Los primeros meses del pontificado del Papa León XIV han estado marcados por el furor informativo que caracteriza estos tiempos. Todos los medios han querido ser los primeros en contar cada detalle del sucesor de Pedro: su origen, sus estudios, su ministerio, las personas que lo han acompañado. Pero mientras la novedad se apaga, el Papa empieza a tomar decisiones de calado: nombramientos en la Curia, la publicación de su primera exhortación apostólica, un motu proprio sobre las finanzas vaticanas o el anuncio de su próximo viaje a Turquía y Líbano.
Cada uno de estos gestos genera una avalancha de comentarios, vídeos, artículos o publicaciones en redes sociales que buscan revelar la “verdadera interpretación” o el “significado oculto” de lo que hace el Papa. Algunos opinan con buena voluntad; otros, en cambio, aprovechan para agitar los ánimos o alimentar divisiones. En cualquier caso, conviene recordar que las decisiones en la vida de la Iglesia, como los documentos magisteriales o los frutos de los viajes apostólicos, necesitan tiempo para madurar.
La historia enseña que las reacciones apresuradas pueden ser malas consejeras. En 1277, el cardenal Tempier condenó algunas tesis del aristotelismo latino, y durante años se miró con recelo la obra de santo Tomás de Aquino, hoy doctor de la Iglesia. También san Pablo VI fue duramente criticado tras publicar Humanae Vitae, pero medio siglo después, la mayoría de fieles y pastores reconoce su sabiduría y valentía ante las mareas ideológicas del momento.
El tiempo de la prensa no es el tiempo de la Iglesia. Las valoraciones rápidas o alarmistas corren el riesgo de caducar muy pronto y pueden quitar la paz. Una mirada pausada, orante y esperanzada suele ofrecer una comprensión más fiel a la naturaleza de la Iglesia y a su modo de obrar en la historia.




