta de la Palabra de Dios y de las disposiciones canónicas debe dar camino a nuevas reflexiones y ajustes, y a reiniciar el proceso las veces que sean necesarias.
Todo ello implica la necesidad de organizar unos nuevos planes de estudio eclesiásticos más ambiciosos y mejor acoplados, que busquen, ante todo, la unidad de los saberes y el fin sobrenatural que persiguen. Esa unidad debe reflejarse en la disposición de las asignaturas y debe amueblar las cabezas de los alumnos.
Para ello, se propone repensar los actuales planes de estudio, y articular el ciclo institucional en un doble Grado en Filosofía eclesiástica y en Teología, de siete años de duración. De este modo, la formación sería algo más amplia y se podría contrarrestar la tendencia secular a reducir la formación básica e incrementar los postgrados. Para lograr la unidad del conocimiento, es necesario este doble Grado en Filosofía eclesiástica y en Teología, que desembocaría luego en diversas Licenciaturas o Másteres de especialización. La falta de formación previa en la enseñanza secundaria, casi en los cinco continentes, los actuales procesos madurativos (más lentos), y la creciente esperanza de vida invitan a repensar la enseñanza superior católica desde un conocimiento global de la unidad de los saberes eclesiásticos hasta la especialización, y desde un discernimiento cabal de todos los carismas eclesiales hasta llegar a su concreción en el estado de vida. Es necesario, en fin, que la Iglesia repiense la armonización de los saberes eclesiásticos: que pueda ofrecer a creyentes y no creyentes, para el bien de toda la humanidad, un proyecto intelectualmente bien ensamblado, y que sea valiente en su búsqueda de la verdad.
Catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones en la Universidad de les Illes Balears




