El nombre del futuro de la Iglesia

La muerte del Papa Francisco cierra un ciclo y abre otro en la Iglesia, que sigue viva por la acción de Dios y el compromiso de sus fieles.

2 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Muchos relojes se pararon el pasado 21 de abril. La muerte de Francisco, el Papa número 266 de la Iglesia católica cerraba 12 años de pontificado, ejercido por Jorge Mario Bergoglio y abría una nueva etapa en la historia de la Iglesia.

Desde que el, hasta entonces cardenal de Buenos Aires, ocupara la silla de Pedro, en marzo de 2013, hasta su fallecimiento, el lunes de Pascua de 2025, el mundo ha experimentado cambios notables que han configurado un panorama de futuro muy alejado del que parecía dibujarse en 2013. También la Iglesia ha vivido, en estos años, situaciones diversas que han dejado cuestiones abiertas para el próximo papado. 

Se especula mucho sobre los retos que habrá de afrontar el Papa que suceda a Francisco al frente de la barca de Pedro (nombre que, quizás cuando esté leyendo estas líneas, ya conozcamos). De los días previos a la elección del Romano Pontífice me quedo con la idea subrayada por muchos cardenales: la historia de la Iglesia ha de leerse como una sucesión, una progresión que no encuentra su sentido si se trata cada pontificado de manera atomizada. 

Cuando se habla de la Iglesia -y en estas semanas se ha hablado hasta la saturación, especialmente desde instancias que poco o nada sabían de la familia de los fieles católicos-, resulta casi imposible hacer un retrato que haga justicia a la diversidad de espacios y ambientes en los que el Cuerpo místico de Cristo se encarna. Tendemos a analizar la Iglesia desde una perspectiva personal, y muchas veces, demasiado humana y ciertamente, reduccionista. 

Considerar la Iglesia como un conjunto de dinámicas de poder es quizás uno de los grandes peligros que tiene la sociedad de hoy, dentro y fuera de la Iglesia. Cierto es que no podemos caer en el infantilismo absurdo de no querer reconocer que, como institución formada por hombres, éstos no tengan más pecados de los que nos gustaría. Pero, si algo queda de manifiesto en momentos como la apertura de un nuevo pontificado es que la Iglesia “no es una asociación humana, nacida de ideas o intereses comunes, sino de una convocación de Dios. Él la ha convocado y por eso es una en todas sus realizaciones” (Benedicto XVI, Audiencia General, 15-10-2008).

Es bien conocida aquella anécdota del Cardenal Consalvi cuando Napoleón amenazó con la destrucción de la Iglesia: “Yo acabaré con vuestra Iglesia”, a lo que Consalvi respondió sabiamente “Hace ya diecinueve siglos que nosotros (los católicos) mismos estamos haciendo lo posible para destruirla y no lo hemos logrado”. Probablemente, Napoleón, como siguen haciendo, dos siglos después, no había integrado esa acción del Espíritu Santo en la Iglesia. 

¿Qué necesita la Iglesia del mañana? Lo mismo que la de hoy: el compromiso de cada uno de sus miembros, desde el Papa al último bautizado, de poner en práctica esa llamada a la santidad, a la misión y al testimonio a través del cual actúa Dios en cualquier parte de la tierra.

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