El Jubileo de la esperanza, convocado por el Papa Francisco, para este año 2025, sigue su curso. Como sabemos, los Jubileos tienen su origen en la tradición hebrea y la Iglesia los convoca para conceder gracias especiales, entre ellas la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria. Ha tenido particular resonancia el Jubileo de los jóvenes, celebrado en Roma, con la participación del Papa León XIV, en los últimos días del mes de julio.
Es pronto y, por otra parte, no se pueden hacer balances de los frutos espirituales de un Jubileo, pero para todos los católicos el Jubileo de la esperanza es una invitación a profundizar y vivir más plenamente esta virtud teológica.
La esperanza en san Pablo
San Pablo escribe a los cristianos de Roma: «justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia, en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Rm 5, 1-2). El papa Benedicto XVI, en la encíclica Spes salvi, del 30 de noviembre de 2007, enseña que «la esperanza es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que, en muchos pasajes, las palabras fe y esperanza parecen intercambiables. Así, por ejemplo, en este mismo pasaje o en la Carta a los hebreos donde su autor une estrechamente «la plenitud de la fe» (10,22) con «la firme confesión de la esperanza» (10,23)».
Se puede decir, por tanto, que la virtud de la esperanza precisa y enriquece la virtud de la fe con la calidad de la constancia, de la fidelidad, de la permanencia. Vivir la virtud de la esperanza sería, pues, permanecer firmes en la fe. La fe necesita de esta fidelidad y permanencia porque, en esta vida, viene sometida a pruebas y, en muchas ocasiones, a duras pruebas. El texto de san Pablo a los romanos, citado más arriba, continúa: «y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia y la paciencia prueba y la prueba esperanza» (Rm 5, 3-4).
A su vez, esta permanencia en la fe, que es la esperanza, viene sostenida, en último término, por el amor de Dios: «la esperanza – concluye el Apóstol – no se avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado por el Espíritu Santo, que nos fue dado» (Rm 5,5).
Así que, podemos concluir, estar «salvados en esperanza» (Rm 8,24), pero una esperanza del todo confiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea fatigoso. La esperanza cristiana es confiable porque lleva hacia una meta, porque podemos estar seguros de esa meta y porque esta meta es tan grande y gloriosa que justifica el esfuerzo del camino.
Sólo que debemos vivir esta esperanza, que hunde sus raíces en la fe, con la seguridad de una convicción personal y profunda.
Jaccob Gapp
Jaccob Gapp fue un sacerdote y educador marianista, austriaco, que fue guillotinado por el régimen nazi el 13 de agosto de 1943 y beatificado por san Juan Pablo II el 24 de noviembre de 1996. Fichado por las autoridades nazis cuando estaba en Austria, sus superiores lo trasladaron a Francia y, de ahí, a España, pero, en noviembre de 1942, durante una excursión desde España, cruzó la frontera con Francia y ahí lo detuvo la Gestapo. Se acaba de publicar en castellano el libro sobre su vida titulado «Todo pasa, solo cielo permanece«, cuyo autor y editor es el padre Emilio Cárdenas.
Jaccob Grapp parece que no tenia «madera de santo». De carácter poco sereno, apasionado e impulsivo, sin embargo sus cartas desde la cárcel son un testimonio espléndido de esperanza cristiana. «Sólo el cielo permanece», escribe, o también «hay que vivir y expresar las convicciones (cristianas) como cuentos y no como probabilidades» o, por último, «no podré hablar a otros de mi esperanza hasta que no la haya hecho mía interiormente». Heinrich Himmler, jefe de la Gestapo, comentó que si el millón de los miembros del partido nazi estarían tan comprometidos como el padre Gapp, Alemania conquistaría el mundo sin dificultad.
La fe es «hypostasis»
Esta seguridad no hunde sus raíces en una convicción puramente subjetiva. La virtud de la esperanza cristiana no es sólo «todo futuro», sino que poseemos ya, de algún modo, «algo» de la herencia que nos espera. Benedicto XVI comenta esto en la encíclica «Spes salvi» número 7, haciendo la exégesis del texto de la Carta a los hebreos 11,1: «la fe es garantía de lo que se espera; prueba de lo que no se ve». La fe es «hypostasis» de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Los padres y teólogos de la edad media traducen la palabra griega «hypostasis» con el término latino «sustancia». Con la fe comienza en nosotros la vida eterna. En germen ya están en nosotros las realidades que se esperan.
Las traducciones protestantes, que después han influido también en algunas traducciones católicas, han reducido esta palabra «hypostasis/substancia» a su sentido subjetivo, dejando de lado su sentido objetivo. La palabra «hypostasis» no es sólo expresión de una pura aptitud interior, como una disposición del sujeto, que es cierta, pero no hace toda la justicia al término «hypostasis/sustancia». No es sólo convicción interior, sino también «prueba», «arras». Pensemos sólo, por ejemplo, en la doctrina católica sobre la Eucaristía.
El papa León XIV pidió a los jóvenes, durante la misa del Jubileo de Tor Vergata, «dar voz a la esperanza que nos da Jesús vivo, hasta los últimos confines de la tierra». Que sea esta petición del papa el fruto del Jubileo 2025.