Como es sabido, los miembros del Estado alemán bajo el nazismo (1933-1945) fueron responsables directos del asesinato de unos 11 millones de personas, de los cuales se estiman que 6 millones fueron judíos. Este último genocidio (palabra creada por el jurista polaco Rapahael Lemkin), conocido mundialmente como el “Holocausto” o la “Shoá”, dio lugar a diversos juicios, condenas y ejecuciones de los culpables nazis (los famosos juicios de Núremberg y otros).
Después de la Segunda Guerra Mundial, se formó un grupo de detectives, fiscales y oficiales con la intención de llevar ante la justicia a aquellos que hubiesen cumplido un papel, por pequeño que fuese, en la maquinaria demoníaca de los campos de concentración. Fueron los justicieros del Holocausto en la sombra: los cazadores de nazis. La mayoría de ellos han permanecido en el anonimato. Nombres como William Denson, Rafi Eitan, Benjamin Ferencz, Efraim Zuroff, Fritz Bauer, Isser Harel, Elizabeth Holtzman, Serge y Beate Klarsfeld, Eli Rosenbaum, Jan Sehn…
Cazadores de nazis
El veterano escritor y corresponsal Andrew Nagorski publicó en 2017 un documentado ensayo en el que recuperaba las desventuras de esta legión oculta alumbrada tras el Holocausto: “Cazadores de nazis” (Turner, 2017). En este libro se recuerdan las hazañas de los perseguidores y las barbaridades de los perseguidos, narrando también las dificultades que tuvieron que superar estos justicieros para llevar a cabo su labor. No fueron pocas, pues iban desde el enfrentamiento con sus compañeros hasta la benevolencia de Occidente para con algunos de los jerarcas.
La motivación de estas personas era clara. Tuvia Friedman, uno de los judíos perseguidores de nazis más eficaces de la Segunda Guerra Mundial, logró escapar en su juventud de un campo de concentración y, a partir de entonces, su objetivo fue capturar a aquellos asesinos. “No dejaba de pensar con el día en que los judíos se la devolvieran a los nazis, ojo por ojo”, solía decir. Tras liberarse, se unió a un grupo de partisanos con los que buscó a destacados criminales de guerra.
Quizá el más famoso de ellos fue el arquitecto Simon Wiesenthal, prisionero del campo de Mauthausen hasta que, el 5 de mayo de 1945, fue liberado. Las brutalidades que tuvo que soportar en aquel infierno le hicieron presentarse a un teniente americano poco después y ofrecerle sus servicios. Se dedicó a ayudar a los afectados por la contienda y, junto a Friedman, fue determinante a la hora de atrapar en los años 60 del s. XX al hombre que había organizado la Solución Final, el exterminio de millones de judíos: Adolf Eichmann. El oficial alemán había logrado escapar de la justicia aliada de Núremberg y huir a Argentina, pero fue apresado y juzgado gracias a ellos.
Desgraciadamente han sido muchos los genocidios perpetrados en la historia y la gran mayoría han quedado sin castigo, como el genocidio armenio, el ucraniano durante la época de Stalin, el de Ruanda, etc. Una de las peculiaridades del Holocausto judío ha sido la determinación de estas personas por lograr que se hiciera un mínimo de justicia en esta vida, a menudo aplicando la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente).
El caso de ETA
A una escala mucho menor y más cerca en el tiempo, en España los miembros de la banda terrorista ETA (1959-2018) son culpables de 864 asesinatos, más de 3.000 heridos, 86 secuestros y 10.000 extorsiones a empresarios. Su objetivo era la creación de un Estado socialista en el País Vasco y la independencia de España y Francia. Después de 60 años de terror, el 3 de mayo de 2018 la banda terrorista anunció su disolución. En aquel momento quedaban 358 crímenes sin resolver y unos 100 etarras en la clandestinidad. El Gobierno español de Mariano Rajoy aseguró entonces que no habría ventajas para ETA por dejar de matar ni acercamiento de sus presos al País Vasco.
De los cerca de 10.000 imputados por su relación con ETA, en la actualidad sólo quedan 142 presos (136 en el País Vasco y Navarra y 6 en cárceles francesas), mientras el Gobierno vasco sigue acelerando el ritmo de permisos y excarcelaciones de presos, con la connivencia lo del Gobierno socialista de Pedro Sánchez, que necesita los votos de Bildu (partido heredero de los representantes políticos de ETA) para gobernar.
Entre 1975 y 1980 operaron diversos grupos afines a la dictadura franquista con el fin de combatir el terrorismo de ETA. En 1977, tras la amnistía política concedida por el Gobierno de Adolfo Suárez, un grupo de 7 oficiales del Ejército mataron mediante coche bomba en Francia al dirigente etarra Argala, autor material del asesinato del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco en 1972.
Durante el Gobierno socialista de Felipe González, entre 1983 y 1987, se produjo la llamada «guerra sucia» contra ETA, atribuyéndosele a los GAL el asesinato de 27 personas. Estos atentados y secuestros fueron perpetrados en su mayoría por mercenarios franceses contratados por policías españoles, financiados con fondos reservados, y organizados desde el propio ministerio del Interior, a través de encargados de la lucha antiterrorista del País Vasco. Algunos de los responsables de estos crímenes de Estado fueron condenados por los Tribunales de justicia españoles, unos pasaron poco tiempo en prisión y siguieron después en arresto domiciliario y otros fueron posteriormente indultados.
Ausencia de venganza
Pero los familiares de las víctimas del terrorismo de ETA jamás se han tomado la justicia por su mano, como sí hicieron los cazadores de nazis en su momento. Durante los últimos años estas víctimas han tenido que soportar las excarcelaciones y los homenajes a los presos de ETA liberados, así como el insólito hecho de que el partido político que ha heredado el proyecto político de la banda terrorista haya sido incorporado a la gobernabilidad del Estado por el actual presidente del Gobierno de España.
La ausencia de venganza en las víctimas del terrorismo de ETA, junto a su exigencia de justicia exclusivamente por medios legales, habla mucho de las raíces cristianas de España, donde afortunadamente la justicia y el perdón no han sido sustituidos en las últimas décadas por la ley del talión.