El siglo XX fue una hecatombe a costa de la libertad, bajo idealismos totalitarios que juraron prosperidad y trajeron su antinomia. Tras un avance en libertad, se retrocede hacia la seguridad. Esto es un dislate y un ataque contra el espíritu humano. Jünger, en La Emboscadura, esclarece: “una gran mayoría no quiere la libertad y aun le tiene miedo (…) —la libertad es ante todo la concordancia consciente con la existencia y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad”. Es más loable una libertad peligrosa que la supeditación y servidumbre tranquila, a la luz de Zambrano. Frankl sabía que podían arrebatarle todo, salvo su individualidad: la conciencia última.
El hombre actúa para sentirse alguien —libre— y no disolverse en un “todo”, donde la dignidad se deshumaniza en la caterva. Frankl cree en una libertad trascendental inmanente, donde refulge la voluntad más allá del dinamismo del deseo. Por eso, la libertad es antídoto frente al miedo, pues quien otorga ese estadio de “concordancia consciente con la existencia” es la Verdad: “La verdad os hará libres” (Juan 8, 31-42).
Frankl bebe del existencialismo de Kierkegaard (individualidad y salto de fe frente a la angustia) y del idealismo alemán y su “conciencia de la necesidad” (Kant y Hegel). Para Frankl, “vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea”; el hombre es “El ser que siempre decide lo que es”. Como en Rousseau: “La libertad es la capacidad de empezar de nuevo a cada instante”, y en Ratzinger: “Libertad significa aceptar por propia voluntad las posibilidades de mi existencia”. Concibe la libertad como afirmación de la realidad; incluso si las posibilidades son limitadas o sufridas, siguen siendo posibilidades. “El hombre no inventa su sentido de la vida, sino que lo descubre”—Alétheia, como desvelamiento de la verdad.
Trascendencia
Todos somos llamados interiormente a la trascendencia. “Amor veritas, amor rei”: quien ama la verdad, ama la realidad, donde se manifiesta el ser humano. Frankl acepta el sufrimiento, pues lo inevitable no debe compungir el espíritu de un alma libre. El mesiánico Lenin preguntaba “¿Libertad para qué?”; muchos seguidores del camino de servidumbre —en términos de Hayek—, culminan en iniquidad y miseria, sin saber que la libertad es el único camino.
El hombre en busca de sentido desemboca en el amor; “el amor trasciende la persona física del ser amado y halla su sentido más profundo en el ser espiritual, el yo íntimo”. Sin verdad no hay libertad, sin libertad no hay amor, pero sin amor no hay verdad, pues el amor es la mayor de las verdades; y si el amor es verdad y, la verdad es amor, el amor es libre. Ahora podemos decir que la verdad nos ha hecho libres, pues el amor nos ha hecho libres para amar.
Chesterton, como Frankl, siente gratitud infinita por la belleza y afirma que “El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo menos la razón”. Las vicisitudes abren camino a la santificación: el sufrimiento es el vehículo por el que ejercemos la virtud y nos humanizamos. Frente a la razón absoluta, en el salto de fe hallamos la Gracia de Dios, contra el decaimiento de la moral.
Libertad, Verdad y Amor: la tríada contra el miedo. Lo efímero puede sumirnos en el absurdo, pues ¿no es una aporía que las cosas nazcan para morir? Pero Spinoza, en el último escolio de su Ética, afirmaba que lo excelso es tan difícil como raro, y su valor está en la libertad como concordancia con la necesidad: el amor. ¿No es sublime que la materia inerte y la vida converjan, y de la nada surja el ser, como la libertad de una cárcel? La vida, en su veleidad, quiso contemplarse a sí misma, como una pupila reconociéndose en el reflejo de otra. El sentido de la vida es vivirla en la Verdad; porque fuimos hechos para vivir, libres en ella.
Y en gratitud al Hacedor, restituyo Su amor en el siguiente poema: Lumen gloriae
La esencia es coherencia y concordia,
coraje ante la apostasía, el miedo y el odio,
libertad y amor, defensa y honra,
loor a la acción, vituperio a la zozobra.
No temo a la muerte, por eso amo la vida,
me descubro y disuelvo en la verdad,
y si formo en ella, qué más que no senArla,
pues no puedes negarla una vez la dilucidas.
Somos conciencia de la finitud, perdidos,
asfixiando nuestros anhelos más profundos,
por un mundo nuevo, sin velos ni alaridos,
que comienza en el momento en que morimos.
Y no hay mayor conquista del amor,
que una metaFsica del orgullo humano,
de nuestro ser, más allá de su comprensión,
de libertad, entendimiento y corazón.