Firmas invitadasAlberto Sánchez León

El corazón de la persona… ¿lugar, centro, sede o mucho más?

El corazón humano es más que un centro o sede: es el núcleo del ser personal, el ser íntimo e inagotable que nos define más allá de toda manifestación.

22 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
corazón

©Chang Duong

Hay algo en el hombre que es decisivo en todos los sentidos. Ese algo es nuclear, y lo es, porque, de alguna manera nos define, mejor, nos describe. No creo en las definiciones. Todas me parecen injustas. Más bien constato descripciones o las rechazo. Definir es vivir en los límites. Ese algo decisivo en el hombre está fuera de toda definición, la sobrepasa porque no vive en los límites. Se trata del corazón humano. Si hay algo de infinito en el hombre es su propio corazón. 

Quien posee el corazón de un hombre posee a dicho hombre. Estamos hablando de lo más íntimo del hombre. El corazón del hombre no es manifestativo. Tiene manifestaciones, como es lógico, pero él mismo no está en la esfera de la manifestación, precisamente porque es lo primero. Corazón es sinónimo de persona. Mi corazón es mi persona, mi acto de ser, mi ser personal, mi núcleo personal. Es algo más que centro. Estamos en la esfera del ser, en la esfera del acto. No estamos en la esencia de la persona que sí es manifestativa toda ella. Esencia y acto de ser en el hombre no se identifican. Esa identificación es propia de la divinidad. Ser hombre implica una dualidad, una dualidad que enriquece. La esencia es definible porque vive en los límites. El ser no. Por eso no es fácil escribir o hablar del ser personal, de su corazón.

Dietrich von Hildebran dedica un libro entero a hablar del corazón. Es un libro brillante., en su Ordo amoris, es más agudo y penetrante que Hildebrand. En Ordo amoris Scheler se refiere al ordo amoris como “núcleo del hombre como ser espiritual”. Muy fino… pero difuso a la vez. Difuso porque está intentando decir que la virtud, ordo amoris en términos agustinianos, es obrar y ser a la vez… Sin embargo, el obrar sigue al ser. Es decir, el obrar es lo manifestativo de lo que no es manifiesto, es decir, de la intimidad del hombre. La intimidad, el corazón, el núcleo se puede manifestar, pero él mismo no es manifestación. Está empapado de ser, borracho de ser. 

“Nuestro corazón es demasiado basto” dice Pascal. Así es… es demasiado íntimo, es insondable. No tiene límites porque es capaz de amar. Es conveniente distinguir entre amar y amor. El primero es personal, el segundo es esencial. Y la esencia no es personal. El amar es la persona. La esencia obra el amor, pero no es acto. Por eso el amor es límite, el amar no tiene límites. El amor está en la esfera de las obras, de la ética, de lo manifestativo. Pero no soy mi amor sino mi amar, porque soy mucho más que mis obras. Y ese mucho más es el espíritu. El espíritu no tiene límites. El alma sí. Alma y espíritu no son sinónimos. El hombre no es sólo naturaleza, sino también persona. Persona y naturaleza, antropología y metafísica no son sinónimos. Y la persona no puede ser inferior al mundo. Persona es otro modo de ser. Pero es un modo de ser tan superior al modo de ser del mundo que no puede equipararse al mundo.

La persona es superior al mundo, y por tanto, tiene valor trascendental. Ese ser sobrante de la persona respecto al mundo lo hace infinitamente superior al mundo. Esta es la razón por la que es muy conveniente desarrollar una antropología trascendental. Leonardo Polo ha sido el pionero de esta antropología, y por los motivos que hemos expuesto, es mucho más certero que Hildebrand y Scheler, pues esclarece la distinción de la esencia y el acto de ser personal como ninguno lo había hecho antes. 

Si la persona tiene valor trascendental y el núcleo personal es el corazón, su intimidad, entonces cabe decir, que el corazón es la persona misma, el acto de ser personal. El corazón es el cada quién. Y el cada quien con toda su riqueza, con toda su esencia. Porque la esencia enriquece, la hace más rica, pero la ricura ya estaba, es primera. Por eso la esencia no tiene la última palabra, no es el cada quién… sino el ser personal, el corazón de cada quién.

El autorAlberto Sánchez León

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